Por Peter Baker
The New York Times - La Nación
NUEVA YORK.- El invierno anterior a la asunción de Franklin D. Roosevelt fue uno de los momentos más oscuros de la Gran Depresión. Mientras una corrida bancaria amenazaba el frágil sistema financiero, Herbert Hoover intentaba convencer a su sucesor de que firmara una declaración conjunta que decretara el cierre de los bancos. Pero el presidente electo le dio la espalda.
Dos días después de asumir, Roosevelt ordenó el mismo feriado bancario que Hoover había propuesto.
Quizás haya sido apropiado que, 75 años después, la Casa Blanca se convirtiese en escenario de otra dificultosa danza política entre líderes pasados y futuros que enfrentan una crisis económica aplastante.
En esta oportunidad fueron tres cuasi presidentes los que se sentaron a la mesa: el hombre que técnicamente tiene todavía el puesto, pero que no logra que nadie lo escuche, y otros dos que suscitan la atención de todos, pero que aún no tienen el cargo.
La reunión entre George W. Bush, el senador John McCain y el senador Barack Obama pone de manifiesto el grado de fragmentación del poder que hay hoy en las altas esferas de la política, un vacío de liderazgo que complicó el camino hacia el consenso en una semana de gran agitación en Wall Street.
Si Bush pensaba que al convocar a los dos principales candidatos lograría un rápido acuerdo bipartidario para apoyar su propuesta de salvataje de 700.000 millones de dólares, rápidamente aprendió lo difícil que sería con las elecciones a la vuelta de la esquina.
El resultado de la reunión es una incertidumbre aún mayor sobre a quién hay que seguir. "Hay un vacío de poder; nadie está al mando", afirma Pat Caddell, que fue consejero del presidente Jimmy Carter. "El país no está esperando que él los guíe," dijo en referencia a Bush. "Y el Congreso no podría dirigir ni una búsqueda del tesoro."
El problema para Bush es que tiene todas las armas de la Casa Blanca, pero no toda la autoridad. Incluso algunos de sus propios colaboradores admiten que los estadounidenses cambiaron de canal hace mucho tiempo. La rebelión contra su plan de salvataje en el seno del bloque republicano de la Cámara de
Representantes la semana pasada puso en evidencia las dificultades que tiene el presidente para encolumnar y disciplinar a la tropa de su propio partido.
Tal como señaló con crudeza pero con claridad Ed Rollins, el jefe político de la Casa Blanca durante el gobierno de Ronald Reagan: "Este no es un gobierno de pato rengo. Es un gobierno de pato muerto".
Si bien el tiempo que le queda a Bush en el cargo es corto, tampoco es tan corto. En determinado momento, Obama se refirió a sí mismo y a McCain como "la persona que en aproximadamente 40 días deberá hacerse cargo de este lío".
No es tan así. La semana pasada, a Bush le quedaban todavía 4 meses en el poder, e incluso después de las elecciones, el presidente electo tendrá que esperar hasta el día de la asunción.
¿Cuál es, entonces, el papel que debe desempeñar mientras tanto un futuro presidente? McCain decidió actuar de frente y suspendió su campaña electoral para regresar a Washington, con la ostensible intención de ayudar a cerrar un acuerdo. Es la misma táctica que tanto le sirvió hace unos días, cuando canceló la apertura de la convención republicana y con aire presidencial se dirigió a Nueva Orleáns, azotada por el huracán Gustav.
Obama eligió despegarse un poco más del problema asistiendo a la reunión de la Casa Blanca y manifestando su punto de vista sobre el salvataje sin mostrarse como un líder de facto. Si éste es un problema de Bush, Obama parece dispuesto a dejar que el presidente saliente se haga cargo de la situación.
Y Obama es muy consciente de que el rescate es una pesada herencia que podría impedirle poner en práctica su propio plan de gobierno.
Liderazgo incierto
Esta sensación de liderazgo incierto no es nueva en la historia de Estados Unidos, pero suele producirse después de las elecciones, cuando ya ha sido ungido un nuevo presidente, y no antes. El interregno entre Hoover y Roosevelt nos ofrece un interesante caso testigo.
Roosevelt no quería hacerse cargo de los problemas de Hoover o de sus propuestas, y quería que el país percibiera un cambio tajante cuando asumiera la presidencia. Hoover hizo todo lo posible por formar un frente común con Roosevelt, pero éste siempre lo ignoró y le dio la espalda.
La noche anterior a la asunción de Roosevelt, en marzo de 1932, Hoover hizo un último y fútil esfuerzo por lograr su apoyo para decretar el feriado bancario. "Ni muerto", contestó aparentemente Roosevelt.
Hoover estaba tan enojado que al día siguiente, camino a la asunción de Roosevelt, no le dirigió la palabra.
Después Roosevelt siguió adelante y ordenó el cierre de los bancos por cuatro días.
Y Roosevelt no fue el único. Después de ganar las elecciones de 1860, Abraham Lincoln guardó silencio mientras los estados del Sur se desprendían uno tras otro de la Unión y dejó el tema en manos de su predecesor hasta el día de su asunción.
"Lincoln estaba bajo mucha presión para que diera su opinión", afirma Doris Kearns Goodwin, quien ha escrito biografías tanto de Lincoln como de Roosevelt. "Pero también sintió que era importante esperar a estar en el cargo para hacer las cosas a su manera, aun cuando mucha gente pensara que no decir nada era una falta de responsabilidad."
En tiempos de Lincoln y Roosevelt, el período de transición era mucho más largo que hoy. Pero decir "yo todavía no" ya no sirve como antes. Los votantes, los medios y el resto de espectro político esperan liderazgo, algo que pudieron apreciar, sin duda, Obama y McCain la semana pasada.
"El próximo presidente será el que tenga que implementar el acuerdo", dice Ron Kaufman, asesor del ex presidente George H. W. Bush. "Para eso ya debería tener un pie en la Oficina Oval. Y éste no es ni remotamente el caso."
Además, tanto McCain como Obama son senadores con un papel que cumplir más allá de sus aspiraciones presidenciales. Al final, cerrar un acuerdo con Irak parece más fácil que cerrar un acuerdo con los todavía cuasi presidentes.
Traducción: Jaime Arrambide