Por Rómulo López Sabando
Expreso de Guayaquil
“Usted no puede crear prosperidad desalentando la iniciativa propia. No puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte. No puede ayudar a los pequeños, aplastando a los grandes. No puede ayudar al pobre, destruyendo al rico. No puede elevar al asalariado, presionando a quien paga el salario. No puede resolver sus problemas mientras gaste más de lo que gana. No puede promover la fraternidad de la humanidad, admitiendo e incitando el odio de clases. No puede garantizar seguridad con dinero prestado. No puede formar el carácter y el valor del hombre quitándole su independencia (libertad) e iniciativa. No puede ayudar a los hombres permanentemente, realizando por ellos lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos”. (Abraham Lincoln 1809/1865).
Lucía Oliveros, destacada intelectual, anota que el autor de estas profundas y hermosas ideas de derecho, política, economía y buen vivir, “fue Jefe de Correos que estudió Derecho. A los 25 años fue electo diputado, que ejerció por 7 años. Connotado por su honradez y eficiencia siempre estuvo contra la esclavitud. A los 35 años lo nominaron al Congreso Federal y a los 52 años fue electo presidente de los Estados Unidos. Su elección dio impulso a la guerra de secesión y a la guerra civil. En 1863 proclamó la independencia de los esclavos. Cinco días después de haber sido reelecto presidente de los Estados Unidos, fue asesinado”.
Profundamente modesto y sincero, afirma Armando de la Torre. Creía en la libertad y dejó para la historia política la mejor pieza oratoria. Es un documento de fuerza maravillosa y de una invitación a “no fabricar la casa democrática sobre las arenas movedizas de la esclavitud de una parte de la humanidad”. En tan sólo tres minutos, diez oraciones, menos de 300 palabras y escrito a mano en un par cuartilla, creó la pieza oratoria política de más grande impacto (19 de noviembre de 1863).
Es la mejor síntesis sobre la libertad, la democracia y la igualdad ante la ley. Y, como lo dice Lincoln en su discurso en Gettysburg, en muy poco tiempo la gente habrá olvidado lo que se dijo en el campo de batalla, asegura Armando de la Torre.
“Hace 87 años, nuestros padres fundaron, en este continente, una nueva nación cuya base es la libertad y la proposición de que todas las personas son creadas iguales.
Ahora estamos envueltos en una gran guerra civil, probando si esta nación, o cualquier otra nación así fundada, puede ser duradera. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos decidido dedicar una porción de este campo, como lugar de descanso final para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera sobrevivir. Es por tanto apropiado y correcto que lo hagamos.
Pero, por otra parte, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que pelearon aquí, ya lo consagraron, más allá de nuestras pobres facultades para añadir o quitar. El mundo notará poco, ni mucho tiempo recordará lo que decimos aquí, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos nosotros los vivos los que debemos dedicarnos aquí a la obra inconclusa que aquellos que aquí pelearon hicieron avanzar tan noblemente.
Somos nosotros los que debemos dedicarnos a la gran tarea que tenemos ante nosotros: que tomemos de estos honorables muertos una mayor devoción a la causa por la que dieron su última cuota de devoción, que tomemos la noble resolución de que estos muertos no han de morir en vano, que esta nación, protegida por Dios, nacerá de nuevo en libertad, y que este gobierno, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no perecerá jamás”
Y, como dijo Thomas Jefferson (1743/1826) “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.