Por Rubén Navarrette Jr.
Diario Las Americas
SAN DIEGO -- Joe Biden y yo concordamos en lo siguiente: ésta se ha convertido en una campaña mezquina y desagradable —aunque citaríamos diferentes ejemplos para probar ese hecho.
Recientemente en Greenville, Carolina del Norte, Biden se quejó de las tácticas de la campaña McCain-Palin, de la inferencia realizada por algunos de que Obama es una opción peligrosa, y de las agudas preguntas que el candidato demócrata a la vicepresidencia evadió, la semana anterior, provenientes de una comentarista de televisión en Orlando, Florida, entre ellas una sobre si el pensamiento de Obama sobre la redistribución de los ingresos equivalía a Marxismo.
“Ésta ha sido una campaña bastante mezquina”, dijo Biden. “Saben, amigos ... algunas de las insinuaciones son bastante horribles”.
Cuando pienso en mezquino y horrible, pienso en el racismo que ha surgido tanto de los que se oponen a Obama como de los que lo apoyan.
Hay un grupo de mujeres republicanas en el sur de California que envió un boletín este mes, con la broma de que Obama, si resultara electo, aparecería en las estampillas para alimentos en lugar de los billetes de dólar. El boletín incluía una ilustración de los “Dólares de Obama” —un retrato del candidato demócrata rodeado de sandía y pollo frito.
Pero hay otro tipo de factores desagradables sobre los que no oímos hablar lo suficiente: el racismo liberal.
Cuando el comentarista de un programa de radio de Milwaukee, James T. Harris, un conservador negro, se paró en medio de un mitin municipal y rogó a John McCain que incrementara sus ataques contra Obama, Harris fue inundado de mensajes racistas y amenazas de muerte, y llamado “Sambo”, “Tío Tom” y “vendido”. Harris dice que cree que muchos de los e-mails vinieron de blancos.
Hay que tener cara dura para que un blanco acuse a una persona de color de no ser lo suficientemente negra.
La noción me es familiar. Tras defender a Sarah Palin, recibí un mensaje de un miembro de la izquierda colérica que escribió: “Usted es de un país del Tercer Mundo o su familia lo es, deje de intentar ser blanco”. También recibí mensajes de activistas de la generación de posguerra, que lamentan —desde su punto de vista— haberme arrancado de esa cuadrilla de jardineros y haberme enviado a una Ivy League(1). O tal como lo expresó uno: “Increíble que pueda sentarse ahí y defender a Sarah Palin. Yo derribé puertas para que usted tuviera un pie en la sociedad en la que ahora participa”.
Cuando yo elogié a McCain, una liberal preguntó: “¿Usted qué es? ¿El Tío Tom de los latinos?” Y aconsejó: “Enorgullezca a su gente porque la está avergonzando”.
Cuando tratan de ejercer control sobre los latinos o afroamericanos que piensan independientemente, la palabra clave de los liberales es “decepcionado”. Últimamente, he recibido docenas de mensajes de lectores que utilizan esa palabra para describir cómo se sienten con respecto a mí. En la tradición liberal, la mayoría de las misivas son condescendientes. Como ésta: “En un momento era interesante leer sus artículos pero... usted parece haber perdido su camino”. O esto: “Usted está alimentando a los ignorantes y retorciendo las verdades con tanta intensidad que se convierten en mentiras. ... Un día comprenderá mis palabras, siento que mientras tanto haya perdido su camino”.
Según sus quejas, parecería que la última vez que yo supe de qué estaba hablando fue —coincidentemente— la última vez que escribí sobre algo con lo que ellos coincidían. Es parte de lo inoperante que se ha vuelto nuestro discurso político. No se nos permite decir que pensamos que o bien Obama o McCain sería un buen presidente. No acordamos que podemos estar en desacuerdo; debemos destruir al otro bando. Estamos atrapados en un paradigma de todo o nada, en que los partidistas exigen un acuerdo total y una lealtad eterna. No permitimos los matices, la complejidad ni lo imprevisible. Y no tenemos interés en que nos desafíen, por lo que aceptamos sólo las fuentes mediáticas que refuerzan lo que ya creemos y omiten el resto.
Es ahí donde hemos llegado y muchos estadounidenses lo saben. Un lector que ve lo bueno y malo de cada bando escribió: “Me solía encantar la política y tener buenas discusiones de mesa redonda con amigos y familiares sobre diversos asuntos, pero ya no. La cólera ... sencillamente me ha agotado. He decidido no desperdiciar preciosa energía y calorías en un tema que sólo trae emociones negativas y agitación”.
Con excesiva acrimonia y demasiada poca tolerancia, nuestra política se ha vuelto mezquina y ponzoñosa. Eso debe cambiar. No vamos a estar de acuerdo en todo. Pero nuestro país es mejor que esto. Empecemos a actuar de esa manera.
Notas del traductor
(1) Ivy League: Liga de la Hiedra: nombre por el que se conoce a ocho prestigiosas universidades del nordeste de Estados Unidos: Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, University of Pennsylvania, Princeton y Yale.