Por Elbacé Restrepo
El Colombiano, Medellín
Hace poco más de un mes dos tradicionales bancos de inversión norteamericanos, Lehman Brothers y Merril Lynch, desaparecieron del mapa financiero en cuestión de horas. "¡Ah, qué vaina!", pensé, pero no tenía idea de la avalancha, especialmente de información, que se nos venía encima.
De ahí en adelante todo ha sido sustos y sobresaltos, opiniones dividas, falsas alarmas y alarmas verdaderas, optimismo y pesimismo... Creo que lo que nos ha salvado de un ataque de nervios son las palabras que usan los expertos en sus intervenciones, por incomprensibles para el común de las personas: crisis mundial, menor inversión, altas tasas de interés, pánico financiero, Dow Jones, Nasdaq, apalancamiento y, claro, manipulación de mercados, malos manejos y corrupción, por variar.
Confieso que a medida que la alarma se disparaba alcancé a preocuparme por los más de trescientos millones de habitantes de Estados Unidos. Puse cara de acontecimiento y hasta alcancé a angustiarme por la situación económica de ese gentío, pero después fue peor, cuando a pesar del lenguaje denso de los expertos, entendí que también era con nosotros, aunque el ministro de Hacienda diga que la crisis mundial no ha afectado mucho a Colombia. Debe ser porque vivimos en una permanente, propia o ajena, y ya tenemos callo en el bolsillo.
Según las autoridades en teorías económicas, estas son algunas de las situaciones que nos esperan: se encarecen los créditos, (¿alguna vez han estado baratos?); se merman (más) las exportaciones por poca capacidad de compra en el extranjero; recorte de personal en las empresas, (con crisis y sin ella); se afecta la canasta familiar (¿cuándo no? También por el verano, el invierno, las huelgas? por todo). En resumen, la crisis financiera la hemos padecido tanto que ya ni nos asusta y creo que hasta tiene marca registrada para los colombianos.
También dicen, y tampoco nos sorprende, que el sonado "salvataje" o las medidas de ayuda que toman los gobiernos, son siempre en beneficio de los ricos que generaron la crisis, mientras los pobres siguen igual, tirando a peor.
Lo único claro son las recomendaciones para épocas críticas: aplazar lo irrelevante. Piénselo bien antes de meterle un tarjetazo a un viaje, al televisor LCD que le mata el ojo en el supermercado o a una cirugía estética innecesaria, por ejemplo. Es tiempo de racionalizar el gasto y de tirar aguante, ni modo. Hay que hacerles caso a los que saben y no meternos en (más) deudas por ahora.
Es difícil para la gente del montón entender los tejemanejes de Wall Street, sus causas y consecuencias, pero queda claro que quien tiene manera de comprar acciones a precio de huevo, en unos años será multimillonario. Los del montón, en cambio, nacen en crisis y ella los acompaña hasta la muerte. Hay cosas impajaritables y esa es una.