Por Darío Valcárcel
ABC
Alan Greenspan, gurú de los años ochenta, responsable de la Reserva Federal, nombrado por Ronald Reagan en 1987, relevado en 2006, ha caído en pedazos, tras el interrogatorio del jueves, hace hoy una semana, en la Cámara de Representantes del Capitolio. Interrogado por el demócrata Henry Waxman, el maestro hubo de confesar: «No, nunca hubiera imaginado esa terrible fragilidad del sistema financiero. Sí, siempre pensé que los grandes bancos y aseguradoras se autorregularían. Siempre creí que sus mecanismos internos les protegerían de la codicia de algún presidente. Nunca hubiera sospechado que la Casa Blanca hubiera permitido que el sistema se viniera abajo. La vigilancia de los gobiernos era indispensable y yo no lo vi». Pero las teorías de Greenspan eran infundadas. E interesadas.
El responsable de la Fed alentó a la banca durante años a correr riesgos crecientes: y claro, cierta banca los corrió. El predecesor de Greenspan, Paul Volcker, mantenía el criterio opuesto: el sistema padece fragilidades congénitas que sólo la regulación extrasistema puede controlar. Volcker ha hecho campaña en apoyo de Barack Obama. Como Warren Buffet. Greenspan no ha apoyado a ninguno de los candidatos. Quizá pensara que su respaldo sería mortal de necesidad para el respaldado.
El responsable de la Fed se opuso una y otra vez a que la Secretaría del Tesoro, la SEC o la propia Fed regularan los derivatives, contratos destinados a trasladar pérdidas o ganancias a un nuevo titular, que asume el riesgo mediante un beneficio (las autoridades federales autorizaban a los bancos a mantener enormes paquetes de esas deudas fuera de balance, con el rastro perdido de las operaciones). Buffet había advertido de «los peligros mortíferos de esas armas financieras de destrucción masiva». Pero Greenspan declaraba en 2003: «El mercado de derivatives ha sido un vehículo extraordinariamente útil para transferir riesgos de individuos o entidades que no querían asumir esos riesgos a otras entidades dispuestas a asumirlos». Esas bombas, sumadas a las subprime y a los credit default swaps, han llevado a la catástrofe de hoy.
Cercado por Waxman, Greenspan siguió: «He comprendido tarde que en la teoría del libre mercado había fallos graves». Y más adelante: «No creo que se me pueda culpar de este tsunami crediticio, único en los últimos cien años». Pero lo cierto es que si se combina el dinero ultrabarato con la ausencia de regulación y el nulo control sobre la documentación de incontables hipotecas, se está llamando a la catástrofe. Volcker lo advirtió durante años. Pero su sucesor creía que las turbulencias no amenazarían finalmente a la burbuja. Y un día la burbuja reventó.
George W. Bush, todavía presidente -hoy por cinco días, después presidente en funciones- agravó las fragilidades del sistema. En 2006, nombró secretario del Tesoro a Henry Paulson, un banquero de Wall Street. Buffet o Volcker describían su alarma, desde hacía años, en el Financial Times o el Washington Post: quien quisiera leerlos no tenía más que gastar un dólar en el quiosco.
«Me equivoqué al suponer que el propio interés de la banca protegería a sus accionistas, a sus clientes y a su cotización», añadió Greenspan. Waxman presionaba: «Aclare su pensamiento: ¿Quiere decir que encontró usted que su concepción del mundo, su ideología, su visión de las cosas, no funcionaba». Y Greenspan:
«Exactamente. Absolutamente». Waxman tenía a su presa: «¿Pero no era acaso la Reserva Federal la que tenía la autoridad para atajar las irresponsables prácticas de préstamo que alimentaban el mercado de las hipotecas subprime?». Exactamente. Absolutamente.
Todo banquero poco escrupuloso, seguro de que el Estado Federal acudirá a reflotarlo, juega con mayor intrepidez. Ese es el clima que Greenspan fomentó. Por el contrario, millares de grandes y pequeños banqueros, en América y en el mundo, han mantenido una trayectoria de honradez y lealtad a sus clientes.
Hoy todos, decentes e indecentes, aventureros y honrados, son arrastrados por toneladas de miseria al rojo, disparada por la erupción de este Vesuvio. Con ellos vamos envueltos nosotros. El presidente de Alemania, Horst Köhler, ha descrito así los derivatives: «Un sistema monstruoso en el que nadie sabe quién ha comprado los riesgos».