Por Floyd Norris
The New York Times - La Nación
NUEVA YORK.- El gobierno nacionalizó anteanoche la aseguradora AIG, el gigante financiero que no encontró a nadie más dispuesto a prestarle los miles de millones de dólares que necesita para permanecer a flote.
Esa no es la versión oficial. El personal de la Reserva Federal, que informó a los periodistas la noticia, ni siquiera quiere que digamos que el gobierno norteamericano controlará AIG.
El gobierno designará un nuevo equipo que estará a cargo y tendrá capacidad de vetar cualquier decisión importante. Y tendrá derecho a retirar el 79,9 por ciento de las acciones cuando quiera. Pero ellos alegan que el gobierno no tendrá control mientras ese derecho no se ejecute.
En su momento, el presidente Harry Truman intentó nacionalizar la industria del acero con el argumento de que una huelga que interrumpiera la producción en época de guerra provocaba una situación de emergencia nacional. La Corte Suprema falló que era ilegal.
Esta vez, sin embargo, la empresa accedió a la nacionalización. Era la única manera de conseguir el dinero que necesita de manera tan desesperada.
La Reserva Federal y el gobierno de George W. Bush creen que la amenaza de default de AIG representa una emergencia nacional. Lástima que no pensaban así cuando se oponían a cualquier intento de regular esos mercados.
Eso, decían, hubiera sido interferir con la libre empresa. Lo que están haciendo ahora, de alguna manera, no lo es.
La línea oficial es también afirmar que no se arriesga el dinero de los contribuyentes, ya que el préstamo de 85.000 millones está bien asegurado con garantías colaterales. Ningún grupo de bancos se mostró dispuesto a conceder ese préstamo, así que nos preguntamos si la garantía es realmente tan buena. Y el gobierno no aclaró si estaría dispuesto a prestar más dinero si fuera necesario para evitar la quiebra de AIG.
Alguna vez se dijo que sólo un conservador anticomunista como Richard Nixon podía superar la oposición nacional a iniciar conversaciones con lo que entonces se denominaba la China Roja.
Tal vez en este caso esté ocurriendo algo similar. ¿Se imaginan lo que hubiesen dicho los conservadores si era un demócrata el que anunciaba la nacionalización de las principales empresas financieras?
Traducción de Mirta Rosenberg