Por Ramón Parellada
Siglo XXI
Algunos economistas en todo el mundo están resucitando la teoría económica del influente y famoso John Maynard Keynes. Se habla de volver al keynesianismo, es decir, utilizar el déficit presupuestal como una herramienta necesaria para alcanzar el pleno empleo. Esto es, si la gente en lo privado no consume todos sus ingresos entonces el Gobierno debe hacerlo. El consumo, según Keynes, es lo importante y no el ahorro.
Keynes se hizo muy famoso durante la Gran Depresión, especialmente cuando se publicó su libro La teoría general del em-pleo, dinero y crédito, en febrero de 1936. Este libro vino a revolucionar el comportamiento austero y prudente que los gobier-nos tenían hasta ese entonces en cuanto a presupuestos balanceados. Por supuesto que ya se estaban aplicando algunas de sus medidas de mayor gasto del gobierno, aunque fuera deficitario, para que supuestamente se reactivara la economía, pero podría decirse que la publicación del libro fue la justificación perfecta a los políticos para gastar más de lo que tenían.
El keynesianismo, explicado en la forma más sencilla, partía de la observación puntual de una economía en recesión donde había fábricas con maquinaria sin producir (ociosa), bodegas llenas de productos terminados que no se vendían y un desempleo creciente. El mismo Keynes criticaba el automatismo del mercado diciendo que el mismo no solucionaría la crisis y, por lo tanto, había que intervenir creando esa demanda que hacía falta para que las máquinas se pusieran a trabajar, los inventarios se vendieran y la gente se empleara.
Para ello, el gobierno debía gastar donde los ciudadanos no gastaban, e incluso haciendo cálculos de cuál debería ser la demandad total de las personas y empresas (demanda agregada) en una economía donde no hubiera desempleo (a esto le llamó pleno empleo y significaba cierto nivel de desempleo que se había definido de antemano como normal). Así las co-sas, si la gente no consumía lo suficiente y tampoco invertían las empresas, entonces el gobierno debía intervenir de varias formas, aunque la principal era incrementar el gasto público, aunque fuera deficitario.
Así las cosas, en el keynesianismo se justificaba la baja artificial de la tasa de interés para que las inversiones se reacti-varan, se imponían altos impuestos directos para contrarrestar el ahorro de las empresas y personas, a modo que el go-bierno lo gastara y se incrementaba el gasto público, aunque fuera deficitario. Para financiar el gasto público se aumen-taban impuestos, sobre todo directos, para desincentivar el ahorro y el “no consumo” de las personas. Si esto era insufi-ciente, se recurría a deuda interna y externa, y si aún hacía falta algo más, se pedían préstamos al Banco Central.
El resultado de estas políticas fue de una seguidilla de malas inversiones, inflación y desempleo, lo que llevó a un es-tancamiento económico sin precedentes años más tarde. Los economistas se dieron cuenta de que no podían sostener déficit presupuestarios a causa de altos impuestos, porque eran recesivos; tampoco con deuda interna, porque presio-naba las tasas de interés al alza; ni deuda externa, porque afectaba el tipo de cambio en el largo plazo y, mucho me-nos, con dinero del Banco Central, porque causaba inflación.
Tarde o temprano, siempre son los ciudadanos quienes pagarán los excesos del gobierno. El keynesianismo fracasó, no fue ni será nunca una solución a ninguna crisis.