Por Mary Anastasia O'Grady
The Wall Street Journal
De los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, uno promete expandir las oportunidades de comercio internacional para los fabricantes y consumidores estadounidenses. El otro prefiere aumentar las barreras que ya existen en el comercio global.
Para América Latina, el libre comercio el tema más importante de la campaña. Si gana, el candidato republicano John McCain dice que llevará el hemisferio occidental hacia un comercio más libre. En cambio, el candidato demócrata Barack Obama ha prometido que diseñará una política de comercio más proteccionista frente a los vecinos latinoamericanos de EE.UU. McCain mejorará la integración económica de la región, mientras que Obama intensificará el aislamiento de Latinoamérica.
Nuestra columnista Mary O'Grady habla con James Freeman y asegura que los países latinoamericanos necesitan una victoria de John McCain. (En inglés).
Cualquiera que haya leído algo de historia del siglo XX sabe cuán seria es esta división. La última vez que Washington adoptó una postura proteccionista frente a sus vecinos del sur fue en 1930, cuando el Congreso aprobó los aranceles Smoot-Hawley. Empezar a salir de ese agujero costó más de 50 años.
Muchos economistas culpan a Smoot-Hawley por la profundidad de la depresión que sufrió EE.UU. Los latinoamericanos, sin embargo, han sufrido incluso más y por un período más prolongado. Sus líderes optaron por emprender represalias mediante sus propios aranceles proteccionistas. Pero el daño no terminó ahí.
En su libro de 1995 Crisis y Reforma en América Latina, el profesor de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) Sebastián Edwards escribe que pese a que hubo un breve período de liberalización en Argentina, Brasil y Chile a finales de los años 30, no duró demasiado. Las condiciones adversas impuestas por la Segunda Guerra Mundial forzaron a las autoridades de la región a restaurar los aranceles, con la esperanza de que el proteccionismo estimularía el desarrollo económico.
"Hacia finales de los años 40 y principios de los 50", escribe Edwards, "las políticas proteccionistas basadas en la sustitución de importaciones estaban muy arraigadas y constituían, de lejos, la perspectiva dominante". La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un organismo de Naciones Unidas, "aportó el fundamento intelectual para la postura proteccionista".
El proteccionismo sumió a la región en el desastre, no sólo porque la ola de aranceles y las barreras no arancelarias bloquearon las importaciones y destruyeron el sector exportador, sino porque provocaron el aislamiento intelectual a medida que la información y las nuevas ideas que fluyen de la mano del comercio se agotaron, junto con las elecciones de los consumidores y la competencia. También hubo un efecto nocivo sobre la política, a medida que las economías cerradas generaron importantes intereses que se apoderaron no sólo del poder económico, sino también del político, para luego enraizarse.
Según Edwards, fue sólo a finales de los 80 y principios de los 90 que los líderes de EE.UU. y América Latina (sin incluir a Chile, que ya se había liberalizado para entonces) empezaron a reconocer las consecuencias inesperadas de este modelo (pobreza e inestabilidad) y decidieron tomar cartas en el asunto. "Los aranceles fueron drásticamente reducidos, muchos países eliminaron completamente las licencias de importación y prohibiciones, y varios países empezaron a negociar acuerdos de libre comercio con Estados Unidos".
En 1993, México y Canadá firmaron con EE.UU. el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pero el proceso de apertura regional continuó hasta bien entrada esta década. El acuerdo bilateral entre EE.UU. y Chile entró en efecto en 2004. Cinco países centroamericanos y la República Dominicana firmaron su propio acuerdo, el Cafta, con EE.UU. en 2006. El TLC de Perú con EE.UU. quedó listo negociar en 2007. Colombia y Panamá han firmado acuerdos con EE.UU. que esperan la ratificación por parte del Congreso estadounidense.
Es cierto que una apertura unilateral habría sido un mejor camino. Pero, debido a varias razones (como la atracción política de la reprocidad), los TLC se han puesto de moda. No cabe duda que los acuerdos de libre comercio, pese a todas sus fallas, han contribuido al desmantelamiento de las barreras comerciales, han reforzado el imperio de la ley y empujado la región en la dirección de un capitalismo democrático.
McCain quiere que EE.UU. mantenga su papel de liderazgo en la apertura de los mercados de la región. Está a favor de la ratificación de los TLC con Colombia y Panamá, los cuales siguen estancados en un Congreso controlado por los demócratas. También quiere levantar el arancel de US$0,54 sobre el etanol brasileño y preservar el Nafta.
A su vez, Obama revertiría el progreso del comercio regional. El candidato demócrata es partidario de la oposición liderada por Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., al TLC con Colombia, pese a que el tratado abriría nuevos mercados a los exportadores estadounidenses. Promete "mantenerse firme" ante los pactos como el Cafta y propone exigir una renegociación del Nafta, la cual podría interrumpir las cadenas de suministro en América del Norte y dañar la economía estadounidense. Al imponer nuevas regulaciones laborales y medioambientales sobre nuestros socios comerciales, su propuesta de "comercio justo" incrementará los costos para nuestros socios y reducirá su competitividad.
Tal vez lo peor de todo es que su tendencia anticomercio puede ser una señal para la región de que el proteccionismo vuelve a estar en boga en EE.UU. y encender nuevas guerras comerciales. De eso no puede salir nada bueno, ni para EE.UU. ni para América Latina.