Por Alfredo Cantero
ABC Digital
Nicanor Duarte Frutos y Lino César Oviedo han de ser los dos caudillos más dañinos del Paraguay de los últimos tiempos. Uno, desde su cargo de general de ejército atropelló todos los principios que rige a esa institución castrense y la misma Constitución haciendo alegremente campaña política a favor del Partido Colorado. Fue señalado como el principal responsable de aquel robo de las internas coloradas del ’92 con nefasta consecuencia para la democracia y la República.
El mismo presidente que impuso lo desplazó de su cargo por una confusa pelea que habría tenido como fondo intereses personales. Una vez candidato de su partido, Juan Carlos Wasmosy y unos cuantos generales políticos no tuvieron mejor idea que convertirlo en una víctima con una absurda e ilegal resolución del tribunal militar extraordinario.
Ni bien triunfó su delfín, lo obligó a indultarlo. Tan precipitada acción dio la plataforma a sus enemigos para enhebrar los hilos de una conspiración que terminó tiñendo de rojo la página en nuestra historia reciente.
Desde entonces no dejó de ocupar las páginas de los diarios como los espacios radiales y televisivos hasta que finalmente volvió al país con una sarta de casos judiciales.
Para su fortuna surgió la candidatura de Fernando Lugo y Nicanor encontró en él la pieza clave para dividir la fuerza del obispo. Así que ordenó a los jueces a acelerar los casos para liberarlo de inmediato. El tiro le salió por la culata al liberador, pero los que saben aseguran que hubo un pacto por escrito entre ambos para resarcir los favores recibidos.
Uno de los pagarés se rompió con la orden al presidente del congreso Enrique González Quintana para tomar juramente, donde sea y como sea, a Duarte Frutos. Así lo hizo y generó la primera escaramuza en el Senado y un sacudón para el gobierno de Fernando Lugo.
Por otro lado, para mirar la huella de Duarte Frutos en su paso por el gobierno ni falta hace enumerar su desastrosa gestión: será suficiente recorrer las páginas de los diarios con las fotos de los cientos de vehículos, computadores, aires acondicionados, máquinas destrozadas que dejaron en los entes públicas.
Por si fuera poco, el hombre se empeñó en hacer trizas la Constitución Nacional. Sin importarle que era su única y exclusiva obligación dedicarse a la administración del Estado, obligó a los jueces electorales a inscribirle para presidir la Junta de Gobierno. Burlándose de la ciudadanía, esos magistrados dijeron que puede candidatarse, pero no puede asumir el cargo. La Corte Suprema de Justicia no solamente avaló lo resuelto por los jueces electorales, sino le permitieron asumir en simultáneo la presidencia de la ANR y la de la República.
Luego ya tomó como hobby la violación de la suprema ley de la Nación. Le importó un rábano que la Constitución le imponga que una vez concluido su mandato será senador vitalicio. Así que de nuevo entró en acción el tropel de jueces incondicionales y sacaron sendas resoluciones que le abrieron el camino para ubicarse primero en la lista sábana de su partido.
Como vemos, Lino y Nicanor tienen una brillante trayectoria en socavar los cimientos de la República. Ahora están estrechamente unidos, prestos para dificultar por todos los medios al gobierno recientemente inaugurado y que se propone cambiar ese perverso sistema de sometimiento que tiene al país en la más absoluta miseria.
Son de diferentes partidos, pero solo de fachada, porque en el fondo son de la misma estirpe republicana. Así que no sería nada extraño que, como en muchos pasajes de su historia, un general sea el salvador del Partido Colorado. Veremos.