Por George Will
Diario de América
Se llamaba George F. Babbitt. Tenía 46 años ya en abril de 1920, y no fabricaba nada concreto, ni mantequilla ni zapatos ni poesía, pero se las pintaba solo en el negocio de vender casas por más de lo que la gente se podía permitir pagar. -- "Babbitt," de Sinclair Lewis (1922)
Estamos hasta el cuello de evasivas porque no se puede hablar de manera coherente acerca de las raíces culturales de la crisis financiera sin transgredir este principio cardinal de la política: No se pronunciará nunca una palabra negativa acerca de la opinión pública.
A propósito de lo cual, el corolario político intemporal es: El gobierno deAmbería hacer presupuestos igual que los hogares supuestamente, ajustando los gastos a los ingresos. Pero la crisis surgió en parte a causa de que muchos hogares decidieron que sería la monda presupuestar de la forma que presupuesta el gobierno, equiparando gastos con apetitos.
Bajo la desaprobación superficial de los estadounidenses hacia los déficits gubernamentales mora una verdad inconveniente: Disfrutan de los déficits, en virtud de los cuales se les cobra menos de un dólar por cada dólar de gobierno. Los conservadores toman parte en esto, incluso si los déficits alimentan el crecimiento del gobierno ocultando su precio.
La gente puede emular al gobierno porque se ha democratizado el crédito. La democratización de todo es presuntamente un bien incuestionable, pero un aluvión de tarjetas de crédito (1.500 millones de ellas, nueve por cada titular), préstamos subsidiados y dinero barato ha escindido el placer de la adquisición del dolor de abonarla. Además, la mentalidad del derecho social fomentada por el estado del bienestar incluye un sentido derecho a un estándar de vida que no guarde relación con los ingresos.
El populismo embriaga a la gente, contrastando su virtud con los presuntos vicios de cierta minoría - en otros tiempos los judíos, los propietarios del ferrocarril, o los defensores de la financiación pública constante; hoy el villano es “la avaricia de Wall Street,” que se contrasta con la presunta sobriedad de la gente corriente. Cuando la gente corriente se porta mal, digamos, adquiriendo casas por más de lo que se pueden permitir pagar, culpan a los astutos caraduras que les obligaron a hacerlo, como el “listillo” Babbitt.
Sabiendo que la pasión alimenta la precipitación, los errores y las consecuencias imprevistas, George Washington elogiaba al Senado como la fuente en la que la legislación se deja enfriar. En esta crisis, sin embargo, la Cámara de Representantes ha desempeñado esa función. Los Republicanos, en especial, frenaron una precipitación Gadarenesca por ratificar la legislación original de rescate marcadamente débil.
Votar en contra de la propuesta de ley - frente a poner en peligro el dinero del contribuyente para limpiar un desastre que algunas personas se enriquecieron provocando - fue fácil, pero no necesariamente erróneo. La cifra de 700.000 millones de dólares exageraba el precio probable del plan, pero medía con precisión algo peor - la gigantesca ampliación del poder público.
De manera que la declaración formal de John McCain y Barack Obama de que el Congreso debería “superar partidismos” era simple retórica. La legislación tocaba cuestiones elementales - el significado de la justicia, los parámetros de la libertad y las funciones adecuadas del gobierno. Los Demócratas lanzan la acusación de que la crisis es el fracaso del mercado derivado de una ausencia de gobierno, en la forma de regulación. Bueno.
Suponga que en 1979 el gobierno no hubiera ingeniado el primer rescate de Chrysler (ella, Ford y GM están a punto de recibir 25.000 millones de dólares en préstamos subsidiados). ¿Habría tenido lugar un enfoque más sobrio acerca de los riesgos por parte de la clase empresarial norteamericana?
Suponga que nunca hubiera habido un respaldo público implícito a Fannie Mae y Freddie Mac. Mejor aún, suponga que esas dos no hubieran existido nunca - hubo propiedad del hogar antes de ellas, sólo que no al nivel que el gobierno juzgaba adecuado. A falta de Fannie y Freddie - en ausencia de manipulación gubernamental del mercado inmobiliario -- ¿se habría desarrollado la excesiva canalización del capital al sector inmobiliario?
La generación entrante de Republicanos reflexivos estuvo representada a ambos lados de la votación del lunes. Eric Cantor, de 45 años de edad, por Virginia, y Paul Ryan, de 38, por Wisconsin, apoyaron la legislación porque ellos habían ayudado a lograr mejoras sustanciales en ella, como exigir a las instituciones financieras colaborar en la financiación de su rescate, dando a Hacienda valores potencialmente valiosos en firmas resucitadas mediante fondos públicos, y eliminando un fondo económico destinado a activistas Demócratas. Jeb Hensarling, de 51 años por Texas, y Mike Pence, de 49 por Indiana, votaron en contra de lo que consideraban un modelo de rescate fundamentalmente cojo porque (en palabras de Hensarling) “podría cambiar el papel del gobierno permanente y fundamentalmente."
Es potencialmente catastrófico que esta crisis se presente en el contexto de unas elecciones ajustadamente reñidas y un colapso de la autoridad presidencial. El Congreso debería aislarse de una opinión pública a la que no se puede culpar de estar más enfadada que consciente de esta debacle opaca. La opinión pública quería catarsis y respeto a sus principios de centro-derecha, y obtuvo ambas cosas con la votación del lunes en la Cámara. Sigue necesitando protección frente a la destrucción del sistema financiero.
© 2008, The Washington Post Writers Group