Por Robert Samuelson
Siglo XXI
Al observar el deterioro de la economía y el épico debate del Congreso sobre el rescate financiero sin precedentes de $700 mil millones, es imposible no preguntarse si no estamos presenciando una repetición de 1929. Hay paralelos entre aquella época y ésta, pero también hay grandes diferencias. Ahora, como entonces, los norteamericanos obtuvieron numerosos préstamos antes de la crisis —en la década de 1920, para automóviles, radios y electrodomésticos; en la década pasada, para viviendas o contra valores inflados de viviendas. Ahora, como entonces, la crisis tomó a la gente por sorpresa y es mundial en su alcance. Pero a diferencia de entonces, el gobierno federal representa una enorme parte de la economía (20% contra 3% en 1929) y sus gastos —para el Seguro Social, Defensa, carreteras— proveen de mayor estabilización.
A diferencia de entonces, los funcionarios del Gobierno han actuado rápidamente, aunque con torpeza, para contener la crisis. Debemos recordar que las caídas económicas —aunque angustiantes y decepcionantes para millones de personas— pocas veces se convierten en tragedias nacionales. Desde fines de la década de 1940, Estados Unidos ha sufrido 10 recesiones. Como promedio, han durado 10 meses, con un promedio de desempleo del 7.6%; las peores (las de 1973-75 y 1981-82) duraron 16 meses y tuvieron picos de desempleo del 9% y del 10.8%, respectivamente. Ahora estamos casi con seguridad en una recesión; pero el desempleo del 6.1% de septiembre tendría que elevarse drásticamente para equipararse a los picos posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
El mercado de valores cuenta una historia similar. Ha habido previamente 10 mercados bajistas después de la guerra, definidos como bajas de por lo menos un 20% en el índice de Standard & Poor’s 500. La baja promedio fue del 31.5%; en los de 1973-74, y en los 2000-02 las bajas fueron de casi el 50%. La Gran Depresión que siguió al colapso del mercado de valores en octubre de 1929 fue un fenómeno diferente. En su punto bajo, de julio de 1932, las acciones habían descendido casi un 90% de su pico. La devastación que acompañó a ese hecho —las quiebras, embargos, ollas populares— duró una década. Incluso en 1940, el desempleo era de casi el 15%. A diferencia de las recesiones posteriores a la guerra, la Depresión no se sometió ni a mecanismos de auto-corrección del mercado ni a políticas gubernamentales. ¿Por qué?
Se echó la culpa a la inestabilidad inherente al capitalismo. El exceso de préstamos, de inversiones y la especulación gobernaban crónicamente los ciclos comerciales. Pero el real culpable que causó la intensidad y duración de la Depresión fue la Reserva Federal. Sin darse cuenta, transformó una recesión ordinaria, aunque dura, en una calamidad, al permitir que la banca se derrumbara y que hubiera una desastrosa caída del suministro de dinero.
De 1929 a 1933, dos quintos de los bancos de la nación quebraron; las corridas de los ahorristas fueron endémicas; el suministro de dinero (básicamente, efectivo más depósitos bancarios) declinó en más de un tercio. La gente perdió cuentas bancarias; el crédito, tanto para las empresas como para los consumidores, se secó. La racionalización económica se alimentó a sí misma y abrumó los mecanismos normales de una recuperación.
Lo que está teniendo lugar ahora es un esfuerzo desesperado para impedir una desintegración financiera moderna que profundice la crisis económica. Se dice que el rescate de $700 mil millones salvará bancos y otras instituciones financieras al hacer que el Tesoro compre sus títulos sospechosos respaldados por hipotecas. En realidad, el Tesoro está también rescatando la Reserva, que ya —por medio de diversas acciones— prestó a las instituciones financieras aproximadamente $1 billón contra numerosos títulos. El aumento del seguro federal para depósitos, de $100 mil a $250 mil, tiene como objetivo desalentar las extracciones bancarias causadas por el pánico. En Europa, los gobiernos han tomado medidas similares.
La causa de la timidez de la Reserva en los años 30 sigue siendo objeto de disputa. Algunos académicos sugieren una defensa inútil del patrón oro; otros acusan la doctrina errada de los “billetes reales”, que limitó los préstamos de la Reserva a los bancos en apuros. De cualquier manera, el presidente de la Reserva, Ben Bernanke, un estudioso de la Depresión, comprende el error. Los préstamos de la Reserva y el rescate tienen como objetivo evitar una desastrosa contracción del crédito.
La Gran Depresión se produjo como resultado de la mezcla de una economía débil y políticas gubernamentales contraproducentes. Si podemos evitar un error comparable, el gran drama vivido en estas semanas pasadas podría ser afortunadamente engañoso.
(c) 2008, Washington Post Writers Group