Por Héctor Ñaupari
REDIAL
Como el trágico Edipo, las infames expresiones de Monsieur Allard en reciente artículo en el diario Granma contra el escritor y político cubano Carlos Alberto Montaner están cegadas por el odio, e intoxicadas con el más peligroso de los venenos: la convicción revolucionaria. Gracias a esa coartada, genocidios, asesinatos, persecuciones y tenebrosos crímenes se convierten, para quienes comparten esa psicopatía, en actos heroicos y de justicia, en circunstancias bienhechoras y reivindicativas.
Tal como el citado personaje literario, M. Allard se ha cegado a sí mismo antes que rendirse a las evidencias: que los únicos perpetradores del terror son los dirigentes cubanos, quienes han infringido a su propio país la sangrienta cuota de nueve mil cadáveres, de acuerdo con Archivo Cuba*. Así, si incurrir en el pecado del silencio cuando se debiera protestar, hace cómplices y cobardes a los hombres, esa avalancha de ajusticiados señala a Allard como autor intelectual de sus asesinatos, en tanto ardiente defensor de la dictadura castrista.
Por eso, cabría preguntarle ¿qué mayor expresión de terrorismo que los más de cuatro mil fusilamientos y mil muertes en prisiones y centros de detención cometidas en Cuba? ¿Acaso no es terrorismo ejecutar inocentes extrajudicialmente, incluyendo niños, que intentaron huir del país por mar o buscando refugio en embajadas? En el Moloch cubano han sido sacrificados líderes religiosos y mujeres embarazadas, asesinadas en el presidio político. No obstante, a fin de distraernos de este calvario, los fuegos de artificio de Allard, adornados por doquier con la vulgar terminología antiimperialista tan cara a las izquierdas radicales de la región, pretenden motejar a Carlos Alberto Montaner de “terrorista”, cuando los únicos que merecen tales epítetos son sus patrones ideológicos y políticos, que violan permanentemente todos los derechos humanos universalmente aceptados, y que encuentran en sus enceguecidos sicofantes – como él – las más perversas justificaciones a sus violencias y desvaríos.
Montaner ha dedicado su vida a un solo ideal: que en Cuba haya una democracia instituida, con libertad y con igualdad, con oportunidades y bienestar; un país donde los cubanos puedan comer, tener un techo digno y medicinas, caminar por las calles y plazas de su centro histórico, leer periódicos, viajar y tener una opinión propia. Una sociedad, en suma, en la que nadie se considere un delator, donde se recupere la confianza y el respeto a uno mismo y al prójimo. Ese ideal le ha costado la prisión, el exilio, así como un sinnúmero de manifestaciones de repudio y de insultos, como el que ahora contestamos. Por ese ideal – y el de la libertad – Montaner lo ha arriesgado todo. Ese sueño, puesto una vez más a prueba, será la realidad prístina que arribará cuando las tinieblas de la dictadura cubana cedan por fin.
Octavio Paz escribió, citando al poeta alemán Friedrich Heine, que prefería ser recordado no por su pluma y sus poemas sino por sus combates en defensa de la libertad. Ése título, el de defensor de la libertad, es el único que Carlos Alberto Montaner en verdad merece.
* www.archivocuba.org es la base de datos electrónica de las víctimas de la revolución cubana. Aunque cubre todos los espectros políticos, se destacan la magnitud, severidad y naturaleza sistemática de los crímenes del liderazgo comunista cubano y se pone de manifiesto su largo y profundo desprecio por la vida humana.