Por Carolina Barros
Analítica
Si la Argentina fuese un lugar de Second Life, ese mundo virtual de Internet, bien podría ser Cristina Fernández de Kirchner uno de los personajes que la transitan. Cristina podría ser un avatar. Y Néstor, además de esposo, su dueño y creador.
Dentro de Internet o afuera, en el mundo real, Cristina tiene que vivir en una realidad impuesta y diseñada por su socio conyugal. De la que no se puede evadir. Como decía su slogan de campaña, ella es la continuidad dentro del cambio, donde el período presidencial de su antecesor –el señor Kirchner- forma parte de su presente. Contínuo y circular. Por eso es que ella es rehén por partida doble: de un presente infinito desde donde no puede cargarle culpas a la presidencia heredada y de los designios de su cónyuge, su dueño y creador.
Cuando el pasado 10 de diciembre él le entregó el mando, todos los argentinos creímos que ella traía, al menos, una renovación de estilo. Menos agresivo, de mejores modales. Se esperaba que con ella terminase el aislamiento internacional y el provincialismo de encerrona, modo de gobierno con anteojeras importado de la estepa patagónica, la tierra de los Kirchner.
La noticia de la valija de los 800.000 dólares del venezolano Antonini Wilson desestabilizó a Cristina cuando no se había cumplido todavía la primera semana de gobierno. Dólares, según se dice, destinados para su propia campaña presidencial. Valija heredada de la administración anterior, la de su esposo, quien fue su estratega de campaña proselitista y quien sellara una alianza política y una dependencia financiera con el gobierno de Hugo Chávez. Así empezó Cristina, con el traspié de la valija, seguido de su exabrupto de “es una operación basura de los EE.UU.” Y claro, el enfriamiento de la relación bilateral. A los pocos días de asumir, la presidente Kirchner ya sabía que estaba atrapada en su propio avatar.
· Una realidad pintada
En Second Life, el usuario o creador puede modificar cualquier aspecto del mundo virtual, desde la apariencia física del personaje hasta el paisaje. Second Life es creación y manipulación. Como la Argentina actual, donde se cambian los números, estadísticas e índices que permiten diagnosticar, asir de alguna manera, la realidad.
Fue en enero de 2007 cuando Guillermo Moreno, un malhumorado y gritón Secretario de Comercio Interior, bajo órdenes expresas de Néstor Kirchner, comenzó a transformar la realidad. Moreno intervino en el trabajo del INDEC, el instituto oficial que medía el índice de precios al consumidor (IPC), la inflación y la tasa de pobreza, entre otros. A partir de su intervención, ya no se midió sino que se dibujó. Con estas tergiversaciones se busca disminuir un índice inflacionario para sostener, hacia afuera, la cotización de títulos de deuda –que se ajustan de acuerdo a la inflación- y elevar la tasa de crecimiento del PBI, uno de los “logros” que los K muestran urbi et orbi. Pero por sobre todo, ese grueso maquillaje sobre la inflación quiere disimular la triste cotidianeidad que el matrimonio Kirchner no puede digerir: si el IPC aumenta, también lo hace la Canasta Básica Alimentaria (CBA), que es la medición que sopesa cuál es el nivel adquisitivo de la gente y por dónde pasa la línea de pobreza.
No hay manera de que la realidad no se imponga, finalmente, sobre la más alambicada de las fantasías. Un reciente estudio de la consultora Equis acaba de revelar que en el primer trimestre de 2008, mientras que el índice inflacionario oficial aparecía planchado en apenas 3%, la Canasta Básica (CBA) ya había subido un 30%. Esta medición suplanta, por ahora, a la que debiera haber provisto el INDEC, que ya no difunde la evolución de la pobreza. Con criterio, no se ha pronunciado: en esto no se puede mentir, la realidad de la pobreza es algo que se palpa.
Equis, dirigida por Artemio López, prevé que para mediados de año si la tendencia inflacionaria alcista no se revierte, ésta dejará al 50% de los asalariados formales por debajo de la línea de pobreza. “Una situación social explosiva” para López, quien nada dice sobre la franja “en negro” (con trabajo informal), que representa el 40% de la población activa. Si la mitad de la población asalariada traspasara el umbral de pobreza, se estaría en una situación similar a la de los años 2001 y 2002, cuando después del default, la Argentina implosionó en lo social. Es más, del estudio se desprende que hoy una familia pobre sólo puede comprar el 43% de los bienes y servicios que se necesitan para superar la línea de pobreza. En 2002, en plena crisis, esa relación era del 47%.
