Por César G. Calero
La Nación
Temerario y pendenciero, Ramón Arellano Félix, el gatillero más inquieto de Tijuana, murió como había vivido: rodeado de plomo. La policía acabó con él a balazos en la ciudad de Mazatlán en febrero de 2002. Años antes, uno de sus sicarios había dejado para la posteridad esta declaración judicial: "Estábamos un día en Tijuana sin nada que hacer y [Ramón] nos dijo: «¡Chingue su madre! Vamos a matar a alguien»".
Los capos del narcotráfico, como la familia Arellano Félix, llevan años matando gente en México. Años en los que han secuestrado a sus víctimas, las han torturado, tiroteado, decapitado y descuartizado antes de encajuelarlas (apiñarlas en el baúl de un auto) para certificar que practican todas las artes del crimen.
El lunes pasado, dos granadas de fragmentación explotaron en la plaza central de Morelia, atestada de gente, en plena celebración del Grito de Independencia. Murieron ocho personas y 130 resultaron heridas. Las primeras investigaciones apuntan al narcotráfico, que habría ampliado su guerra contra el Estado amedrentando a la población civil.
El narcoterrorismo irrumpiría así en México. Las analogías con la Colombia de los años 80 no han tardado en aflorar.
"No tengo dudas: es narcoterrorismo, un atentado inédito cometido en la tierra natal [el estado de Michoacán, cuya capital es Morelia] del presidente Felipe Calderón, donde se inició la guerra mediática y militar contra el narcotráfico. Estamos viendo un proceso gradual, ascendente y continuado", explicó a LA NACION Carlos Montemayor, escritor y analista político mexicano.
Para Montemayor, la situación actual guarda mucha similitud con la Colombia de los coches bomba de los años 80, durante la guerraentre el Estado y los narcotraficantes como Pablo Escobar. Y pone como ejemplo "la fuerza económica, social y armamentista del narcotráfico y la porosidad y corrupción de varios niveles políticos y de estructuras policiales, militares y administrativas".
En Colombia también se observan semejanzas. Daniel Samper, escritor y columnista del diario El Tiempo , considera que entre ambos procesos hay "más parecidos que diferencias".
"Me temo que ya está sucediendo en México algo que los colombianos conocimos: el fenómeno de un poder criminal que intenta corromper o sojuzgar por la violencia a quienes se le resistan", dijo a LA NACION.
Samper cree que el caso colombiano ofrece a México muchas lecciones negativas, "pero también muchas positivas". "Aunque se registró en esa época un índice atroz de violencia y se realizaron muchos intentos de corrupción, la mafia no llegó a manejar los destinos del país. Colombia no llegó a ser nunca un narcoestado ( ) y confío en que México tampoco llegará a serlo", subraya.
Cerco a Calderón
A Joaquín El Chapo Guzmán siempre le gustó el exceso. Cuando estaba preso en el penal de máxima seguridad de Puente Grande, en Jalisco, organizaba banquetes para 100 comensales. Hasta que un día se hartó de la buena vida y se fugó de su jaula de oro escondido en un carrito de la lavandería. Corría enero de 2001 y Vicente Fox había jurado su cargo como presidente de México sólo unas semanas antes. El fracaso de Fox en la lucha contra el narcotráfico quedaría patente al final de su sexenio.
El Chapo , jefe del cartel de Sinaloa, no sólo continúa prófugo, sino que se ha convertido en el capo más poderoso del país.
Calderón quiso encarar el problema a fondo, y para ello lanzó, hace dos años y medio, un ambicioso plan que incluía el despliegue de 26.000 soldados en los bastiones del narcotráfico. La respuesta no tardó en llegar. A sangre y fuego, los carteles de Sinaloa, Tijuana, Juárez, el Golfo y La Familia Michoacana, entre los más de 100 que operan en el país, vaciaron sus arsenales y entablaron una guerra sin cuartel en dos direcciones: contra el Estado y entre ellos mismos. El balance es desolador: más de 7000 muertos desde 2006, una cifra que parece extraída de un país en guerra.
Una de las hipótesis que barajan las autoridades mexicanas sobre la autoría de la masacre de Morelia es el reacomodo de los clanes de Michoacán en su guerra interna por el control de las rutas de distribución de la droga.
El cartel de La Familia domina la región desde hace unos años, pero ha sufrido golpes que lo han diezmado.
El atentado podría haber sido una venganza de grupos rivales, como Los Zetas (un antiguo aliado) o el cartel de Sinaloa, con el fin de atraer al ejército a la zona y frenar así los negocios de La Familia.
"No bajaremos la guardia", declaró enfáticamente Calderón hace unos días. Para retomar la iniciativa, el presidente, del conservador Partido de Acción Nacional (PAN), anunció nuevas medidas en la lucha contra el crimen organizado, como la confiscación de bienes a los capos de la droga.
Hasta ahora, como señala Montemayor, "la guerra contra el narcotráfico es sumamente errática". El narcotráfico mexicano es ya un monstruo de mil cabezas con redes en medio mundo, incluida la Argentina.
La semana pasada cayeron 175 miembros del cartel del Golfo en Estados Unidos e Italia, y salieron a la luz las conexiones de ese clan con la poderosa N drangheta calabresa. Según informes oficiales, los carteles mexicanos introducen ya el 90 por ciento de la cocaína que se consume en Estados Unidos, negocio por el que están dispuestos a intensificar la guerra contra el Estado.