La Gacerta, Tucumán
QUITO, Ecuador.- Como un mantra, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, repite una y otra vez que acabará con "la larga y triste noche neoliberal" que arruinó a su país y que su proyecto constitucional de corte socialista es la única vía para lograrlo. El primer paso parece haberse concretado.
Las predicciones de los sondeos se cumplieron ayer en el referendo para aprobar la reforma constitucional y el popular economista de 45 años se convirtió en el presidente más poderoso de la historia de la empobrecida nación andina, con una Carta Magna que le dará más control sobre la economía, las cortes y el Ejército. Además, lo habilita para continuar en el cargo por dos mandatos más.
"Hoy el Ecuador ha decidido un nuevo país", aseguró el carismático mandatario, al conocer el "sí" que el pueblo dio a su iniciativa en medio de la euforia de sus seguidores en la ciudad de Guayaquil. Sin embargo, sus adversarios creen que la nueva Carta Magna no es más que un "nuevo amanecer neopopulista" con el que Correa abrirá un período de hiperpresidencialismo y desmesuradas atribuciones ejecutivas para emular las políticas de su aliado venezolano Hugo Chávez.
Aunque analistas y colaboradores del mandatario aseguran que es un líder mucho más pragmático que el de Caracas y que enfrenta a una oposición mucho más débil y desorganizada que el boliviano Evo Morales, su carácter confrontativo le está generando problemas. Es religioso, pero está enemistado con la Iglesia Católica; es indigenista, pero mantiene constantes roces con los movimientos aborígenes; y proviene de una universidad privada, pero se encuentra enfrentado a esas instituciones.
Alineado con el "socialismo del siglo XXI" que propugna Venezuela y crítico pragmático de Estados Unidos, Correa suele defender la unidad sudamericana, pese a que este año protagonizó la mayor crisis regional al romper relaciones con Colombia por un ataque a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Ecuador. "Soy vehemente y apasionado; no arrogante ni prepotente", se defiende él.
Revolución ciudadana
Para ganar las elecciones presidenciales en enero de 2007, Correa acuñó "la revolución ciudadana" como sello político y un mensaje de ruptura con el pasado para ganarse el favor de los votantes, hastiados de la "partidocracia" tradicional y la corrupción pública. Su retórica nacionalista sobre los recursos naturales, sus incipientes controles sobre la economía y su constante amenaza de no pagar la deuda externa le granjearon un buen caudal de votos, pero atemorizaron a los inversores por el posible alcance de sus reformas socialistas.
La Constitución que impulsa ahora es una de las más largas del mundo. Y en sus 444 artículos sobran los objetivos que, según afirma, pondrán fin a la noche neoliberal. Justicia social; diversidad cultural; igualdad; protección del medio ambiente; refuerzo de la figura presidencial y, al mismo tiempo, más participación ciudadana; defensa de la soberanía nacional; salud y educación gratuitas; administración transparente y eficaz e incluso el derecho al "Sumak Kawsay", algo así como "buen vivir" en quechua, son algunos de los fines a los que debe consagrarse el Estado.
Aún se desconoce, sin embargo, como se implementarán en la práctica estos principios. Por el momento, lo que le espera a los ciudadanos (que ya fueron convocados cuatro veces a las urnas en dos años) es otra campaña electoral: en febrero se celebrarán unas elecciones que, de mantenerse la situación actual, volvería a ganar Correa.
La abrumadora mayoría que votó a favor de la reforma confirma, al menos, un proceso: el desmoronamiento del poder de las elites económicas tradicionales. Como en Bolivia o en Venezuela, Correa también apuntó a atraer a la mayoría disconforme del país a su proyecto político de una revolución civil. Ahora queda por ver si ese plan logra plasmarse en mejoras concretas para los ciudadanos.