Editorial -
El Tiempo, Bogotá
Robert Mugabe, 'el Hitler africano', acaba de ser reelegido presidente de Zimbabue, un país que hasta 1980 se llamó Rodesia y fue imperio de colonizadores blancos y hoy, con algo más de 12 millones de habitantes y un tercio del territorio colombiano, es un infierno político y económico. Hace tres meses, Mugabe y su partido, el Zanu-PF, perdieron por 48 contra 43 por ciento la primera ronda electoral enfrentados a Morgan Tsvangirai y el Movimiento para el Cambio Democrático (MCD). El sábado se repuso y obtuvo una amplia victoria.
Amplia, pero completamente falseada por la violencia contra la oposición, el empleo propagandístico de la radio y la televisión oficiales y el retiro de su rival por falta de garantías para él y sus partidarios. Mugabe tuvo la oportunidad de dar un giro hacia la democracia tras los resultados de marzo. En vez de ello, obraron sus instintos dictatoriales y se quedó luego de un baño de sangre y terror contra los rivales, que empezó con el secuestro y asesinato a garrotazos de la esposa del nuevo alcalde de Harare, la capital, miembro del MCD. Los 'pájaros' del dictador recorrieron barrios y veredas anunciando que los ciudadanos tenían que acudir a las urnas, pero a votar por él. Pese al retiro de Tsvangirai, refugiado en la embajada de Holanda, su nombre siguió apareciendo en las papeletas para que, en apariencia, no se tratara de una victoria sin contendor.
Mugabe es fruto de la primera generación de libertadores que combatieron la colonización europea del África. De brillante inteligencia e indudable valor, fue uno de los jefes guerrilleros que lucharon contra el poder blanco y padecieron largos años de prisión. El problema con él y otros guerreros africanos es que, terminada la lucha por la independencia y conquistado el poder, demostraron ser tiranos incapaces de fomentar la democracia. Zimbabue no solo ha atravesado masacres políticas y atroz represión, sino que sufre una economía en quiebra, con una inflación de 14 millones por ciento -sí, 14 millones por ciento- y 80 por ciento de desempleo.
¿Cómo sacar a Mugabe? Esta es la cuestión que se plantean muchos gobiernos del mundo, incluso algunos de sus vecinos, que hasta hace un tiempo lo apoyaban. Rusia y China lo tuvieron de mascota, pero ahora se avergüenzan de él. La Commonwealth lo expulsó hace rato. El Parlamento Panafricano lo critica y también la ONU. Hasta la Asociación Surafricana de Cricket, el deporte nacional, lo suspendió. Pero el dictador sigue ahí, reelegido a palos. Aunque tiene 84 años, desmontarlo y procurar una Zimbabue democrática es tarea que no debería dejarse a las leyes de la biología.