Por Mark W. Hendrickson
Libertad Digital, Madrid
Hablar de cinismo político puede parecer una redundancia, pero es difícil imaginar un asunto político que se trate con mayor cinismo que el calentamiento global. En su libro de 1992 Earth in the Balance, Al Gore instaba a "una transformación radical de la sociedad." Los izquierdistas, con su afición elitista por la ingeniería social, no necesitan ser convencidos.
El desafío de Gore era la verdad inconveniente de que, en una democracia, un presunto planificador central necesita poner a las masas de su parte también. Para lograrlo utilizó una estrategia resumida en esta frase de H.L. Mencken: "Todo el objetivo de la política práctica es mantener alarmada a la población amenazándola con una serie incesante de espantajos, todos ellos imaginarios." El apocalíptico calentamiento global se convirtió en el espantajo predilecto de Al Gore.
Gore necesitaba a la comunidad científica para respaldar sus afirmaciones y a los medios para evangelizar a la población. Asegurarse la ayuda de los medios fue fácil (las fantasías apocalípticas siempre logran grandes cifras de audiencia), pero subir al carro a los suficientes científicos fue más peliagudo. Cuando Gore inició su campaña del calentamiento global a comienzos de los años 90, una encuesta de Gallup hecha a científicos mostró que apenas el 18% pensaba que hubiera evidencia alguna que apoyase la teoría de Gore. Hasta una encuesta realizada por Greenpeace concluía que apenas el 13% de los expertos en el clima estaba dispuesto a declarar "probable" el calentamiento global.
Sin darse por vencido, Gore afirmó repetidamente que (literalmente) el 98% de los científicos estaban de acuerdo con él y exhortaba a los periodistas a ignorar a los escépticos. Desde el mismo punto de partida, el culto del calentamiento global (al igual que otros movimientos antiliberales como el comunismo o el fascismo) tuvo que recurrir a la técnica de las "grandes mentiras" para hacer parecer que la ciencia del calentamiento global estaba establecida.
Como senador, y después como vicepresidente, Gore utilizó su poder para canalizar dinero a aquellos que "tragaron" y para quitárselo a quienes pusieran en duda el calentamiento global. Estos descubrieron que el dinero de las becas se esfumaba, que se les negaban los ascensos y en algunos casos incluso eran despedidos fulminantemente de sus puestos de trabajo. El colega de Gore y senador por Colorado Timothy Wirth se convirtió en el primer subsecretario de Estado para Asuntos Globales en encargarse de promover la teoría del calentamiento global y los acuerdos internacionales para tratar el supuesto problema. A Wirth se le citó presumiendo de que podía hacer cambiar muchas opiniones con mil millones al año en fondos del Departamento de Estado. De hecho, estimaciones recientes afirman que se han gastado 50.000 millones de dólares en promover la teoría del calentamiento global (en su mayor parte por parte de gobiernos y organizaciones internacionales que utilizan fondos de los contribuyentes) y menos de mil millones de dólares para ponerlo en duda. Para que luego digan.
Es un dato muy irónico. Los fanáticos del calentamiento global acusan rutinariamente a los escépticos de haber sido comprados por las petroleras. Esperan que los norteamericanos no crean a los científicos del sector privado como confían en los científicos financiados por el Gobierno (léase la práctica totalidad de los científicos subidos en el tren del calentamiento global) como si, a priori, la financiación del Gobierno fue la garantía de transparencia, pero la financiación del sector privado fuera corrupta.
El Protocolo de Kioto –que instaba a las naciones desarrolladas a reducir sus emisiones de dióxido de carbono– fue el frente internacional en el programa del calentamiento global de Gore. Durante los siete últimos años, sus aliados mediáticos han venido denunciando a George Bush por "tumbar" Kioto. Tonterías. La historia real es muy distinta: después de que la administración Clinton firmara el protocolo, el Senado votó 95 a 0 en contra de implementar las provisiones de Kioto por estar orientadas contra Estados Unidos. Clinton firmó a continuación una orden ejecutiva prohibiendo al Gobierno y sus agencias implementar cualquier parte del protocolo. Bush no tumbó Kioto; heredó un cadáver.
Además, y dicho sea de paso, desde que se redactara Kioto, las emisiones de gases de efecto invernadero en los países que lo adoptaron se incrementaron de media en un 21,1%, al tiempo que las emisiones en Estados Unidos se incrementaron apenas un 6,6%. Aún así, Estados Unidos viene siendo señalado como el irresponsable ciudadano global. A eso se le llama política.
Kioto no pretendía salvar al mundo, sino poner grilletes a la actividad económica de este país mediante una reducción en el consumo energético. Es fácil entender el motivo de que los competidores económicos extranjeros quieran esto, pero ¿por qué quieren hacerle esto al pueblo norteamericano Gore y los demás progres estadounidenses? La respuesta es simple: la sed de poder e importancia. Recuerde: controle la energía y controlará el mundo.
Hay señales de que el movimiento de Gore está perdiendo credibilidad. Un juez británico ha dictaminado que la laureada película de Gore Una verdad incómoda no puede proyectarse en las escuelas británicas sin cláusulas de advertencia sobre su veracidad y la inclusión de opiniones contrarias, basándose en que es un trabajo de propaganda política y no un documental basado en hechos científicamente demostrados. Varios científicos de izquierdas que en su día aprobaron el dogma del calentamiento global lo han repudiado. Y 31.000 científicos han firmado una declaración instando a nuestro Gobierno a no tomar acciones apresuradas y caras por reducir las emisiones de dióxido de carbono.
Desafortunadamente, tomar medidas apresuradas y caras podría acabar siendo el resultado. Hace unas semanas, el Senado debatió la imposición de límites a las emisiones de dióxido de carbono a través de la colosalmente cara y pomposamente llamada "Ley de Seguridad Climática Lieberman-Warner". Afortunadamente, esta destructiva propuesta no cuenta con el suficiente apoyo para ser aprobada ahora mismo, pero plantea la posibilidad de que, después de todo, Al Gore sea quien ría el último. Qué ironía sería que, al mismo tiempo incluso que el apoyo científico a su teoría del calentamiento global se tambalea, sus años de propagar la "gran mentira" del espantajo fueran a hacer que el Congreso imponga "la transformación radical de la sociedad" que tanto ha deseado desde hace tanto tiempo.
El doctor Mark W. Hendrickson es docente, economista y académico colaborador del Center for Vision and Valores del Grove City College.