Por Raúl Parra-Serva
El Nuevo Herald
El estándar de vida como medida de la productividad nos indica cuán importante es para una economía la iniciativa privada y por ende la libre empresa en un ambiente donde prevalezcan los derechos de propiedad sobre la inventiva; la propiedad privada; apertura de mercados; incentivos al conocimiento; libre comercio; límites a los gobiernos privilegiando al individuo; fuerte desarrollo institucional; independencia de poderes y autonomía de la política monetaria.
Estados Unidos ha sido históricamente el paradigma de lo que debe ser un buen capitalismo.. Tomó tempranamente el liderazgo económico mundial debido a que supo masificar la educación y ampliar los límites del conocimiento; posteriormente logró consolidar su primacía con el petróleo, ambos, eventos históricos productos de espectaculares saltos tecnológicos.
A lo largo del proceso se muestra una desnaturalización de su esencia y la respuesta a cada crisis es más estado que mercado. Con este falso dilema la gente tiende a pensar más en culpas atribuidas a los mercados que a fallas institucionales. Estados Unidos, por ello, debe repensarse en la fuente de sus orígenes.
Además, la evidencia histórico-económica registra múltiples eventos donde el liderazgo político nunca se anticipa a las crisis sino que reacciona, desafortunadamente, casi siempre fabricando una dimensión crítica que no estaba en el entorno.
La Gran Depresión de los años 30 cobró fuerza como consecuencia de la iniciativa proteccionista Smoot-Hawley Act, empujada por los temores derivados de los eventos de 1929, cuyo dramático resultado fue una caída del Dow Jones del 89% y la declinación de un 66% del comercio mundial después de su promulgación.
Hoy, la tecnología es el determinante de un pronto repunte, el reto es producir energías baratas que con esa buena combinación de pequeña, mediana y gran empresa proyecten la economía a una nueva y promisoria etapa.
El sistema financiero en EEUU vive momentos muy difíciles por la explosión de la burbuja inmobiliaria. Esta crisis mundialmente ampliada se generó por la ampliación de la liquidez global, las bajas tasas de interés en EEUU y los enormes desatinos del sistema financiero. El diagnóstico es de universal aceptación, la terapéutica tiene matices que van desde una necesaria recesión, en el mejor de los extremos, hasta el peligro de depresión y deflación.
Es muy importante entender que los ciclos económicos son connaturales a la vida económica y expresan las fluctuaciones de corto plazo con respecto a la tendencia de largo plazo en una economía, tan útiles como los huracanes les son al planeta para intercambiar la energía entre los polos. Lo pernicioso con efectos duraderos de largo plazo son las crisis producidas artificialmente cuando el diseño de la política sucumbe ante la visión de corto plazo y a la complacencia de los mercados bursátiles.
En economía, si la gente se propone la llegada del fin del mundo lo hace venir. La psicología de los mercados nos advierte que el comportamiento de grupo es fuertemente irracional frente al comportamiento individual.
El capitalismo habla con sus hechos. Lo sorprendente de sus éxitos derivados de la tecnología y del crecimiento económico, es que la gente los asume como condición innata de la vida.
La economía es una ciencia dura, los equilibrios son vitales. EEUU ha acumulado grandes desequilibrios, los costos son ineludibles. Es inevitable un ajuste macroeconómico. El riesgo de evitarlo es la deflación. Es imprescindible la estructura de incentivos que permita que la pequeña empresa, como usualmente sucede, logre el salto tecnológico. Esto sólo lo garantiza el mercado. Al final, mientras el ingreso real per cápita sea mayor a la deuda per cápita, entonces, el fin del mundo, económicamente hablando, no llega jamás.
El autor es economista venezolano.