Por Carroll Ríos
Siglo XXI
The Economist describe la semana pasada como la “semana negra”, debido a la crisis financiera, surgida de los disturbios en el mercado de bienes raíces en Estados Unidos. Cayeron Bear Stearns y Lehman Brothers y el Gobierno estadounidense rescató a Fannie Mae, Freddie Mac y a la aseguradora más grande del mundo, AIG. La crisis es tan severa como compleja. ¡Algunos predicen que la intervención estatal le costará al tributario estadounidense arriba de $1 billón (trillion)!
Tienden a dejarnos perplejos los comentarios vertidos por expertos e inexpertos. Una dificultad es que los economistas más citados por los medios se contradicen unos a otros en sus interpretaciones. Es atinado el llamado de algunos académicos a repensar cuatro conceptos que se están repitiendo como mantras. Se argumenta que la crisis fue provocada por la ausencia de la regulación y la codicia de los banqueros.
Además, se afirma que la intervención estatal era inevitable y marca el fin del capitalismo.
No es cierto que la crisis haya surgido porque, como repite un editorial aquí en Guatemala, “no había reglas, o simplemente no se aplicaban”, ni porque el sector haya sido completamente “desregulado” en los años noventas. El sector financiero ha sido y sigue siendo regulado. Señala Russell Roberts, por ejemplo, que el Gobierno impulsó a Freddie Mac y Fannie Mae a “privatizar sus ganancias y socializar sus pérdidas”.
Se fortaleció la “Ley para la Reinversión de la Comunidad”, que instó a los bancos a otorgar préstamos hipotecarios a personas que el sistema hubiera rechazado previamente. En todo caso, las regulaciones existentes se contradicen entre sí y crean incentivos perversos.
Entre otros, Barack Obama y John McCain atribuyen la crisis a la codicia o avaricia en Wall Street. La respuesta del Dr. White es: “Si un número inusualmente alto de aviones se choca en una semana, ¿le echamos la culpa a la gravedad? No. La codicia, como la gravedad, es una constante. No explica adecuadamente por qué han habido más choques en esta semana que en otras”.
La “inevitabilidad” de la intervención estatal y su naturaleza también es cuestionable. Siempre existen políticas públicas alternativas. El Gobierno pudo no haber intervenido, o pudo haberlo hecho de una forma distinta o mejor. El tiempo dirá. Aun quienes defienden las medidas tomadas por las autoridades estadounidenses, reconocerán que es inexacto pintarlas como el único callejón sin salida.
Finalmente, ¿estamos frente al final del capitalismo? Es cierto que las depresiones y otras crisis económicas tienden a alimentar la desconfianza de los mercados y los llamados a las nacionalizaciones y al proteccionismo. Por ello, Donald Boudreaux recomienda la lectura de Depresión, Guerra y Guerra Fría, escrita por Robert Higgs, un economista historiador cuya exploración exhaustiva del tema le lleva a concluir que las “simpatías socialistas” contribuyeron a empeorar, no mejorar, la Gran Depresión. Es imprescindible que hagamos una lectura correcta y reflexiva de esta situación.