Por Carlos Alberto Montaner
El Nuevo Herald
Madrid -- Hugo Chávez acaba de declarar que Fidel Castro es su padre. Asegura que constantemente lo llama y le dice lo que tiene que hacer. Hugo lo obedece solícito, como un hijo bueno que admira la sabiduría de su anciano progenitor. ''Más sabe el diablo por viejo que por diablo'' ha dicho entre risas el venezolano. Chávez ríe mucho, canta, y provoca mucha risa. Fidel se ríe menos, porque tiene una dentadura postiza rebelde y huidiza, y jamás canta, porque lo hace muy mal y padece de un miedo atroz al ridículo, pero le manda cartas y ''papelitos'' a su discípulo para iluminarlo. Chávez recibe esas lecciones y sugerencias con gran ilusión y las comenta en su reality show semanal llamado ¡Aló, presidente!
En estos días, Castro le estuvo explicando a Chávez cómo construir un nuevo sistema financiero internacional. Es verdad que Cuba es un país irredimiblemente arruinado, pero Fidel insiste en que sabe mucho de finanzas internacionales. Puede ser. Según cuenta la revista Forbes insistentemente, su fortuna situada en el exterior está entre las mayores del mundo. A esa plata la llaman en Cuba ''las cuentas del Comandante'', y todos en la isla esperaban que la usara para ayudar a paliar la reciente catástrofe provocada por los dos ciclones, pero a Fidel no le pareció una buena idea repatriar su dinero para empresas tan poco gloriosas como reconstruir el medio millón de casas que resultaron afectadas. Esa es una vulgaridad de la ``pequeña historia''.
Para Fidel ha sido una bendición que a estas alturas de su vida apareciera Hugo Chávez y se declarara su discípulo, hijo amado, y apóstol del socialismo colectivista, en una época en la que esas arcaicas creencias habían sido jubiladas. Su tragedia personal era que en Cuba ya nadie le hacía caso. En Cuba, desde hace muchos años, incluso las gentes que están más cerca de él, le rinden pleitesía y fingen obedecerlo, pero no lo toman en serio. Lo aplauden, porque no queda otro remedio, pero con una profunda indiferencia. No hay devoción que aguante medio siglo de discursos interminables divorciados de la realidad de un país que se está cayendo a pedazos por la tozuda estupidez de su ''máximo líder'', como todavía le dicen los más viejos.
Hugo Chávez, a su vez, es un huérfano crónico dedicado a la búsqueda de una figura paterna a la cual vincularse, una persona desesperadamente necesitada de un guía ideológico que le organice su caótica cabecita. Hace veinte años se declaró hijo de Norberto Ceresole, un argentino fascista que había mezclado el peronismo con el islam y predicaba las virtudes del Libro verde del libio Gadafi. Chávez era muy feliz con Ceresole, hasta que lo repudió y adoptó a Fidel como padre.
Es muy curiosa la manera que tiene Chávez de forjar las alianzas políticas. Lleva todos esos vínculos a un plano familiar que se expande como el espacio sideral. Además de sus hermanos Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, ya comienza hablar de ''mi hermano'' Putin, y de ''mi hermano'' Ahmadineyad, el enjuto tiranillo iraní empeñado en borrar del mapa a Israel. No está claro si al declarar hermanos a estos personajes también los ha colocado bajo la prolífica paternidad de Fidel Castro, o si sólo son hermanos por parte de madre, o por parte de Bolívar, otra figura de cuyo ADN se ha apropiado resueltamente.
¿Qué le pasará a Chávez cuando Fidel Castro muera y dejen de fluir los papelitos y las ideas delirantes? ¿Sentirá el venezolano un total desamparo y caerá en un estado de profunda melancolía, o saldrá a adoptar a otra figura paterna que le compense su profunda inseguridad? No lo sé. América Latina no es un territorio propicio para el análisis político. Ahí hay que gritar ``¡Prozac o muerte!''
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