Por Carroll Ríos
Siglo XXI
“Hey, hey, hey, ¿hay alguien ahí, o estoy hablándole a la pared?”, cantaba la banda The Sacados. Cuando discutimos la crisis financiera, debemos causar en el lector esta misma impresión, la que deja un debate de sordos. Los liberales clásicos hallamos culpa en la maraña de regulaciones, mientras que los neosocialistas señalan el exceso de libertad y la avaricia del capitalista. ¿Habrá un discernimiento compartido entre las contradictorias lecturas de la debacle financiera?
Parecemos coincidir al rechazar el abuso del poder político para obtener privilegios privados. Nos desagrada ese personaje que ellos llaman capitalista avaro y nosotros mercantilista oportunista. Nos salen caras las rentas artificiales concedidas a unos a través de subsidios o protecciones de diversa índole. Richard Posner, Gordon Tullock y otros economistas muestran que los regulados tienden a atrapar al regulador, mediante acciones políticas como el cabildeo, cosechando ventajas a costillas de los demás. La sociedad pierde no sólo porque disminuye la actividad creadora de riqueza, sino porque lo invertido en la politiquería cae en saco roto.
La búsqueda de rentas probablemente contribuyó al complejo marco regulatorio de los mercados financieros, bancarios y de créditos hipotecarios en Estados Unidos y otros países.
Es el poder del gobierno el que atrae a dichos buscadores de rentas: conseguir réditos por medios políticos es un atajo que sustituye el arduo trabajo exigido por el mercado competitivo. Aceptado lo anterior, podemos asumir una de tres posturas: o nos resignamos frente al status quo, o intentamos cambiarlo, ya sea eliminando al buscador de rentas o limitando el poder que tiene el gobierno de conceder rentas.
Quienes estiman que la naturaleza del gobierno democrático es inalterable, buscan que todas las personas integren un grupo de presión y que ningún grupo logre excesivas prebendas. Tienen una visión corporativista.
En este esquema caben no sólo los buscadores de rentas sigilosos, sino también los de izquierda y derecha que exigen su tajada, convencidos de que su causa es justa, a veces sin darse cuenta de que cualquier cosa recibida por esta vía habrá sido quitada previamente a otros.
Para acabar con el buscador de rentas, estereotipado como el empresario-capitalista-avaro, parecería menester abolir el mercado y la propiedad privada. Lo contrario ocurrió. La praxis socialista, que perseguía este fin, exacerbó en lugar de erradicar la búsqueda de rentas. En ese sistema, todas las decisiones son políticas, y al empleado estatal y ciudadano común se le hace imperativo gozar del beneplácito de la autoridad para sobrevivir.
La tercera opción es restringir las oportunidades de explotar al gobierno para satisfacer intereses particulares.
¿Cómo? Estableciendo reglas de rango constitucional, basadas en principios, que sean generales y abstractas. Se reduce así la arbitrariedad en manos de funcionarios públicos. Es la salida más atractiva, porque es la más ética y la más eficiente socialmente.