Por Alejandro Alle
El Salvador
Otra semana de catástrofes en Wall Street, donde las cotizaciones siguieron a la baja al mismo ritmo que continuaba, pero al alza…, la desesperación de los ministros de Finanzas de los siete países más desarrollados del mundo (G-7), quienes el viernes 10 de octubre emitieron un breve comunicado de cinco puntos.
Para graficar el nerviosismo, John Authers, periodista del Financial Times, publicó su reporte del sábado 11 con el sonoro título de "Market crash shakes world", algo así como "el crash del mercado sacude al mundo". Pensar que antes al mundo sólo lo sacudía el rock and roll. Ciertamente más inofensivo, aún con sus frecuentes humos tóxicos.
En lo referente al reporte del G-7 vale la pena destacar un punto en particular, el tercero, que de implementarse adecuadamente quizás sea la llave que permita encontrar la luz al final del túnel.
En efecto, según reza su texto, los firmantes acordaron "asegurar que los bancos y otras instituciones financieras relevantes tengan acceso a capital de fuentes públicas y privadas, según sea necesario, en las cantidades suficientes para reestablecer la confianza y permitirles continuar otorgando préstamos para la vivienda y para el giro de los negocios".
Las dos palabras claves son capital y confianza, evidentemente. Porque nada se soluciona insistiendo con acciones fallidas, como seguir bajando las tasas de interés de referencia y continuar, en consecuencia, inundando el planeta con una liquidez que queda atrapada en las instituciones financieras, muchas de dudosa solvencia…, reacias a otorgar préstamos ante el generalizado clima de desconfianza imperante. ¿Por qué? Al final verá.
Con su diagnóstico certero, los ministros de Finanzas del G-7 se pusieron en sintonía con una opinión que desde hace varias semanas viene logrando consenso entre los principales economistas del mundo, acerca de los pasos adecuados para salir del atolladero financiero en que se encuentra el planeta.
Y dicho consenso indica que al sistema financiero global hay que recapitalizarlo urgentemente, con el objeto de reparar la descapitalización sufrida por las entidades a raíz del estallido de la burbuja hipotecaria, alimentada (es oportuno recordarlo) por la Reserva Federal y por los políticos de Washington. Con el concurso de cómplices privados, indudablemente.
¿Recapitalizar el sistema? Ocurre que la espiral descendente en que han entrado los precios de las viviendas, en un círculo vicioso acelerado por esa desconfianza que impide otorgar nuevos préstamos…, tiene un efecto devastador en el patrimonio de las personas, cuyas deudas en muchos casos resultan superiores al valor de mercado de sus viviendas.
Además, dicha espiral destruyó también el capital de muchas instituciones financieras, que quedaron con hipotecas que quizás nunca cobren. O que cobren sólo parcialmente.
Esas hipotecas de dudoso cobro, así como otros "activos tóxicos" por los cuales probablemente fueron cambiadas, forman parte del capital exhibido por las instituciones crediticias. Un capital, en consecuencia, muy maltrecho.
Es que nadie sabe cuánto valen tales activos tóxicos. Ni a qué precio los rescatará el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Hank Paulson. El hombre de los 700,000 millones de dólares.
¿Cómo recapitalizar el sistema? Tanto Martin Feldstein como Greg Mankiw, ambos profesores de Harvard, han publicado la semana pasada propuestas para que el plan de rescate de Paulson pueda ser más eficiente en darle solvencia (y no sólo liquidez…) al sistema, minimizando la vergonzosa necesidad de socializar pérdidas. Que también es oportuno recordar.
La recomendación de Feldstein y de Mankiw, aparentemente escuchada por el G-7, es que los fondos públicos acompañen, y literalmente copien, las inversiones de capital que algunos inversionistas privados ya están haciendo: Warren Buffett, por ejemplo, acaba de invertir 5,000 millones de dólares en acciones de Goldman Sachs.
¡Ah!, ¿por qué la desconfianza? Ante la presunción de intoxicaciones masivas, todos los bancos del sistema sospechan de la solvencia de los demás. Y sin confianza el sistema no funciona.
Es que quizás sean muy pocas las instituciones financieras que puedan alegar no haber fumado tóxicos últimamente.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.