Por Yon Goicoechea
El Universal
El miedo es requisito indispensable de las dictaduras. Por eso, los autócratas o quienes quieren serlo se esfuerzan por intimidar a las sociedades, en búsqueda del silencio cómplice. Los medios para intimidar son muchos y van desde la amenaza, en todas sus formas, al encarcelamiento o la muerte, para lo cual cuentan con los poderes públicos y con los cuerpos de inteligencia.
Estos cuerpos de inteligencia, además de lo anteriormente dicho, se encargan de espiar a todo el que piense por sí mismo, más allá de la propaganda oficial. Están facultados para meterse en los aspectos más íntimos de la vida humana, eso sí, en nombre de "la seguridad del Estado". Son estos cuerpos los que graban conversaciones y las difunden oportunamente (a veces extemporáneas pero siempre oportunas para el gobierno), los que ubican micrófonos en las casas, automóviles y oficinas de la disidencia, los que acosan y chantajean.
En las últimas semanas, se ha difundido grabaciones de conversaciones privadas entre dirigentes de oposición. Lo más probable, es que las mismas estén editadas y alteradas a conveniencia del gobierno. En todo caso, se incurrió en un delito y nadie pagará por ello. No pagará nadie porque aquí no hay delito chavista, el Código Penal es para los ciudadanos pero "ni de vaina" para el gobierno. Sin embargo lo denuncio, difundir grabaciones de conversaciones privadas es un delito según la ley venezolana y según tratados internacionales y, en consecuencia, lo funcionarios que lo hicieron deben ser enjuiciados.
Si se nos quiere callar es porque hay mucho que decir en materia de corrupción, violencia, intolerancia, pobreza y abandono. "La democracia no es el sistema de las minorías vociferantes sino de las mayorías silentes", que en los momentos de necesidad hablan con fuerza. No dejo de preguntarme cuando hablará Venezuela y si este gran silencio es causa o consecuencia de nuestra realidad. En todo caso, considero que a fuerza de callar no pasará nada.