Por Alberto Benegas Lynch (h)
Ámbito Financiero
La marca sobresaliente del capitalismo es el respeto a la propiedad privada en cuyo contexto aquellos que aciertan con las preferencias del prójimo obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. Los cuadros de resultados van mostrando las eficiencias relativas para la administración de los siempre escasos recursos.
De allí es que Ludwig von Mises ha escrito que el eje central de la sociedad abierta estriba en la institución de la propiedad, mientras que Marx y Engels sostuvieron que todo su programa se resume en la abolición de la propiedad. No es necesaria la eliminación de ese derecho para producir desajustes en los precios relativos y derroches de los factores de producción. El fascismo es muy fértil para estos desmanes al permitir el registro de la propiedad a manos particulares pero el aparato estatal usa y dispone de la misma, lo que actualmente se suele denominar pragmatismo.
El gobierno de Bush ostenta el triste privilegio de contar con la tasa de mayor crecimiento en la relación gasto público-producto bruto interno de los últimos ochenta años, ha duplicado la deuda estatal que ahora se ubica en el 75% del PBI, absorbió el superávit fiscal de la administración anterior y deja un déficit de 600 mil millones de dólares en un contexto de una asfixiante regulación federal cuyas disposiciones hoy ocupan nada menos que 75 mil folios anuales. Si se proyecta el presupuesto del gobierno central, en 2017 todos los impuestos federales juntos no alcanzan a financiar siquiera el llamado Programa de Seguridad Social.
Las empresas estatales Fannie Fae y Freddie Mac se encaminaron por la politiquería barata de conceder hipotecas sin las suficientes garantías y ahora resulta que se embarcan en un autosalvataje por las barrabasadas cometidas. Por otra parte, la Reserva Federal decidió comprimir artificialmente la tasa de interés con lo que se falsea la relación consumo presente-consumo futuro y hace aparecer proyectos en verdad antieconómicos como si tuvieran un retorno atractivo, con lo que se malguía a los operadores, mientras que el Congreso, con la oposición de más de la mitad de los miembros del partido gobernante en la Cámara de Representantes, aprobó un rescate que implica usar los fondos de los contribuyentes para darle apoyo a quienes han utilizado irresponsablemente instrumentos financieros o simplemente han errado el camino en Wall Street.
A este cuadro de situación debe agregarse que el lobby financiero empuja al establecimiento del sistema bancario de reserva fraccional lo cual, a la primera de cambio, pone al descubierto que el sistema está en la cuerda floja en cuanto la incertidumbre y la desconfianza que se traduce en modificaciones en la demanda de dinero. Hay un debate jugoso entre los partidarios de la reserva total y el régimen denominado de “free banking” pero ambas posturas coinciden en que el sistema de reserva parcial manipulado por la banca central conduce al peor de los mundos, situación que no se subsana con la imposición de la “garantía de los depósitos” que transfiere recursos de los previsores a los irresponsables quienes son incentivados a realizar colocaciones imprudentes.
Lo más curioso y tragicómico que hay distraídos que a este zafarrancho de estatismo creciente lo catalogan como “la crisis del capitalismo”. Ya una vez ocurrió, después de que los Acuerdos de Génova y Bruselas abrieron las compuertas al espectacular desorden monetario que condujo al boom de los años veinte y al posterior crack de los treinta, agravado por las intervenciones erráticas de la Reserva Federal tal como lo explican Milton Friedman y Anna Schwartz.
El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar mi libro titulado Estados Unidos contra Estados Unidos en el que muestro como el gobierno de ese país se ha venido apartando en muy diversos frentes de los extraordinariamente sabios principios de los Padres Fundadores. En los proceso de mercado resulta indispensable que los activos inservibles se den de baja. El “esconder la tierra bajo la alfombra” agrava la situación por más que pueda disimularse la crisis subyacente en el corto plazo para evitar que se paguen los costos políticos correspondientes pero al precio de prolongar y agudizar los problemas reales existentes y afectar severamente a quienes deben renunciar compulsivamente al fruto de su trabajo.
Si la gente considerara que en el balance neto resulta conveniente entregar recursos a los insolventes eso es lo que haría tal como se procede con emprendimientos colosales que requieren sumas astronómicas a plazos muy prolongados y con cláusulas que evitan las trampas de los free riders.
Este es un momento sumamente delicado. Si se agudizara el estatismo en Estados Unidos y se produjeran los consecuentes barquinazos de mayor envergadura, la onda expansiva crítica se multiplicará aún más profundamente y los efectos serán muy penosos para el mundo libre que entrará en un cono de sombra difícil de revertir.
El autor es Doctor en Economía.