Por Alejandro Alle
El Salvador
La precaria situación del sistema financiero estadounidense, así como el enorme y previsible contagio que está produciendo en las demás economías del planeta, no sólo ha ocasionado quebrantos económicos que afectan a justos y a pecadores, sino que le ha abierto la puerta a conclusiones equivocadas acerca de quiénes son los responsables de este nefasto fenómeno.
Al igual que en toda crisis, en algunas personas se generan sorprendentes olvidos acerca de las reales causas que la originaron…, produciéndose también revelaciones por cierto deprimentes sobre la verdadera capacidad de análisis que tienen varios gobernantes de la región latinoamericana.
Porque está a la vista de todos la forma torpe y vana con que algunos intentan ocultar, detrás de unas supuestamente férreas posiciones ideológicas (que serían incapaces de fundamentar…), su desconocimiento de la historia económica internacional, y de los elementos básicos del funcionamiento económico de una sociedad. Asumamos que lo hacen por ignorancia. Y no por mala fe.
Hipótesis ciertamente difícil de sostener en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, quien en la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada en Nueva York dijo con enorme desparpajo, avergonzando a quienes somos sus compatriotas, que "mientras el Primer Mundo se derrumba como una burbuja, la Argentina se mantiene firme en la marejada".
Dejemos de lado el mal gusto de celebrar las desgracias ajenas. Los problemas son serios, pero el Primer Mundo está lejos de derrumbarse. Pese a sus mal disimulados deseos.
Y convengamos que la figura de la marejada es buena. Lástima que quien la utilizó pareciera estar piloteando el Titanic, cambiando deudas con organismos internacionales que pagaban una tasa del 5% anual por bonos vendidos a Venezuela que pagan el 15% anual. Le dije, es difícil sostener la hipótesis de la ignorancia.
Pero entonces, ¿a qué carro hay que ladrarle? Al que originó la actual crisis financiera internacional, que fue detonada por: 1) la manipulación de las tasas de interés en los Estados Unidos, hecha por la Reserva Federal, y 2) la irresponsabilidad de las autoridades, también estadounidenses, que permitieron que los bancos de inversión, sujetos a regulaciones demasiado laxas, generaran instrumentos financieros exóticos que amplificaron la crisis.
Prueba de las fallas de la Reserva Federal es que Alan Greenspan manipuló las tasas de interés, llevándolas a la baja desde un nivel de 6.50% anual en diciembre de 2000 hasta el 1.00% anual en junio de 2003, "para impedir el enfriamiento de la economía mundial", medida que tuvo que revertir ante el exceso de crédito. Hubo ignorancia. O mala fe. Hasta aquí tenemos culpas estatales.
Naturalmente también hay culpables privados: las agencias calificadoras de riesgo, por ejemplo, acerca de cuya independencia y objetividad debieran hacerse profundas investigaciones en todo el mundo. Son las mismas que demasiado tardíamente se acordaron de señalar en forma crítica el hiper-déficit fiscal de Argentina de fines de los años 90.
En la lista de los culpables privados, sin dudas, están los bancos de inversión, con sus descontroladas apuestas, propias de Las Vegas. El zorro jamás cuidó el gallinero. Sería ingenuo creer que no hubo mala fe. Tenemos también, entonces, culpas privadas.
En este punto es oportuno recordar que Hank Paulson, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, que es quien actualmente está pidiendo 700,000 millones de dólares para arreglar el mundo, socializando pérdidas…, fue hasta hace dos años el principal ejecutivo del banco de inversión Goldman Sachs. Es lógico exigir un estricto monitoreo de su gestión.
Finalmente, el carro al cual tantos están ladrándole de forma equivocada, haciendo "fulbito para la tribuna", es la siempre vituperada economía de mercado, un mecanismo que tal como indicaba el Financial Times en su nota editorial del jueves pasado, titulada: "En aprobación de los mercados libres", no es una religión fundamentalista sino un método para asignar recursos que ha demostrado su valor una y otra vez a lo largo de los últimos 200 años.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.