Falta, todavía, consignar otro dato. El sociólogo Artemio López es uno de los encuestadores más consultados por el gobierno desde 2003. Resulta sintomático entonces, que en una Argentina en la que desde la Casa Rosada se ordena a funcionarios, empresarios, periodistas y académicos –es decir, la clase dirigente-, a ser ciegos, sordos y mudos frente a la verdad, empiecen a “escaparse” guarismos que opaquen la brillante y “pintada” realidad oficial. No sólo se han desmadrado los números, hijos del diseño arquitectónico de Néstor y de su avatar rehén, Cristina. Como veremos, también algunos actores sociales, que hasta hace poco permanecían aletargados, tomaron la decisión de despertarse.
· El campo y la ciudad
Por más que se intente disfrazarla, en la Casa Rosada hace rato que se conoce muy bien cuál es la realidad. El problema está en cómo enfrentarla. Y con qué herramientas. Desde la inauguración de la Era K en 2003, el verdadero ministro de Economía siempre fue uno: Néstor Kirchner. El ex presidente no es un iniciado en temas económico-financieros pero, voluntarioso, decide de la A a la Z. Su ambición máxima, la que le falta concretar todavía, es pasar a la historia como el arquitecto del boom económico argentino (ya logró otras: acaparar una inmensa fortuna, llegar a Presidente, ungir para la sucesión a su esposa, y encima, poder monitorearla).
Hace ya un lustro que el PBI viene creciendo en el orden del 8% anual, gracias a la exportación de granos y excelentes precios internacionales. Los commodities agrícolas exportados, gravados con altos impuestos, engrosan la caja del gobierno central y solventan la aceleración del consumo interno, que tiene su sustento, además, en un aumento sustancial del gasto público y en subsidios para la energía, el transporte y algunos rubros de la alimentación.
Fue el gasto público de 2007, el que introdujo la alarma en el gobierno K. El más alto del quinquenio, significó el 30% del PBI. Frente a las cuentas fiscales inclinándose al rojo y los primeros datos del aumento de la pobreza, Martín Lousteau, ministro de Economía, el día 11 de marzo, con la resolución Nro. 125, impuso una mayor retención (impuesto a las exportaciones) sobre los granos. Del 35% que tributaban, pasaron, de un plumazo, al 45% y con una novedad: el impuesto tendría carácter de móvil, es decir se ajustaría hacia arriba, de acuerdo con el precio internacional. Lousteau, el ministro que acaba de renunciar, ejecutaba las medidas pedidas por Néstor Kirchner: mayor recaudación sin enfriamiento de la economía. Casi una obsesión.
No viene al caso desmenuzar si es anticonstitucional, confiscatorio e injusto este exagerado impuesto. Lo es en sus tres calificativos. Sí cabe analizar cómo el anuncio de la suba en las retenciones marcó un punto de inflexión en el gobierno de Cristina Kirchner, en el diseño político de Néstor y en el papel social y político de la clase media rural argentina.
La reacción ante la suba de las retenciones, en lo que hace a actores sociales, tuvo a tres protagonistas. Por un lado, la clase media urbana de las grandes ciudades, que recurrió a la protesta de los cacerolazos, la misma que llevó a la renuncia del presidente Fernando de la Rua en 2001. Este grupo social nunca votó masivamente por los K, sea Néstor o Cristina y es el que en los sondeos se muestra más irritado con el estilo atropellador de los Kirchner. Y en especial, rechaza el modo “docente” y “soberbio” con que la actual Presidente se dirige a los ciudadanos. Además, es el más informado sobre los problemas del país y conoce bien cuál es el aporte que el campo hace a la economía nacional.
En la ciudad de Buenos Aires, las protestas “caceroleras” se dirigieron espontáneamente hacia la Casa Rosada, en la Plaza de Mayo, para que la misma Cristina pudiera sentir la temperatura de los reclamos. Justamente, fue desde la Casa de Gobierno desde donde partió la orden de movilizar la contraprotesta con un grupo de choque civil: los piqueteros de Luis D’Elia, un violento, mimado del matrimonio K.
