Por Mariano Grondona
El País, Montevideo
El miércoles pasado, Cristina Kirchner descubrió en la Casa Rosada un busto del primer presidente del período democrático reiniciado en 1983, Raúl Alfonsín, en presencia del propio homenajeado.
Fue un gesto infrecuente en la intolerante Argentina oficial, donde el ex presidente Carlos Menem e incluso el actual vicepresidente Julio Cobos siguen en la lista negra de la pareja presidencial.
Sea cual fuere su signo político, son frecuentes en cambio las señales de convivencia política entre el presidente actual y los ex presidentes uruguayos.
El contraste político entre las dos naciones del Río de la Plata no se limita empero al comportamiento protocolar de sus gobernantes porque, si bien ambas restablecieron la democracia en la primera mitad de los años ochenta (Argentina en 1983 a partir de Alfonsín; Uruguay en 1985, a partir de Sanguinetti), sólo el Uruguay ha tenido desde entonces una democracia ordenada.
De 1985 a la fecha, Uruguay tuvo cinco presidentes que cumplieron puntualmente el plazo quinquenal de sus mandatos.
De 1983 a la fecha, en cambio, la Argentina tuvo ocho presidentes, de los cuales ninguno fue "normal".
En 1989, Alfonsín debió dejar la presidencia seis meses antes de su plazo de seis años debido al caos social generado por la hiperinflación.
Lo sucedió Carlos Menem pero, debido a que logró cambiar la Constitución al término de su primer mandato en 1995 para ganar cuatro años más, lo suyo tampoco fue normal.
Fernando de la Rúa, que sucedió a Menem a fines de 1999, renunció a los dos años en medio de nuevas convulsiones sociales.
Elegidos ya no por el pueblo sino por el Congreso, los tres siguientes jefes de Estado -Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde- se alternaron en rápida sucesión hasta 2003, año en el que Néstor Kirchner pudo ostentar otra vez un mandato de origen popular.
Difícilmente podría decirse de él sin embargo que fue una presidente "normal", no sólo porque no fue nominado a través de comicios internos sino por el "dedo" de Duhalde y también porque en 2007 otro dedo, esta vez de Kirchner, volvió a prevalecer en favor de su esposa.
Cristina Kirchner podrá servir como presidenta hasta 2011, siendo en su caso tan inciertas las reglas de la sucesión que tanto ella como su esposo podrían presentarse como candidatos nuevamente de aquí tres años, con vistas al período 2011-2015, continuando una serie que, de tener éxito, los mantendría doce años consecutivos en el poder.
Las causas por las cuales en una orilla del Río de la Plata reina el orden y en la otra el desorden son complejas. Lo que podría decirse desde ahora, por lo pronto, es que el Uruguay tiene y la Argentina carece de una regla básica de los sistemas políticos estables: la regla de la sucesión presidencial.
Según esta regla, el Uruguay elige cada cinco años nuevo presidente entre los candidatos surgidos de las elecciones internas de sus partidos y sin que el presidente saliente pueda competir con ellos.
Cuando esta regla se vuelve habitual, con el paso del tiempo se convierte en norma, una vez que el pueblo y los políticos la han internalizado. Mientras la "regla" es circunstancial, la "norma" es tradicional.
Y así son los regímenes políticamente desarrollados: aquellos donde la regla de la sucesión presidencial se ha convertido en norma.
Aun en medio de una extraordinaria convulsión financiera, a nadie se le ocurrió en los Estados Unidos que el presidente Bush debía ponerle término a su agonizante mandato en 2008 como lo hizo Alfonsín en 1989.
Es que en los Estados Unidos el mecanismo de la sucesión tiene nada menos que doscientos años de vigencia. Hace mucho que ha dejado de ser una regla para convertirse en norma.
Los presidentes argentinos de 1983 hasta hoy cometieron numerosos errores, pero ninguno de ellos fue más grave que el que cometió Menem al promover el cambio de la Constitución para hacerse reelegir en 1995.
Porque, por una ambición personal de corto plazo, dejó a la Argentina sin la norma de la sucesión presidencial que había sido consagrado con la Constitución del año 1853, hace un siglo y medio.
La Argentina es un país que se ha quedado huérfano de la norma de la sucesión presidencial, que es la madre de las democracias presidenciales desarrolladas de nuestro tiempo.
Por eso anda balando por el potrero, como un ternero guacho.