Por Estuardo Zapeta
Siglo XXI
El Estado nos golpea cuando nos quita nuestra propiedad y luego se la reparte cual despojo de guerra, y cual botín de ladrón.
El Estado nos golpea cuando no cumple con sus funciones esenciales de Justicia y Seguridad, y se desvía para hacer muchas otras cosas que no debe hacer. Tenemos los guatemaltecos el síndrome de mujer maltratada, o, peor, el síndrome de Estocolmo, y nos hemos “enamorado” de nuestros secuestradores, a quienes variamos cada cuatro años.
Hemos perdido ya el valor de rebelarnos, de levantarnos, de terminar el drama, porque tal vez nos gusta el drama, nos hicimos adictos, y sin él la vida sería imposible y predecible.
Por eso el Estado nos golpea, porque nos condicionó, como el elefantito que tenía encadenada la patita al poste de la opresión, y, aunque esa cadena desaparezca, en nuestra mente está tan marcada, que pudiendo pelear por nuestra libertad, no lo hacemos. Nos acostumbramos mentalmente a la opresión estatal. Ah, y nos gusta.
El Estado nos da golpes, nos deja moretes, huesos quebrados, hemorragias, dientes menos, y no reaccionamos. Estamos acostumbrados a vivir en ese cuadro de sangre en el cual debemos darle no sólo más hijos, sino también nuestros bienes, nuestra vida, y nuestra Libertad.
Le hemos dado todo al Estado, o mejor dicho, lo ha arrebatado de nosotros so pena de matarnos si no entregamos lo pedido, y hemos accedido.
¿No llegó ya el tiempo del divorcio? ¿No llegó el tiempo del levantamiento? ¿No estamos ya listos —debilitados, eso sí— para ponerle un alto a esta vida estatal de mierda, a esta maldita encantadora opresión?
O tenemos aquel terror de la mujer golpeada, maltratada, violada, que no deja al marido porque no está dispuesta a enfrentar las consecuencias de su legítima defensa.
De hecho, es tal el terror de esa mujer —y así parece que estamos— que ella misma sale a trabajar para mantener al desgraciado marido que la maltrata y la explota. Ella dice que lo hace por sus hijos, pero en el fondo lo hace también por él. Y él lo sabe, y se aprovecha de “los hijos” para condicionar a la mujer maltratada. Ella le paga el “impuesto de familia” a él.
Pues no es muy diferente nuestra situación como ciudadanos, sólo que no tenemos la valentía para reconocernos como oprimidos, ni los pantalones para luchar por liberarnos.
No, no se trata de cambiar “marido”, sino las normas de la casa, de la vida, y de nosotros.
Los jueces son cómplices de ese marido violento e irresponsable; también lo son los policías. Así que llegará el tiempo cuando seamos nosotros, y nadie más, quienes tomemos la parte de Justicia que el Estado no pudo administrar y la usemos contra el “marido” explotador.
¿Debe la mujer maltratada financiar al marido maldito? No, y mil veces no. Nadie debe financiar su autodestrucción. Es un imperativo moral. Menos puede alguien financiar la destrucción de sus hijos.
Nos falta decisión, lo sé, para decirle “hasta aquí” a los golpes del Estado. Pero que nos está golpeando, por supuesto que sí.
Por eso ha llegado la hora del divorcio, pero el Estado que nos oprimió no puede irse fresco, irresponsable y libre. Tiene que pagar sus delitos, sus pecados y sus robos.
Es tiempo de devolverle sus golpes al Estado.