Por Pedro Gandolfo
El Mercurio
En una conferencia del año 2004, George Steiner (judío alemán nacido en París) reformulaba la admonición de la muerte de Europa, que ya antes, entre otros, indicaran Valéry ("La mortalidad de las civilizaciones") y Spengler ("La decadencia de Occidente"). No se trata, por cierto, de su desaparición física ni política, sino de la muerte de la "idea de Europa".
Me viene a la memoria este texto a raíz de la aprobación reciente en el Parlamento Europeo de la "Directiva de retorno para extranjeros indocumentados", normativa que, cuando se ponga en práctica, permitirá la detención hasta por 18 meses de extranjeros "sin papeles" y la expulsión de menores sin compañía, por simple orden administrativa, refrendada posteriormente por un tribunal.
¿En qué medida se relaciona todo esto con la idea de Europa? ¿Es una cuestión puramente práctica que afecta intereses económicos, de seguridad y orden público? ¿O, además, apunta a la esencia y la conciencia europeas?
En su bella reflexión, Steiner se refiere a la autodefinición de Europa como "lieu de la mémoire", memoria que en las placas y en nombres de plazas y calles recuerda "no sólo la preeminencia de las artes, literatura, filosofía y gobierno..., sino siglos de matanza y sufrimiento, de odio y sacrificio humanos... Por doquier hay monumentos conmemorativos de asesinato, individual y colectivo".
Esa dualidad sustancial y contradictoria parece asomar recurrentemente en la praxis europea a lo largo de los siglos. Sin remedio. La directiva aprobada por el Parlamento Europeo y las políticas concretas que de ella deriven se fijará, sin duda, como una placa del segundo tipo en la memoria europea. Una placa que, a su vez, acarrea resonancias de otras más antiguas, aunque no tanto. Europa, desde sus primeros vestigios, ha sido el lugar de la errancia, del nomadismo, "de las largas marchas". La "cuestión de los indocumentados", de los "sin papeles" no es la primera ni la última vez que la aqueja. En "Judíos errantes", Joseph Roth señala: "En un mundo como éste, no se trata ya de que sea imposible que los emigrantes reciban pan y trabajo: es casi un sobreentendido. Pero es que también es imposible que reciban una de esas cosas que llamamos 'papeles'. Y ¿qué es un ser humano sin papeles? ¡Menos que un papel sin un ser humano!". Roth, que escribe en 1936, clama, sin mucha convicción y esperanza, para que Europa "vuelva a encontrar su propia conciencia"; para que los "países huéspedes" no se comporten como amos egoístas de su propia casa; para que, como diría un gran filósofo europeo, Europa no se abandone al "gran cansancio".