Por Robert Samuelson
Siglo XXI
¿Cuál es el mayor desafío moral del mundo, de acuerdo a su capacidad de producir tragedias humanas? No es, creo yo, el calentamiento global, cuyos efectos —si resultan ser tan nocivos como se predice— ocurrirán dentro de muchos años y darán tiempo a que las sociedades se adapten. Se puede argumentar, en forma plausible, a favor de la necesidad de impedir la proliferación nuclear, que amenaza con incalculables muertes y el colapso de la economía mundial. Pero el desafío moral más urgente en la actualidad, creo yo, es el más obvio: la pobreza en el mundo.
Hay aproximadamente 6 mil millones de personas, ahora, vivas; en 2004, quizás 2,500 millones de ellas sobrevivían con $2 diarios o menos, según el Banco Mundial. Para 2050, el mundo podría aumentar en otros 3 mil millones; mucha gente seguirá igualmente pobre. Lo que es desconcertante y frustrante sobre la pobreza extrema es que gran parte del mundo la ha eliminado. En 1800, casi todo el planeta era desesperadamente pobre. Pero el mundo desarrollado ha erradicado las hambrunas, la falta de vivienda y las privaciones materiales.
La solución para la pobreza es enriquecerse. Es lograr el crecimiento económico. El misterio radica en el porqué todas las sociedades no han adoptado los remedios obvios. Recientemente, la Comisión de Crecimiento y Desarrollo compuesta por 21 miembros —entre ellos dos economistas galardonados con el Premio Nobel, un ex primer ministro de Corea del Sur y uno de Perú, y un ex presidente de México— examinó el problema.
Desde 1950, halló el panel, 13 economías han crecido a una tasa promedio del 7% durante, por lo menos, 25 años. Son las siguientes: Botswana, Brasil, China, Hong Kong, Indonesia, Corea del Sur, Malasia, Malta, Oman, Singapur, Taiwán y Tailandia. Algunos de los avances son asombrosos. El panel identificó después cinco elementos comunes del éxito:
Un comercio fuerte y un entusiasmo por atraer inversiones extranjeras.
Estabilidad política y gobiernos “capaces”, “comprometidos” con el crecimiento económico, aunque no necesariamente con la democracia (China, Corea del Sur e Indonesia crecieron durante regímenes autoritarios).
Tasas altas de ahorro e inversiones, generalmente por lo menos el 25% de los ingresos nacionales.
Estabilidad económica, mantener el presupuesto del Gobierno y la inflación bajo control, y evitar un gran colapso de la producción.
Un deseo de “permitir que los mercados asignen los recursos”, lo que quiere decir que los gobiernos no intentaron administrar la industria.
Por supuesto, hay abundantes salvedades. Algunos países triunfaron aún con inflación alta, entre el 15% y 30%. Liderados por Japón, los países asiáticos buscaron un crecimiento basado en las exportaciones, con tasas de cambio subvaluadas que favorecieron a algunas industrias más que a otras. El buen gobierno es relativo; algunas sociedades de rápido crecimiento toleraron mucha corrupción. Aún así, las 2 lecciones generales están claras: Primero, la globalización funciona. Los países no se enriquecen manteniéndose aislados. Los que abrazan el comercio y las inversiones extranjeras adquieren know-how y tecnologías, pueden comprar productos avanzados en el exterior y se ven forzados a mejorar su competitividad.
Segundo, la benevolencia externa no puede rescatar a los países de la pobreza. Existe un papel para la asistencia del exterior, la ayuda técnica y la caridad en la erradicación de la pobreza mundial. Pero es un papel pequeño. Puede mejorar la salud, aliviar el sufrimiento de los desastres naturales o de las guerras, y proveer ciertos tipos de especializaciones. Pero no puede estimular, por sí sola, la política y los hábitos que fomentan el crecimiento para lograr el sustento propio.
La cuestión más difícil (que el panel evade) es por qué todas las sociedades no los han adoptado. Una de las razones es la política; algunos regímenes están más interesados en preservar su poder y sus privilegios que en promover el crecimiento. Pero la respuesta más amplia, creo yo, es la cultura, como sostiene Lawrence Harrison, de Tufts University. Los valores tradicionales, los sistemas sociales o los enfoques religiosos a menudo son hostiles a asumir riesgos, a la acumulación de la riqueza y al crecimiento económico.
La globalización tiene una dimensión moral, así como también económica y política. Al convertirla en un chivo expiatorio de todas las quejas económicas, muchos “progresistas” están, en realidad, socavando la fuerza más poderosa para erradicar la pobreza del mundo.
(c) 2008, Washington Post Writers Group