Por Federico Steinberg
Infolatam
Madrid - Ya no cabe duda. Tras la quiebra de Lehman Brothers, la compra de Merrill Lynch por Bank of America y el rescate de la aseguradora AIG por el Tesoro estadounidense (rescate que se suma a los de Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac) podemos decir que nos encontramos ante la mayor crisis financiera desde el crack del 29.
La Gran Depresión llevó a América Latina a aislarse del mercado mundial porque Estados Unidos y Europa redujeron drásticamente sus importaciones de productos primarios, dejando a los principales agro-exportadores de la región sin su principal fuente de demanda y sin divisas para pagar las importaciones. La respuesta fue la estrategia de desarrollo por sustitución de importaciones, sólo abandonada tras la crisis de la deuda y la década perdida de los ochenta. Hoy nos preguntamos cuál será el impacto de la actual crisis financiera en América Latina. Aunque todavía no lo sabemos, las principales economías de la región están mucho mejor preparadas que en el pasado para hacer frente a una crisis financiera con origen externo, por lo que el impacto debería ser limitado, a menos, claro está, que esta crisis se traduzca en un completo colapso del sistema financiero internacional del que nadie pueda escapar.
Recientemente la CEPAL confiaba en que América Latina crecería en 2008 al 4,7% y completaría su sexto año consecutivo de fuerte expansión, algo no visto desde hace cuatro décadas. Los últimos acontecimientos obligarán a revisar estas cifras a la baja porque los vínculos de América Latina con el exterior son suficientemente intensos como para que la crisis se transmita a la economía real mediante el canal financiero. Esto significa que habrá menos liquidez y más restricción del crédito, el endeudamiento se encarecerá, las bolsas experimentarán mayor volatilidad y las quiebras y reestructuraciones de las grandes instituciones financieras norteamericanas darán lugar tanto a cancelación de operaciones como a pérdidas directas. Además, la desaceleración (o recesión) en Norteamérica, Europa y Japón reducirá la demanda externa, con el consiguiente impacto negativo sobre el sector exterior.
Ahora bien, aunque cada país se encuentra en una situación diferente, comparten una mayor solidez económica que permitirá amortiguar el impacto de la crisis en vez de amplificarla, como sucedía en el pasado. Primero, los niveles de deuda pública y externa son sostenibles y tanto la dependencia de la financiación externa como el endeudamiento en moneda extranjera son muy inferiores a los que existían cuando estallaron las anteriores crisis. Si a esto sumamos los elevados niveles de reservas de los bancos centrales, la mayor fortaleza del sistema bancario y los todavía altos precios de los alimentos y la energía es poco probable que se produzcan fugas de capital y fuertes depreciaciones del tipo de cambio que se traduzcan en crisis financieras y bancarias internas como las del 1994-95, 1997 o 2001.
Segundo, la mayor riqueza de la región y la diversificación de las exportaciones hacia otras economías emergentes permitirán sustituir parcialmente la menor demanda estadounidense por demanda interna y asiática, lo que se traducirá en una menor caída de la actividad. Además, la solidez fiscal (alimentada hasta ahora por el boom de las materias primas) abre la posibilidad de que los gobiernos empleen medidas fiscales contra cíclicas.
Por último, las reformas y el pragmatismo político de los últimos años han mejorado sensiblemente las expectativas que tienen los inversores, tanto nacionales como extranjeros, sobre la mayoría de los países de la región (Venezuela, Bolivia y algunos otros son las excepciones que confirman la regla). Este efecto psicológico, aunque difícil de cuantificar, es sin duda una de las grandes diferencias que caracterizan a la situación actual.
En definitiva, la crisis financiera global tendrá su impacto en América Latina porque no existe una completa desvinculación entre las economías ricas y las emergentes. Pero la fortaleza económica e institucional que ha adquirido la región en los últimos años permite ser más optimista que en el pasado.