Por Juan Gabriel Tokatlian
Clarín
En el momento en que estalló la peor crisis financiera de Estados Unidos y se produjo el monumental paquete de rescate a la banca de 700 mil millones de dólares, el Ejército de los EE.UU. presentó el 2008 Army Modernization Strategy. Este documento amerita un análisis detallado por su potencial impacto en las relaciones interamericanas.
La columna vertebral del texto descansa en una definición categórica e inquietante de la seguridad en el entorno internacional. Esto es; que estamos bajo una situación de "guerra perpetua". A la inversa del ideal kantiano de la "paz perpetua" que Washington proclamaba buscar con el "cambio de régimen", la promoción de la democracia y la ampliación global de la comunidad democrática, el documento asume que habrá que habituarse a vivir en un estado bélico permanente. Afirman los responsables del texto que en este tiempo, y en las décadas que vienen, prevalecerán la ambigüedad, la impredecibilidad y la pugnacidad.
En ese contexto, estiman que EE.UU. debe prepararse para dominar todo el espectro de conflictos posibles; desde las grandes guerras, hasta operaciones no estrictamente militares. Las Fuerzas Armadas deben dotarse con la tecnología apropiada y el respaldo político suficientes para confrontaciones prolongadas. A las potenciales contiendas con poderes que intentan tener la misma talla de Washington -es decir, China (principalmente) y Rusia- y a la ubicua y persistente "guerra contra el terrorismo", se suman el despliegue de la fuerza en los estados fallidos y la competencia armada por recursos críticos (agua, alimentos y energía).
Más allá de expresar la búsqueda de control territorial, marítimo y espacial para hacerse inexpugnable, este informe manifiesta que EE.UU. se preparará cada vez más para guerras irregulares, tareas de contrainsurgencia y luchas dilatadas en área periféricas; periferia donde predominan los estados desfallecientes y hay recursos vitales. Este documento se inscribe en el marco de dos textos medulares (el Quadrennial Defense Review de enero de 2006 y el National Defense Strategy de junio de 2008) y dos manuales claves (el FM 3-24 sobre Contrainsurgencia de diciembre de 2006 y el FM 3-0 sobre Operaciones de febrero de 2008).
En conjunto, todo apunta a establecer una creciente especialización funcional de las Fuerzas Armadas estadounidenses para conflictos asimétricos permanentes de alcance global y futuro incierto. Se trata de tener contingentes expedicionarios dotados y prestos a desplegarse en cualquier escenario. De allí el renovado interés en releer y revaluar las experiencias coloniales de Europa. En ese contexto más amplio se inserta la creación, en octubre de 2007, del US Africa Command y el restablecimiento, en julio de 2008, de la IV Flota para navegar en torno a Latinoamérica y el Caribe.
Siempre existirán explicaciones centradas en las personas y las burocracias para justificar la constitución de aquel comando y el resurgimiento de aquella flota. También pueden entenderse argumentos que comparan esos despliegues de EE.UU. con otros en Europa y Asia y sugieren que la envergadura de los primeros es mucho menor a los segundos. Ambas perspectivas son certeras pero insuficientes. No dan cuenta de un asunto medular: el lugar desproporcionado que hoy tiene el componente militar en la estrategia internacional de EE.UU. A pesar de que la fenomenal crisis financiera que hoy vive la economía política internacional parece agrietar la ilusión neoconservadora de un profundo reordenamiento mundial bajo el dictado de EE.UU., la tentación imperial sigue presente entre los militares. Cada vez más autónomos y poderosos, será indudablemente uno de los mayores escollos que enfrente Barack Obama, si llega a la presidencia y pretende reorientar la política exterior y de defensa.
El autor es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés.