Por Gina Montaner
El Nuevo Herald
Los de Wall Street debieron creer que la orgía sería perpetua y continuaron celebrando incluso después del desastre anunciado, cuando las bolsas se estrellaron y los corredores parecían estar al borde de un ataque de nervios frente al baile de números en las pantallas fosforescentes.
Como todo en la vida acaba por cobrar un tamiz literario, circulan todo tipo de rumores acerca de la high life que se gastaban los directivos de las grandes compañías financieras. Al parecer, aquello eran días de vino y de rosas. Una semana después del rescate de AIG algunos de sus cachorros se embarcaron en un millonario viaje de placer, instalándose en un lujoso spa donde tal vez hicieron abluciones con champán para exorcizar demonios pasados. ''Borrón y cuenta nueva'', debió ser el lema de su brindis tras comprobar que hay crímenes sin castigo.
No hay obra literaria que no encierre su drama y su truculencia antes de que se deshaga el nudo gordiano. Por ejemplo, en esta tragedia de acciones bursátiles no han faltado los puñetazos contra uno de los villanos, en este caso, Richard Fuld, directivo de Lehman Brothers. Unos días antes de que la empresa quebrara y después de haberse repartido el botín con otros jefazos, un empleado iracundo no pudo resistir la tentación de lanzarle una trompada en el gimnasio de la corporación. Pero como Fuld tiene la cara de piedra, poco después testificó ante una comisión del Congreso sin que le temblaran los belfos por la poca vergüenza de sus acciones, su infinita indecencia, su total desprecio por sus conciudadanos. Afuera fue recibido por manifestantes que lo abuchearon y portaban carteles que rezaban ''Estafador''. Richard Fuld se limitó a devolverles la mirada gélida de un chacal acostumbrado a engullirse a su presa.
La gente, el pueblo, la masa herida, contemplan la fantasía de cazar a Fuld y sus secuaces de Wall Street como forajidos en el Far West. El ciudadano de a pie, que en su vida viajará en jet privado ni dormirá en una mansión blindada, sueña con colocar posters con un ''Se busca'' bajo el retrato de estos trajeados impresentables. Puras fantasías que se esfuman en el arduo quehacer diario del que toma trenes y autobuses para llegar al trabajo y suspira por unas merecidas vacaciones de una semana en un crucero con salmonella incluida.
Uno quisiera ser liberal de manual y creer a pie juntillas en la libertad del mercado libre. Pero la resaca de Wall Street deja un mal sabor a hojarasca y uno inevitablemente amanece con rencores proletarios y bajo la almohada esconde sueños de que un Estado benefactor regule la maleable condición humana antes de que vengan uno o muchos bribones y se jueguen el destino de todos en un inmenso casino llamado Wall Street, donde los croupiers saben que la casa siempre gana y que sólo es cuestión de tiempo antes de que el ludópata apueste el todo por el todo.
En las películas clásicas el jugador empedernido se marchaba al amanecer con las manos en los vacíos bolsillos y la mirada desesperada de a quien ya sólo le queda tirarse de un puente. Pero en este cuento sin moral ni moraleja que nos ha tocado vivir, el irresponsable que apostó a la ruleta rusa con el dinero de todos se larga por la puerta grande, llevándose en sacos las monedas de oro. Así se marchó el tal señor Fuld, soberbio y orondo.
La orgía no ha sido perpetua, pero duró lo suficiente como para que Alí Ba Ba y los cuarenta ladrones ahora puedan disfrutar de un exilio dorado en un lejano y exótico paraíso. Es cuestión de dejar que el tiempo pase y se nos duerma la furia hasta que sus rostros, casi siempre aburridos y planos, se nos borren de la memoria.
Entonces regresarán y volverán a confundirse con la camada. Dicen que estos cataclismos ocurren cada diez años. Nos quedan nueve antes del próximo saqueo.
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