Por Mario Bunge
La Nación
Esta nota no trata de política mexicana, sino de los políticos realistas, o sea, carentes de escrúpulos morales. Sinclair Lewis, el primer novelista norteamericano galardonado con el premio Nobel, los llamó "hacedores de tortillas". Esto se debe a que esos personajes suelen justificar sus delitos recitando la conocida fórmula "no se puede hacer tortillas sin romper huevos". O sea, no es posible hacer grandes cambios políticos sin cortar cabezas, ya literalmente, ya en sentido figurado, como sinónimo de "destituir".
Presumiblemente, ha habido políticos realistas desde el comienzo de la política. Eso ocurrió cuando nuestros antepasados remotos, los homínidos de hace varios millones de años, forjaron alianzas con sus rivales para destituir al macho dominante. Si hemos de creer a los autores del Génesis, el primer político realista entre los humanos fue Caín. No se sabe si mató a su hermano para hacerse del legado que eventualmente dejaría Adán. Pero sí sabemos que no invocó el dicho de marras, porque aún no se había inventado la sartén.
El primer teórico del realismo político fue Platón, quien afirmó que es preciso mentir a la plebe para alcanzar o mantener el poder. (Desde entonces, la mentira política suele llamarse "mentira real" o "mentira noble"). Aristóteles, su mejor alumno, no repitió esta tesis, pero sostuvo que conviene al gobernante que se lo vea como piadoso, auque no lo sea, porque entonces el ciudadano común creerá que goza del favor de los dioses, lo que afianzará su poder.
Para saber más sobre este truco platónico-aristotélico hay que pegar un salto de dos milenios, viajar a Florencia y toparse con Niccolo Machiavelli. Este florentino genial fue el primer politólogo moderno y uno de los contados miembros de su profesión que tuvo experiencia política.
Machiavelli no sólo dio consejos cínicos ("maquiavélicos") al "príncipe" (gobernante), sino que también retomó el enfoque realista (objetivista) de la política que habían practicado Herodoto, Tucídides y Aristóteles en la Antigüedad, e Ibn Jaldún en el siglo XIV. Este último vivió en Túnez y fue quizá el único científico social de la Edad Media, cuando los intelectuales europeos estaban enzarzados en disputas teológicas.
En politología se adopta el enfoque realista cuando se supone que el primer motor de la política es el interés material. O sea, que el poder político suele buscarse no para salvar almas ni para remediar injusticias, sino para adquirir o conservar fortunas o para dominar a la gente, ya como medio, ya como finalidad en sí misma. En nuestros días, los ejemplos más siniestros de política realista son las guerras por el petróleo.
El politólogo realista dispone de un almacén inmenso de ejemplos. Los adalides de las Cruzadas, tales como Pedro el Ermitaño y Ricardo Corazón de León, reclutaban voluntarios haciéndoles creer que se proponían rescatar los santos lugares. Pero los saqueos y las crueldades que cometían en el camino, casi siempre a costillas de otros cristianos, muestran que los movía el afán de lucro.
Los Reyes Católicos financiaron la expedición de Colón con la promesa de adquirir riquezas fabulosas de las Indias, no para bautizar a los indios, quienes de hecho fueron esclavizados con el beneplácito de los monarcas. Como buen ciudadano de la próspera República de Genova, Colón era un empresario realista, no un catequista fanático. Tanto es así, que impidió el ingreso de la Santa Inquisición en el territorio que gobernó. La religión será útil en política, pero interfiere con los negocios.
Los mandatarios que impusieron el Tratado de Versailles a las potencias centrales adujeron que los movía su amor por la democracia y su deseo de evitar futuras masacres mundiales. Pero la verdad es que se repartieron entre ellos los despojos de los vencidos, y que (como lo pronosticaron John Maynard Keynes y mi padre) sembraron la semilla de la Segunda Guerra Mundial.
Los bolcheviques prometieron emancipar al pueblo ruso explotado y oprimido por aristócratas y grandes empresarios. Pero de hecho impusieron por la violencia una dictadura mucho más cruenta que la que depusieron.
Etcétera, etcétera.
Moraleja: la próxima vez que te ofrezcan una tortilla política, recházala, aduciendo que tu médico te ha prohibido los huevos. O que un medio infame puede frustrar el objetivo más excelso.