Por Plinio Apuleyo Mendoza
El Tiempo, Bogotá
Luego de los golpes sufridos en el último año, las Farc han dado un sorpresivo viraje. Consiste en poner en juego, junto con brotes de terrorismo urbano, formas de lucha de efectos políticos y sociales que años atrás habían dejado en la sombra.
El cambio se debe paradójicamente a dos personajes opuestos: al presidente Álvaro Uribe y a 'Alfonso Cano'. Con Uribe sucumbió el mito del poderoso guerrillero rural que tomaba poblaciones a su antojo, hacía inseguras las carreteras, asaltaba guarniciones militares y secuestraba en su propia casa a quien le daba la gana. Esa realidad ya no existe. De ahí que Uribe tenga en Colombia muy altos índices de favorabilidad.
Ante la nueva situación creada, 'Alfonso Cano' ha puesto sus cartas en otro tipo de guerra. Salido de una familia de clase media alta de Bogotá, tiene un perfil muy distinto al de 'Tirofijo'. Tanto este como el 'Mono Jojoy' -hombre rústico reclutado por la guerrilla a los 9 años- fueron campesinos más cercanos a los cerdos y a las gallinas (y, desde luego, a los fusiles) que a los libros. Su dogma fue siempre el de la lucha en el ámbito rural para ganar territorios.
'Cano', en cambio, siempre puso énfasis en los planteamientos de Antonio Gramsci de conceder máxima importancia a la lucha política y al trabajo de masas, a la acción urbana y al frente internacional. Como anticipo de este manejo, fue el fundador hace siete años del PC3 (Partido Comunista Colombiano Clandestino) y del Movimiento Bolivariano, pero sólo ahora, muerto 'Marulanda' y fuertemente golpeada la guerrilla en el plano militar, ha podido imponerles a las Farc la estrategia con la que siempre soñó.
¿Qué cartas mueve ella? Las que el propio Gramsci consideraba claves para penetrar en la estructura misma del Estado y de la sociedad: las infiltraciones dentro del Poder Judicial, el control de sindicatos de base, el manejo de las comunidades indígenas y la captación de militantes en las universidades, centros académicos, medios de comunicación e incluso en las ONG que suministran informes a las organizaciones internacionales de derechos humanos.
En desarrollo de esta nueva concepción estratégica, 'Cano' se ha apresurado a mover soterrados aliados políticos y personajes afines a su ideología para hacer más candente el enfrentamiento de ciertos magistrados con el presidente Uribe, a manipular fiscales y testigos a su alcance y a promover los recientes paros de jueces, de cortadores de caña, de indígenas y otros sectores controlados por una extrema izquierda muy próxima a las Farc.
Si se suman a estas perturbaciones sociales los actos terroristas de repercusión urbana y las acciones sorpresivas en las universidades, lo que busca 'Cano' es crear un clima de agitación e ingobernabilidad con dos propósitos: apresurar la renuncia del presidente Uribe a la discutida opción de un tercer mandato suyo y crear -tanto en el mundo político como en la conciencia ciudadana- la idea de que la única vía para el bien del país es la negociación con la guerrilla.
Es, a fin de cuentas, el viejo cuento de la paz que podría convertirse en una atractiva oferta electoral. Pero como ocurre con Eta, en España, este no es en modo alguno el real propósito de las Farc. Con ello sólo pretenden obtener el oxígeno que ahora tanta falta les hace. Por desgracia, siempre hay despistados que pueden encontrar una línea de conciliación con el terrorismo y sectores de la opinión que en aras de la supuesta paz estarían dispuestos a dar por cancelada la llamada política de seguridad democrática de Uribe con la falsa idea de que ya cumplió su cometido. La nueva estrategia de las Farc busca de este modo abrir la puerta en el año 2010 a una opción distinta, de pronto bendecida también por Chávez y sus amigos.