Por Jesús Ruiz Nestosa
ABC Digital
SALAMANCA. Apenas se conoció la noticia de su muerte, el pasado viernes 26, las páginas de periódicos, las pantallas de televisión se llenaron con su imagen poniendo de resalto el color de sus ojos, el enorme atractivo que tenía para las mujeres, su aspecto viril, etcétera. Y también hubo quien recordó el enorme talento que tenía como actor.
Paul Newman murió el viernes último, a causa de un cáncer de pulmón, a la edad de 83 años, de los cuales, cincuenta compartió con su esposa, Joanne Woodward y casi otros tantos dedicados a su carrera como actor, aunque también le apasionaba el automovilismo, la cocina (últimamente había abierto un restaurante en Connecticut). Le decían “el Rey Midas” porque todo lo que tocaba transformaba en oro. Después de la muerte de su único hijo, Scott, en 1978, creó una fundación, The Hole in the Wall Gang Camps, dedicada a niños con enfermedades terminales. Como apoyo económico a esta fundación, creó una fábrica de alimentos, “Newman’s Own” que pronto comenzó a dar ganancias. Se calcula que las ganancias superaron los cien millones de dólares que fueron invertidos, hasta el último centavo, en dicha fundación y en otras obras de caridad.
Nació en Shakers Heights, una pequeña ciudad de Ohio, el 25 de enero de 1925 y cuando la marina le dio de baja un año después de haber terminado la Segunda Guerra, tenía ideas muy claras sobre lo que deseaba hacer. Se matriculó en la escuela de drama de la Universidad de Yale y más tarde ingresó al famoso Actors Studio que Lee Strasberg dirigía en Nueva York. Recuerdo haber visto una entrevista a Strasberg en la que en un momento se lo ve dando clase. Sus alumnos lo escuchan atentamente sentados en sillas que no guardan ningún orden. Allí están Marlon Brando, Marilyn Monroe, James Dean, Montgomery Cliff y... Paul Newman. Todos formaban parte del mismo grupo, un grupo que iba a hacer historia. Todos ellos han dejado una huella bien marcada.
Paul Newman se inició en el cine con una película llamada “El cáliz de plata” (Víctor Saville, 1954). La experiencia le resultó tan decepcionante que al día siguiente de su estreno, en uno de los diarios importantes de Los Angeles publicó una página entera en la que pedía perdón a todas las personas que habían visto ya la película en la que aparecía en traje de romano, dentro del cual se sentía como una mosca sobre un dulce de membrillo.
Pero dos años después regresó al cine aunque había dicho que no lo haría nunca. Fue en una película en la que interpretó el papel del célebre boxeador Rocky Graziano y a la crítica le faltaron adjetivos para alabar su interpretación. Desde este momento su carrera sólo conocería éxitos. Las salas se llenaban con un público que lo admiraba aunque nunca interpretó papeles heroicos. Fue siempre el antihéroe de los años sesenta y setenta, el hombre vencido por su ambiente, pero que llevaba siempre en el fondo un resto de humanidad. ¿No es ese acaso el abogado que entra subrepticiamente a un velatorio y comienza a repartir su tarjeta por si necesitan ayuda en los trámites de la herencia?
Si bien ganó un Oscar a la mejor actuación, después de haber sido nominado nueve veces por papeles anteriores, con “El Color del Dinero” (Martín Scorsese, 1986), el personaje que lo marcó definitivamente para el gran público fue el hecho en “Butch Cassidy y Sundance Kid” (George Roy Hill, 1969) en la que interpreta, juntamente con Robert Redford a un par de asaltantes que hacía 1900 no dejaron de asaltar un solo banco en el oeste de los Estados Unidos y luego se dedicaron a los trenes de la Union Pacific Flyer. Tan insistentes fueron sus asaltos, que la compañía contrató a un grupo de matones para que terminaran con ellos. Si bien en la realidad la historia tuvo su fin en la Patagonia argentina, en la película sucede en Bolivia, donde asaltaban los bancos con la ayuda de un diccionario porque no hablaban el castellano.
Su filmografía es extensa. Protagonizó versiones cinematográficas de obras de Tennessee Williams como “La gata sobre el tejado de zinc caliente” (Richard Brook, 1958), o bien “Dulce pájaro de juventud” (Richard Brook, 1962) y de William Faulkner: “El largo y caliente verano” (Martin Ritt, 1958). Hasta realizó un papel muy breve, como él mismo, en una comedia estupenda como fue “Silent Movie” (Mel Brooks, 1976) donde aparece internado en un hospital con una pierna rota a causa de un accidente en una carrera de automovilismo.
Lo único que puede hacer es jugar carrera con las sillas de ruedas con otros internados. En los últimos años, ya alejado de las cámaras y los escenarios de Hollywood dijo que se sentía un tanto avergonzado pues pensaba que realmente se había hecho famoso con su restaurante “The Dressing Room” y no con sus películas. Estas son minucias de una persona que teniéndolo todo: talento, fama, dinero, no perdió nunca el sentido de realidad ni su sentido de ubicuidad.