No fue una buena idea convocarlo. Si bien los matones de D’Elia asustaron e hicieron retroceder a muchos de los manifestantes espontáneos de la clase media, su utilización aceleró, casi simultáneamente, una reacción entre los pequeños y medianos productores rurales. El tercero de los grupos entró así en acción. Salieron los productores rurales a defender sus propios intereses (una cosecha en vías de recolección a la que se le cambiaba abruptamente las reglas de juego) y los de los caceroleros de la ciudad. En las rutas, copiaron los “piquetes” de D’Elia para impedir, sin incidentes ni violencia, el tránsito de camiones con productos rurales.
Durante 21 días, el lockout del campo, que nació desorganizado, orquestado de manera intuitiva por “las bases” –es decir, los pequeños y medianos productores sin la intervención, en un primer momento, de las entidades agropecuarias colegiadas-, paralizó a la Argentina. Al comercio, a las exportaciones, al abastecimiento de la población. Y al gobierno. Por primera vez, como en un juego de pinzas en estereo, un gobierno recibió el rechazo público tanto del campo como de la ciudad, casi dos antinomias, desconectadas desde fines del S XIX, cuando surgió la clase industrial urbana y el país gradualmente se centralizó cada vez más, para desatender el sueño de una Argentina federal.
· Reacciones desde una cápsula La reacción desde la Casa Rosada consistió en una sumatoria de errores. En primer lugar, la sobre-exposición de Cristina, quien dio cuatro discursos en menos de una semana y en los que no faltó el dedo acusador, la amenaza y la intransigencia. No había que buscar demasiado para encontrar al autor del libreto: Néstor Kirchner. la misma agresión, el mismo enojo. Pero los discursos de la Presidente, en vez de acallar las voces del campo, mostraron que ella estaba a la defensiva. Que buscaba afuera la culpa de todo, que demonizaba hasta a la misma soja (“es un yuyo que crece solo”, llegó a decir sobre el cultivo bendito que aporta casi u$s 9.000 millones anuales en retenciones). Por primera vez, también, en los cinco años de los K en el poder, aparecía una fisura. Los Kirchner perdían esa infalibilidad y cohesión, ficticias ahora, que prometían perpetuarlos, alternadamente, en el poder.
El sistema amedrentatorio de las contramarchas “no espontáneas” también fue ensayado en el campo. Pablo, el hijo del dirigente sindical más poderoso de la Argentina, el camionero Hugo Moyano, fue enviado hacia las rutas cortadas por piquetes de ruralistas. Su misión: atemorizarlos. No funcionó. Lo mismo que en la ciudad, la clase media del interior del país repudia el sistema de “apriete”, propio de los matones y de Néstor Kirchner. Si alguna vez la clase media del campo y de la ciudad le tuvo miedo al ex Presidente, la reacción frente a las contramarchas mostró que ya lo había perdido. Néstor necesita que le teman, es desde el único lugar que sabe negociar. Pero con la crisis del campo, el miedo quedó sólo para los funcionarios del aparato oficial y para los empresarios que necesitan la venia y la sociedad con el Estado.
Aunque hubo varios errores más, es de destacar, por último, la equivocación de los K al querer llevar el conflicto del campo al terreno ideológico y político. La vieja antinomia de oligarquía terrateniente contrapuesta con el trabajador rural hace rato que está perimida. No lo está, claro, para los Kirchner, que buscan instalar en todo momento cualquiera de sus disquisiciones políticas dentro de un esquema de los años setenta. Luego de achacarle a la rancia oligarquía la instigación del paro agropecuario, a Cristina le hicieron llegar evidencias de que las figuras salientes del lockout no eran propietarios –ni chicos ni grandes- sino arrendatarios contratistas, como los mellizos De Angeli.
Decidió entonces redireccionar su discurso anticampo hacia los grandes pools de siembra, propiedad, según ella, de capitales foráneos. Nuevamente mostró estar mal asesorada. En los pools de siembra participan miles de pequeños productores argentinos y muy pocos inversores extranjeros.
Como se puede apreciar de la lectura de los últimos párrafos, en la descripción de los errores del gobierno frente al paro agropecuario, la figura de Cristina se diluye a veces detrás de una reaparición protagónica de Néstor. Es que hubo una división del trabajo durante el conflicto: el ex presidente se encargó de la acciones “de fuerza”; Cristina, de las arengas y denuestos desde el micrófono.
