Por Manuel F. Ayau Cordón
Prensa Libre
A quienes insisten en cri- ticar lo que dicen que decimos los liberales y no lo que decimos se les ha pasado por alto que somos los que más abogamos por- que los gobiernos no deben socializar las pérdidas, es decir, no deben garantizar el éxito de los negocios, pues consideramos que esa es función de los consumidores, del mercado. En otras palabras, en el mercado (el conjunto de diarias y pacíficas transacciones) prosperarán los negocios que, según sus clientes, cumplen la función de satisfacerlos y si no, tienen que cerrar. El castigo del mercado es implacable.
Insistimos en que la función del Gobierno es velar por la libertad de competir, de emprender, que no se cometa fraude, que se cumplan los contratos y, en general, que todos respeten el derecho de los demás. Todos nuestros argumentos son en defensa de los consumidores, sin embargo, nuestros críticos neciamente repiten que defendemos el acaparamiento, nos adjudican la frase de libertad “absoluta” cuando esa palabra es totalmente ajena a nuestras posiciones. Con la cantidad de intervenciones, “regulaciones”, etcétera, de los gobiernos, es absurdo culpar al mercado de los males que padecemos.
Stiglitz, por ejemplo, habla de “fundamentalismo de mercado”. Recurrir a frases despectivas convierte su artículo en diatriba ideológica. Es muy efectivo con los ingenuos. A otros no les parece “el mercado” (quién sabe qué entienden por la palabra) como medio para asignar recursos naturales y humanos, pero no puntualizan algún otro sistema como sustituto. ¿Acaso están a favor del socialismo, pero no se atreven a ser francos? ¿Acaso piensan que los políticos harán las cosas mejor? A propósito de las crisis económica, es fácil lucirse con explicaciones después de los hechos y culpar al mercado. Pero eso ignora lo ya dicho muchas veces: ¿dónde estaban los doctos analistas, consultores, las calificadoras de riesgo y los reguladores oficiales, que a ningún banco pudieron aconsejar para no incurrir en peligrosas inversiones y desmanes? Cuando ya ocurrió la crisis surgen como expertos en interpretarla y echan la culpa al mercado, cuando solamente los gobiernos con sus regulaciones y directrices pueden crear burbujas. Culpan una supuesta falta de regulaciones olvidando que los bancos están sujetos a abrumadora cantidad de reglas y la supervisión de muchas autoridades. Echarle la culpa al “mercado” demuestra craso desconocimiento de la realidad. Para enterarse de la extensión de las regulaciones de la banca en EE. UU., consulte el Reference Guide to Regulatory Compliance publicado por el American Bar Association, de 814 páginas ($379).
Solamente los economistas “austriacos”, con su teoría del ciclo, han explicado las crisis y ahora anticipan las consecuencias de las desatinadas medidas “salvadoras” (socializar pérdidas, más reglas e intromisiones y más inflación). Pero es predecible que tampoco se les pondrá atención y que se continuará, neciamente, repitiendo que lo que se necesita son más reglamentos hechos por quienes no entienden el problema.
Como ya mencioné en columna anterior, hay dos tipos de regulaciones: las que pretenden dirigir los actos privados de las personas para lograr metas escogidas por los gobiernos (los políticos), y los que regulan los actos de las personas para que toda persona respete los derechos ajenos, como los Códigos Civil, Mercantil, Penal, etcétera. Los primeros son positivos (como ej. tener que pedir permiso a Conama para cambiar su techo) y los segundos son negativos (como ej., no robar). Los primeros se basan en la ingenua suposición de que los burócratas siempre son expertos, abnegados servidores públicos que sacrifican sus propios intereses y los de su familia en beneficio del interés general. ¡Ojalá!