Por Marcela Sánchez
El Salvador
Probablemente ningún suceso podrá emerger como mejor prueba de un fracaso de la política exterior estadounidense, que el 50 aniversario de la Revolución Cubana el próximo primero de enero. Diecinueve días más tarde, un nuevo presidente estadounidense --el undécimo desde que Fidel Castro derrocó el régimen del general Fulgencio Batista-- heredará esa política.
A juzgar por las declaraciones de los candidatos presidenciales la semana pasada, sólo el senador Barack Obama sugiere un cambio. Los senadores Hillary Clinton y John McCain promueven básicamente más de lo mismo: la continuación del embargo comercial de décadas y otras restricciones junto con el apoyo a las fuerzas disidentes dentro de la isla.
En un discurso en Miami, Obama prometió levantar inmediatamente las restricciones impuestas por el Presidente Bush en 2004 a los viajes y las remesas familiares, agregando que "no hay mejores embajadores de la libertad que los cubanoamericanos". Más aún, se convirtió en el primer candidato estadounidense en décadas en dejar abierta la posibilidad de empezar un diálogo con el régimen de los hermanos Castro, "sin precondiciones".
Esta posición más "benévola" pudo significar un suicidio político en el sur de la Florida no hace mucho tiempo, pero las cosas están cambiando. Según la encuesta sobre Cuba de 2007 de la Universidad Internacional de la Florida, una mayoría de los votantes cubanoamericanos todavía apoya una intervención militar para derrocar al gobierno de Castro. Pero al mismo tiempo, una mayoría también preferiría la eliminación de las restricciones impuestas por Bush en 2004 (52.1 por ciento) y el comienzo de un diálogo con representantes del gobierno cubano (60.1 por ciento).
Eso puede parecer una contradicción, pero Hugh Gladwin, director del Institute for Public Opinión Research que elaboró la encuesta, afirma que "mucha gente está tan harta con la situación actual que prefiere cualquier cosa que la cambie". Si el cambio es en efecto la clave hoy en día, la campaña de Obama ha escuchado el mensaje.
La frustración dentro de la comunidad cubanoamericana se intensificó durante los casi ocho años de retórica fuerte de la administración Bush, la cual ahora muchos cubanoamericanos sienten que no fue más que demagogia política. Bush asegura haber intensificado los esfuerzos estadounidenses para promover la libertad y la democracia en Cuba desde las bases, apoyando grupos de la sociedad civil en la isla.
Desafortunadamente, muy poco se logró. La Fundación Nacional Cubano Americana, una de las agrupaciones anti castristas más influyentes, concluyó en un informe en marzo que menos del 17 por ciento de los fondos destinados a Cuba a través de la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos, fueron usados en asistencia directa. "El restante 83 % fue usado para cubrir gastos operativos de las organizaciones receptoras de los fondos, estudios de transición elaborados fuera de la isla y actividades realizadas en Estados Unidos", afirmó la fundación.
La estrategia enfocada en las élites, que propone Obama, es también objetable por pretender convencer al régimen cubano de la conveniencia de un cambio. McCain ha de hecho censurado a Obama por proponer un diálogo que enviaría "la peor señal posible a los dictadores cubanos". Que el jubilado presidente Fidel Castro haya señalado su respaldo a Obama --llamándolo, en una columna publicada el lunes, el "más avanzado" de los candidatos-- tampoco ayuda.
Los republicanos también critican a Obama por lo que ven como una contradicción inherente: promover el acercamiento al tiempo que suaviza pero no levanta el embargo. Dicha crítica, sin embargo, ignora un principio básico de la diplomacia. Las sanciones pueden proveer una palanca de negociación con adversarios. Y lo que es más, las sanciones como herramienta para un aislamiento continuo han tenido su oportunidad y han fracasado.
Si finalmente Obama gana la presidencia, enero tal vez represente otro suceso histórico: la erosión irreversible de una terca política externa basada en una supuesta posición monolítica de los votantes cubanoamericanos.
(c) 2008, Washington Post Writers Group.