Por Diego Márquez Castro
Correo del Caroní
"A la manía burocrática de convertir al Estado en nuestro padre se le llama comúnmente paternalismo". Fernando Savater
Es indudable que la tendencia del actual régimen venezolano se orienta definitivamente hacia un estatismo que pretende abarcarlo todo. Y, cuidado, ese todo implica la intromisión del Estado y sus agentes en la vida pública y privada de los venezolanos. Al hacer esta afirmación no estamos expresando ni un infundado temor ni una interesada presunción: los hechos lo comprueban.
En este decenio rojo el discurso oficial siempre ha insistido en el tema y la práctica administrativa lo ha respaldado con hechos. Si revisamos lo sucedido en este país en este período encontraremos invasiones a la propiedad privada avaladas abiertamente por el poder ejecutivo y secundadas mansamente por los otros poderes públicos; asimismo, la lista nos hablará de expropiaciones, confiscaciones, puniciones fiscalistas, exclusiones, leyes habilitantes, intentos de reforma constitucional, en nombre del omnímodo, omnipresente, omnisapiente, omnívoro, omniparlante, omnipoderoso... Estado convertido en deidad.
El tema del estatismo ha sido enfocado por numerosos pensadores desde posiciones plurales. Tocqueville, por ejemplo, al aludir al Estado como prodigador de "seguridades" al ciudadano a cambio de la entrega de su libertad personal, manifiesta con sobrada preocupación: "¿Qué me importa que exista una autoridad siempre alerta, que vela porque mis placeres sean tranquilos, que vuele delante de mis pasos para apartarme de todos los peligros, sin que yo no tenga siquiera que pensar en ello; si esa autoridad, al mismo tiempo que aparta las menores espinas a mi paso, es dueña absoluta de mi libertad y de mi vida; si monopoliza el movimiento y la existencia, hasta el punto que es preciso que todo languidezca a su alrededor cuando ella languidece, que todo duerma cuando ella duerma, que todo perezca si ella muere?".
La reflexión de Tocqueville lleva a contemplar la situación del ciudadano en los estados de corte totalitario. Si analizamos las propuestas del fascismo, el nazismo, el comunismo y sus derivados y mezcolanzas endógenas, como expresiones de sistemas políticos omnímodamente estatistas, podremos darnos cuenta que en éstos la condición de ciudadano no existe como tal sino que busca ser sustituida por la de camarada, compatriota, compañero; luego, sus derechos cívicos se diluyen en esa macroestructura dominante llamada Estado, el cual dispone de su existencia desde el momento que nace hasta que muere a condición de que como "hombre nuevo" se desprenda de su carácter de ser libre y se convierta en un número, en una ficha, en una pieza más del engranaje. George Orwell en su novela "1984" describió esa situación con trazos profundamente dramáticos.
El socialista utópico Proudhon escribió en el siglo XIX con un sentido profético sobre lo que significaría estar sometido a un Estado todopoderoso: "Ser gobernado es ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado, censurado, mandado por seres que no tienen ni título, ni ciencia, ni virtud." Habla aquí de lo que hoy se llama "mediocracia", que unos interpretan como la dictadura de los medios, pero que en realidad es la tiranía de los mediocres, ramplones, ignorantes, arribistas, que llegaron al poder para disfrutarlo a su favor aplastando a los ciudadanos, ejemplos sobran. Pero sigamos con el pensador citado: "Ser gobernado significa en cada operación, en cada transacción, ser anotado, registrado, censado, tarifado, tallado, cotizado, patentado, amonestado, enmendado, corregido. Es, bajo pretexto de utilidad pública y en nombre del interés general, ser expuesto a contribución, desollado, explotado, monopolizado, depredado, mistificado, robado". También hace referencia a la maquinaria represiva que se ceba y se aplica a la disidencia: "A la menor resistencia, a la primera palabra de queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, acosado, maltratado, aporreado, desarmado, agarrotado, encarcelado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, sacrificado, vendido, traicionado". Y aun cuando Proudhon no llegó a conocer las manipulaciones mediáticas de los sistemas totalitarios, sin embargo, las avizoró en las siguientes palabras: "Y, para colmo, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado". Cualquier parecido con un país llamado Venezuela, es pura casualidad.
El filósofo Baruch Spinoza, en su "Tratado teológico-político" ofrece un conjunto de interesantes precisiones en torno al deber ser del estado: "De los fundamentos del Estado se deduce evidentemente que su fin último no es dominar a los hombres ni acallarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario libertar del miedo a cada uno para que, en tanto que sea posible, viva con seguridad, esto es, que conserve el derecho natural que tiene a la existencia, sin daño propio ni ajeno". Aquí Spinoza está dejando muy claro el derecho que todos tenemos a la libertad personal y a la propiedad. Lo que viene a continuación es una clara respuesta a los sistemas políticos que buscan domesticar ideológicamente al hombre: "Repito que el fin del Estado no es convertir a los hombres de seres racionales en bestias o en autómatas, sino por el contrario que su espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus funciones y hagan libre uso de la razón sin rivalizar por el odio, la cólera o el engaño. El verdadero fin del Estado es, pues, la libertad".
Concluimos con una cita de Fernando Savater ante el culto y la adoración al dios Estado: "¿A quién debemos obedecer? ¿En qué debemos obedecer? ¿Hasta cuándo y por qué tenemos que seguir obedeciendo? Y, desde luego, ¿cuándo, por qué y cómo habrá que rebelarse?".