En conclusión, el matrimonio presidencial no supo calibrar bien, durante la crisis, que el conflicto tenía un origen político, con consecuencias económicas. Ante el derroche de subsidios y de gastos en proyectos faraónicos, el campo, que es el motor que mueve la economía en la Argentina, se cansó de que le metieran la mano en el bolsillo, sin rendición de cuentas. Por eso es que marchó al paro.
· La tregua y los números que no se pueden maquillar
Aunque desde la Casa Rosada se trató de disolver el lockout mediante la introducción de una cuña en el bloque ruralista –desde el ofrecimiento de retenciones preferenciales para los productores más chicos hasta el allanamiento de estancias y feed-lots- el paro agropecuario se desinfló frente a dos hechos bien concretos. El primero de ellos, el desabastecimiento de alimentos básicos como leche, verduras y carne en las ciudades, que empezaba a jugar en contra de los ruralistas y que el gobierno ya se estaba encargando de destacar, con una excelente campaña propagandística. El segundo, el llamado del propio gobierno para negociar una salida al conflicto, siempre y cuando el campo levantase el paro por 30 días. Una tregua, con vencimiento para el viernes 2 de mayo, durante la cual, las partes pudieran llegar a una solución.
Durante la tregua, mientras que los dirigentes rurales y delegados del gobierno, ministros y secretarios, entablaban una larga serie de reuniones para llegar a una solución, dos hechos distrajeron la atención de la opinión pública. Por un lado, una quemazón descomunal de tierras en el Delta del Paraná, que la Casa Rosada buscó atribuir a propietarios de la zona. (A fines de abril, las sospechas de que habría sido provocado por orden del mismo gobierno para achacárselo al campo, son cada vez más fuertes). El humo generado por la quema ennegreció durante una semana la ciudad de Buenos Aires y fue la causa de varias muertes en accidentes automovilísticos.
Por el otro, la renuncia del ministro de Economía, Martín Lousteau, presionado por el conflicto agropecuario y el rechazo a las retenciones móviles. Su dimisión aflojó bastante la tensión entre los sectores, y se esperaba a fines de abril que el día 2 de mayo se renovara la tregua hasta los festejos patrios del 25 de mayo, cuando la Presidente propondría un nuevo plan político y económico.
Al mismo tiempo, de a poco, la realidad empezó a imponerse sobre el diseño K para una Argentina virtual. Así como un crack político y social, el del campo, había violado la imagen de indestructibles atribuida a los Kirchner, así también se empezaron a filtrar las primeras encuestas. Desde la asunción de Cristina, las encuestas de opinión –retenidas por el gobierno- no llegaban a la prensa. En la penúltima semana de abril se pudieron conocer algunos guarismos preocupantes. En 60 días, la imagen positiva de Cristina descendió de 53% a 23%. Treinta puntos en dos meses. Durante el mismo período, su consorte bajó de 61% a 54%, unos magros 7 puntos de quita en su imagen positiva.
Otro dato que reveló esta medición es que la aceptación de la presidente Kirchner desciende a medida que la encuesta penetra en zonas de menor nivel social y adquisitivo. En lo que respecta al nivel de confianza en el gobierno, la encuesta de la Universidad Di Tella consigna que el Índice de Confianza en el Gobierno tuvo en abril la mayor caída desde 2003, año en que comienza la Era K. El descenso de la confianza es mayor entre las mujeres (9%) que entre los hombres (3%).
Seguramente en relación con estas cifras es que Néstor Kirchner decidió apurar su elección como presidente del Partido Justicialista para apuntalar, al menos entre los cuadros partidarios, la alicaída imagen de su avatar y esposa, Cristina. Quizás dentro de esta tesitura se inscriba que en sendos actos multitudinarios el 24 y 25, rodeado de dirigentes y una clásica “liturgia” peronista, el ex presidente gritara “¡Ganamos con el 45%!”.
El 45%, en este caso, pertenece a los votos de la elección que consagró a Cristina presidente. El plural, “ganamos”, a los bienes gananciales de la sociedad conyugal de los Kirchner. El resto de los números y disquisiciones pertenecen al mundo virtual que a diario construye la política. Y en el caso particular de la Casa Rosada, a la creación que Néstor moldea para una alicaída Cristina. Que con apenas 140 días de gobierno presenta un desgaste propio de “lame-duck”. Avatares, si los hay, de la continuidad infinita del eterno presente, de ser rehén de la presidencia heredada de su marido.