Por José Ignacio Acevedo L.
Correo del Caroní
En la actualidad, un número cada vez más creciente de personas no alcanzan a comprender el hecho del porqué en nuestro país las cosas marchan en sentido contrario, pues en lugar de avanzar, hemos retrocedido espectacularmente en el plano social y económico, gracias a este inexplicable proceso socialista del siglo XXI.
Hace poco un buen amigo mío, persona por cierto muy curtida en la universidad de la vida y con un buen ganado título de hombre de bien, me decía a manera de explicación que lo que pasa es que mucha gente dice una cosa y hace precisamente lo contrario. No podemos precisar con exactitud que el honesto lo es efectivamente, pero no dudamos en condenar a primera vista a quien por cualquier motivo y algunas veces injustamente se le atribuyen hechos o conductas reñidas con la moral o la ética, aun cuando logra por cualquier medio probar lo contrario, entones siempre existirá un manto de duda sobre él, de acuerdo al interés de quien lo juzgue, bien bajo la óptica de oligarca o desde la trinchera revolucionaria.
Prácticamente nadie escapa a esta deducción, pues unos pocos han perdido lastimosamente el tiempo en afirmar frenéticamente que todos los que no comulgan con su ideario político son corruptos y despreciables, pues no encuentran manera ni forma alguna que admitan que hay rasgos de maldad en el virtuoso, pero también hay rasgos de virtud en el malvado, y que el ser humano es susceptible de envilecerse en cualquier momento o desde cualquier posición.
No pretendo con este empírico análisis, estructurar ni mucho menos sustentar una tesis sociológica a título de dogma, sino que una actitud como ésta, rayana en el fundamentalismo, obliga del lado contrario a una reacción del mismo tenor que sin duda imposibilita desde cualquier punto de vista un entendimiento razonable, el cual es absolutamente necesario para salirle al paso y vencer tantas dificultades que tenemos por delante. Me niego rotundamente ante el pretendido propósito del fanatismo radical de calificar o etiquetar sin distingo de ninguna naturaleza a todo adversario como sinónimo de corrupción, pues no es justo que por el hecho de que unos pocos dirigentes que usaron el poder circunstancialmente y los símbolos de un país con una profunda vocación popular y democrática, para provecho personal o individual, tenga que condenarse sin remedio a miles y miles de honrados y consecuentes hombres de bien que nada tienen que ver con las desviaciones de quienes torcieron el rumbo. Esto equivaldría a sentenciar a perpetuidad a muchos partidarios y militantes honestos que no dudo existan en organizaciones y gremios, a pagar una pesada condena por todos los desafueros e irregularidades que han cometido otros.
Ahora ya no tiene cabida la estridencia de un discurso vacío, pasado de moda, en donde la propuesta y la conciliación verdaderas están ausentes. No se puede avanzar si marchamos al revés y el paso se dificulta si la orientación va en sentido contrario a donde tiene que ir. No podemos esperar milagros, sólo en nuestras manos estará la posible solución, tendremos forzosamente que tomar la amarga medicina del sacrificio, pero para ello hay que hablar y sobre todo actuar con claridad y honestidad de criterio. El pueblo ya no cree en fórmulas mágicas ni mesiánicas tenemos que acelerar urgentemente la toma de decisiones y dinamizar cuanto antes las acciones que permitan soluciones a muy corto plazo, el hambre se está comiendo a sí misma y la desesperación cunde en los sectores más empobrecidos. Urge en estos momentos orientar políticas para que las áreas sociales desasistidas accedan al proceso productivo y puedan convertirse en usuarios reales de los servicios públicos que el Estado debe proporcionarle. Será imperativo e insoslayable promover novedosos conceptos que permitan el establecimiento de lo privado social y de lo público no estatal para encarar soluciones compartidas que con tanta vehemencia se reclaman.
En el horizonte se confunden las imágenes y no se percibe claramente una visión nítida de la realidad, por ello tenemos la necesidad de agudizar nuestros sentidos e instintos, estimularlos al máximo para evitar confundirnos con el falso espejismo de la vorágine social de nuestros días, que como canto dulce de sirena nos atrae para someternos a sus designios, sin percatarnos del grave peligro que corremos. Ojalá que ahora la dignidad y el libre pensamiento de un pueblo apesadumbrado y mancillado últimamente, no se someta ante la gigantesca tormenta publicitaria que sin rubor ni medida alguna pretende hipnotizar la conciencia de la gente necesitada. Nunca en su historia Venezuela había sido víctima del pillaje y la depravación moral más grosera como ahora. Atrás quedaron Guzmán Blanco y Cipriano Castro ante los desafueros de la descontrolada incontinencia verbal y mental del hijo más mentado de Sabaneta, quien en medio de tanta abundancia y corrupción ha sometido al mismo pueblo que lo encumbró a un vergonzoso e injusto retroceso socialista.