Por Hugo Alconada Mon
La Nación
WASHINGTON.- El Capitolio dijo no ayer y le asestó un durísimo revés al presidente George W. Bush. Pero ¿a quién le importa, si el texano transita sus últimos cuatro meses en el Salón Oval? Más relevante es que tanto el demócrata Barack Obama como el republicano John McCain apoyaron el plan. Si éste es el liderazgo que muestran ahora, ¿qué cabe esperar después? Más aún, ¿y ahora, qué? ¿Cómo continuará la historia?
Si las palabras que mencionan los referentes de ambos partidos, la administración Bush y los rostros más visibles de las finanzas de este país sirven de algo, lo que anticipan es por demás inquietante: "colapso", "catástrofe", "derrumbe", "desastre", "depresión" y, sobre todo, "pánico".
El impacto de la crisis financiera se concentrará, sin duda, en los estadounidenses. Cada día se endeudan más con salvatajes parciales, casi parches que, combinados, superan ya los 900.000 millones de dólares, con cuentas que deberán pagar las siguientes generaciones.
Eso sin mencionar el desembolso que se frustró ayer, pero que demócratas y republicanos prometen revisar y someter a una nueva votación mañana o pasado. El que cayó era por 700.000 millones, lo que equivale a algo más que el producto bruto interno (PBI) anual de Turquía o dos veces y media el de la Argentina.
Semejante desembolso o uno similar, si se aprueba, incomoda a muchísimos norteamericanos casi tanto como a los grandes gurúes de la doctrina liberal de la economía.
¿Por qué desembolsar fondos públicos -es decir, de todos- para pagar la resaca de unos pocos? ¿Por qué socializar las pérdidas cuando las ganancias fueron privadas?
Ese fue el debate, siete años atrás, cuando fue la Argentina la que colapsó. ¿Quién olvida al entonces secretario del Tesoro, Paul O Neill, cuando anunció que no desembolsaría el dinero de carpinteros estadounidenses para financiar la corrupta fiesta criolla?
Esa visión es la que explica por qué fracasó ayer el paquete de ayuda.
"Los gatos gordos de Nueva York esperan que Joe el cervecero se la banque y pague por todo este sinsentido", clamó el legislador republicano por Texas Ted Poe al fundamentar su voto negativo.
Esa visión aún rige. Sí. Pero también es válido preguntarse qué ocurrirá si el Tesoro no abre su chequera.
Cada día, Estados Unidos amanece con la incógnita de qué banco, financiera o mutual puede caer.
Ayer fue el turno de Wachovia, uno de los mayores del país por su tamaño. Y aunque lejos están aún los ahorristas de entrar en pánico -y a nadie se le ocurre siquiera hablar de un "corralito"-, muchos incluyen en la lista de riesgo a gigantes como Goldman Sachs y Morgan Stanley.
"Cuando los inversores ya no confían en instituciones venerables como Morgan Stanley y Goldman Sachs, uno sabe que la crisis financiera es tan grave como puede ser", alertó el ahora reconocido economista Nouriel Roubini en su último análisis, antes de exponer que "la próxima etapa en este pánico [financiero] podría ser la madre de todas las corridas bancarias".
Ignorado durante años por sus pares, que no anticiparon o no quisieron anticipar la crisis que se venía, Roubini integró el equipo de asesores de la Casa Blanca cuando la ocupaba Bill Clinton, antes de convertirse en el moscardón que molestaba con sus alertas y pronósticos pesimistas.
Ahora sus peores sueños se han hecho realidad. "Estamos viviendo un clima de pánico generalizado y otra vez estamos ante el riesgo de un quiebre sistémico de todo el sistema financiero", advirtió.
Por eso es que no alcanzará con que el Tesoro y la Reserva Federal (Fed) lancen más y más remedios que mutan en placebos en cuestión de días u horas. Para Roubini, todas las grandes economías del mundo deberían reducir un punto porcentual sus tasas de interés de manera coordinada. Como apenas un primer y tentativo paso.
Su sugerencia induce otro rasgo patente de la crisis que nace. No afecta ni afectará sólo a Estados Unidos. Más vale que el resto del planeta termine sus preparativos, que debieron comenzar durante los años de bonanza. Porque ahora se avecinan vientos gélidos desde América del Norte.
Ejemplos sobran. Si no, que lo digan los grandes bancos con colocaciones más o menos inservibles en títulos estadounidenses. En el Reino Unido, Alemania, Bélgica, Holanda, Australia, Canadá o hasta Islandia.
Estados Unidos dejará de comprar muchos bienes y servicios que llegan de China, la India, Vietnam y América latina. Reducirá, también, su consumo de petróleo, con lo que decae el precio del barril y contrae los ingresos que alentaron los pavoneos del presidente venezolano Hugo Chávez o el despilfarro de varios jeques con sus pistas de nieve en Medio Oriente.
Lejos, muy lejos, están los precios del oro negro de aquella lujuria de julio, cuando el barril llegó a los 145,29 dólares en Nueva York. El lunes pasado rondó los 121 dólares. Ayer, 96,37 dólares con tendencia a la baja.
Pero que quede aún más claro: no será el único commodity cuyo precio enfila cuesta abajo, con lo que unas cuantas balanzas comerciales cambiarán de signo alrededor del orbe. Incluida la caja argentina.
Así, la lectura de la votación de ayer en el Capitolio como un devastador golpe para Bush es válida, pero parcial. Es como preocuparse por quién dirige la orquesta musical en un barco que puede llamarse Titanic.