Por Manuel Hinds
El Salvador
Una de las preguntas más interesantes sobre la crisis financiera mundial es, ¿por qué los bancos prestaron tanto dinero en el mercado habitacional subprime, a personas que ellos sabían que tenían un alto riesgo de no poder pagar sus deudas? En otras crisis financieras, el problema ha sido que prestatarios que parecían solventes de pronto resultaron no serlo. Lo nuevo en esta crisis es que ya se sabía que los que no pagaron no iban a pagar, o al menos que había un gran riesgo de que no pagaran.
La Internet se ha llenado de explicaciones larguísimas, muy elaboradas y aburridísimas sobre las causas de la crisis. En medio de las mil razones que se dan para lo que pasó, hay un factor común: el decir que la crisis, y el prestarle a las personas que no podían pagar, fue el resultado de la codicia. A cierta gente le encanta dar esta explicación, preferiblemente con un tono moralizante, porque da la impresión de que el que lo dice es bien bueno y está libre de codicia. Por supuesto, esta explicación no explica nada. La codicia ha existido en toda la historia y seguirá existiendo mientras exista la humanidad, y sin embargo no hay crisis como la de ahora todos los días.
Hasta ahora no he oído a nadie hablando en El Salvador de cómo fue que los bancos de Estados Unidos comenzaron a prestar a clientes subprime. Esto no se lo inventaron los codiciosos banqueros. Como lo ha notado Jeffrey A. Miron, un profesor de economía en Harvard, los bancos comenzaron a prestar en este mercado porque los obligaba una ley llamada el Acta de Reinversión Comunitaria, emitida por el Congreso en 1977 y reformada varias veces para dar a los grupos comunales el poder de forzar a los bancos a mostrar si era cierto que estaban prestando a toda su comunidad, incluyendo a los más pobres del lugar, y a presionarlos para que lo hicieran.
Varias agencias federales, incluyendo a la Reserva Federal, el Controlador de la Moneda, la Corporación Federal de Seguros de Depósito y la Oficina de Supervisión de Instituciones de Ahorro, tenían que certificar si era cierto que los bancos le estaban prestando a los que no tenían buen crédito. La presión para prestar a esta gente venía de los grupos comunales y del gobierno federal, basados en el Acta mencionada.
La presión aumentó durante los últimos diez a quince años, con lo que los bancos buscaron maneras en las que podían reducir el riesgo de prestarles a los que no eran sujetos de crédito. Y allí, análisis estadísticos que probaron ser errados los guiaron a creer que habían controlado los riesgos. El mecanismo para hacer esto se fue volviendo bien complicado, pero el principio es sencillo. Los bancos daban las hipotecas y luego las ponían juntas en paquetes para vender a inversionistas, que en vez de comprar, digamos, bonos, podían comprar un paquete de cien o mil o diez mil hipotecas, con lo que adquirían el derecho de que los pagos por estas hipotecas se les pasarían directamente a ellos. El riesgo de cada préstamo incluido en estos paquetes era alto, porque los prestatarios no eran sujetos de crédito.
Los bancos compensaba por esto de dos maneras: Primero, los préstamos pagaban tasas de interés más altas que las de las hipotecas prime (que por supuesto eran mejores que las subprime). Segundo, los bancos crearon diferentes categorías de paquetes subprime. El mejor de éstos disfrutaba de un gran privilegio: si alguien no pagaba al tenedor del paquete, el banco lo sacaba del paquete y ponía otro deudor en él, es decir, el banco garantizaba el ingreso del tenedor, con lo que el paquete era clasificado como triple A, a pesar de que estaba compuesto de créditos a gente que no era sujeto de crédito. Esos paquetes los vendían bien caros. Había otros paquetes con distintos niveles de privilegio, que eran menos atractivos y se vendían a menor precio. Y al final quedaba lo peor de la basura, paquetes que incluían muchos créditos que nunca se iban a pagar, que se vendían con gran descuento o que no se podían vender. Los bancos creían que con las ganancias de los otros paquetes iban a cubrir las pérdidas de estos créditos. El problema fue que de pronto el mercado se quebró y ni los buenos paquetes resultaron buenos porque, con muy poca gente pagando, los bancos no pudieron sustituir las hipotecas malas con buenas, y todo se vino abajo. La lección, que es tan vieja como la historia, es que prestarles a gente que no es sujeta de crédito lleva a crisis financieras.
Cuando le digan a usted que hay que pasar una ley forzando a los bancos a dar préstamos a los que no son sujetos de crédito en tal o cual sector, recuerde usted la experiencia terrible de los subprimes, que casi han quebrado al mundo entero. Aquí ya los quebraron cuando estaban nacionalizados.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.