Por Luis Enrique Pérez
Siglo XXI
Cuando el pueblo es pobre, y se preocupa por los centavos como si fueran valiosas onzas de oro; pero los gobernantes gastan como ricos, y consumen, en su propio bienestar, el tesoro público como si fuera su propia fortuna, y quieren más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando el ciudadano pobre tiene que caminar decenas de kilómetros en rústicos caminos, acosado por el sol, la lluvia, o el viento; pero los gobernantes se transportan en vehículos cuyo lujo insulta, o cuya potencia motriz ofende, o cuya actualidad tecnológica humilla, y ambicionan más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando, en cualquier calle, callejón, avenida, o en cualquier autobús, parque o carretera, el ciudadano está expuesto al robo, al asesinato o al secuestro; pero los gobernantes exhiben poderosos, furiosos y amenazantes cortejos armados, y codician más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando los gobernantes nunca tienen dinero para proteger la vida del ciudadano, ni para suministrarle una medicina al enfermo que agoniza en un hospital público, ni para dotar de un lápiz al niño que se tortura en una escuela pública; pero siempre tienen dinero para celebrar opíparos banquetes, propicios para el sibarítico comer y el báquico beber, y apetecen más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando los gobernados buscan angustiados una oportunidad de trabajo, dispuestos a aceptar un mísero salario; pero los gobernantes multiplican espléndidamente, en la administración pública, las oportunidades de trabajo para amigos, familiares y socios políticos, y ansían más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando la economía del trabajador y del capitalista sufre un terrorífico aumento de costos, y el urgente fin primordial es subsistir con algún salario o con alguna ganancia; pero los gobernantes exigen más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando el enriquecimiento ilícito es el principal acto cotidiano de quienes ejercen funciones públicas, y la esencia misma de la administración pública es la corrupción; pero los gobernantes demandan más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Cuando los gobernantes son el peor obstáculo del progreso económico de los ciudadanos, y su obra predilecta es ser la suprema maldición del Estado; pero quieren, ambicionan, codician, apetecen, ansían, exigen o demandan más tributos, la rebelión tributaria es un deber.
Post scrip-tum. Cuando el candidato presidencial que fue electo ha prometido no incrementar los tributos, y ya en el ejercicio de la Presidencia de la República propone incrementarlos, y es entonces un punible criminal de la democracia, la rebelión tributaria es un deber, que urge transformar en obligación.