Por Alcadio Oña
Clarín
A las calladas, el Gobierno parece haber tomado un vuelo hacia la ortodoxia económica. Algo parecido a un Plan B propio, como el que Cristina Kirchner le recomendó a las potencias del Primer Mundo.
Planchar el dólar y levantar las tasas de interés son parte de las recetas antiinflacionarias del palo ortodoxo. Nunca antes habían aparecido en el menú kirchnerista; al contrario, se las descalificaba redondamente.
El aumento de las tarifas de luz y gas es, también, una novedad de este tiempo. Apunta a contener la escalada de subsidios, a achicar la enorme factura energética: un toque de ajuste fiscal, al fin.
Y aun cuando sean hijos de la necesidad y de una pretendida reinserción en el mundo, en el mismo lote entran la reapertura del canje y la reprogramación de otras deudas, que le reportarán imprescindibles fondos frescos al Gobierno. Más la movida, de apuro y bastante improvisada, con el Club de París.
Nuevamente, ni los denostados holdouts, ni el pago al Club de París figuraban hasta hace bien poco en la agenda kirchnerista. Y menos mentar las ventajas de reinsertarse en el mundo, como de repente se hace.
Pero así no se lo acepte y el pregón sea otro, no parece pura casualidad que el vuelo hacia la ortodoxia ocurra en simultáneo con la imponente crisis financiera internacional.
Intramuros, lo que también se advierte es una desaleceración de la actividad industrial. Se va perfilando, así, eso que el Gobierno consideró una machacona e inaceptable pretensión de ideólogos liberales: el enfriamiento de la economía.
La producción fabril creció 6,2% en los primeros ocho meses del año, respecto del mismo período de 2007. No parece una mala performance, salvo que el grueso se sostiene en el sector automotriz y luego en el metalúrgico. Si se los excluye del cuadro, la fotografía muestra otra realidad.
Fue lo que hizo la consultora Economía y Regiones (E&R), en un trabajo de estos días. Sin autos y metalurgia, la industria creció apenas 2,4%. Aplicando el mismo procedimiento, la cuenta había dado 5,9% en los ocho primeros meses del año pasado. En dichos de E&R, esas ramas están "camuflando" el desempeño general.
Pasa que hay sectores que crecen menos que en 2007. Otros, bantante menos. Y unos cuantos que directamente caen: metalmecánica sin autos, textiles y petroquímica, entre ellas. Lo que esta foto muestra es un comportamiento muy desparejo de la producción; si se prefiere, que la mayoría de sus componentes está en repliegue. Agregada la ralentización de las importaciones de máquinas y bienes de consumo, el horizonte industrial ya no luce igual que un año atrás.
El enfriamiento de la economía sobrevino de hecho, a causa de una también perceptible retracción del consumo.
Una paradoja pariente del mismo proceso es que también empezó a desacelerarse la inflación: se entiende, la verdadera; no la del INDEC, que nunca se aceleró. Si hasta es posible el milagro de que pronto el índice de precios oficial se parezca a la realidad. Pero seguirá siendo muy poco fiable, mientras no se haga nada para recuperar la confianza en el organismo: no porque ese sea un reclamo del Fondo Monetario, el Banco Mundial y los bonistas, sino porque es claramente una necesidad interna.
Si el INDEC es una causa perdida, en el mundo empresario hay por lo menos otro par de puntos que pretenden agregar al nuevo plan de vuelo del Gobierno. Uno es que contenga las presiones salariales: las actuales y las que sobrevendrán con las paritarias de 2009. Otro, reforzar los controles sobre el gasto público, o sea, ir adelante con un ajuste fiscal más potente.
Seguirá suelta, en cualquier caso, una variable temible: la crisis financiera internacional. Si Estados Unidos y Europa no logran ponerle piso y al final se impone la ley de la crisis, el peligro a la vista es un crac económico global. Que pegará fuerte e inevitablemente aquí, por más que se haya gestado allí.
Ciertamente, la Argentina está mucho mejor protegida, pero, de verdad, ya nadie puede pretenderla aislada de un terremoto semejante. Por de pronto, lo que pasa en Brasil no resulta ajeno. Y el derrumbe incontenible de bonos y acciones en el mercado local ya es pérdida de riqueza, así uno no tenga bonos ni acciones.
El mundo puede estar muy necesitado de alimentos, aunque, según se ve, eso tampoco deja a salvo el precio de los granos. Al revés, puede potenciar la sojadependencia argentina. Nada raro es que, a contramano del discurso oficial, el Gobierno haya reforzado su equipo de finanzas. El punto es, nuevamente, si esto que pasa ya no empieza a ser, ahora mismo, una crisis de las economías.