Por Juan Gabriel Tokatlian
El Cronista Comercial
Existe una gran paradoja en las actuales relaciones entre Estados Unidos y América latina. En la mismísima década que muchos veían como la cima del último y sin rival ‘momento imperial’ de Washington, ha fracasado la doctrina Monroe (la noción, esbozada por el presidente norteamericano en 1823, de que EE.UU. considera ‘peligroso para su paz y seguridad’ cualquier intento de otros poderes de ejercer influencia en la región ubicada al sur del país).
Ya es suficientemente grave para Washington que en buena parte de Latinoamérica los gobiernos desafíen crecientemente los intereses de EE.UU., y que en algunos casos varios expresen una implacable hostilidad hacia Estados Unidos y su influencia.
Peor aún es el arribo de nuevos actores por fuera de su control. Los chinos están llegando a la zona con recursos, comercio y soft power (poder blando); los rusos están volviendo con renovada fuerza militar; los iraníes están más cerca, diplomáticamente y en términos de política energética. Se aproximan India y Sudáfrica y hasta Japón muestra más interés en el área.
Los últimos meses de 2008 son un momento en el que Estados Unidos debe registrar este resultado, para que después de las elecciones del nuevo presidente, al menos algún terreno esté despejado para que puedan renovarse las desgastadas relaciones en América latina.
El alcance del daño se puede estimar de varias maneras. Un reciente indicador es la expulsión, en la segunda semana de septiembre de 2008, de los embajadores estadounidenses en Bolivia y Venezuela. Mientras tanto, Ecuador -que al igual que esos dos otros países, se encuentra en medio de un período de intensa politización y cambios institucionales- ha decidido que no renovará el uso de la base Manta, donde están emplazados 450 militares y contratistas norteamericanos.
Este fracaso diplomático refleja mayores fallas en la política. Los dos principales proyectos (y altamente caros) de la ‘guerra contra la droga‘ de Estados Unidos, el Plan Colombia y la Iniciativa Andina, ha naufragado totalmente. Ahora, las drogas son más baratas, más puras y más fáciles de obtener en Estados Unidos que a fines de los noventa. De cara a esta realidad, Washington decidió ayudar a México con el Plan Merida, un programa similar, es decir orientado al abastecimiento y altamente militarizado.
La Casa Blanca y el Congreso son parecidos en su incapacidad de desarrollar o acordar una política de migración realista con respecto a América latina; tampoco pudieron divisar una estrategia energética integrada para la importación de la fuente más segura y cercana disponible para EE.UU. Las políticas de Washington en varias subregiones también son ineficaces y/o incoherentes.
En el Caribe, por ejemplo, parecen estar ordenadas en torno a tres principios: el mantenimiento del inútil y criticado embargo sobre Cuba; la insistencia en que continúe una operación militar de las Naciones Unidas en Haití que se parece a un neo-protectorado; y el desprecio por el resto de la cuenca.
En términos estratégicos, también existe una combinación de arbitrariedades y acción contraproducente. La decisión del US Southern Command de reactivar la Flota IV de la marina tuvo como efecto acelerar la propuesta de Brasil de crear un Consejo Sudamericano de Defensa Sudamericana.
Pero la repetición de las políticas equivocadas por parte de Estados Unidos -y la grave falta de entendimiento de la actual América latina sobre la que tan a menudo están basadas- son más que sólo temas ‘burocráticos’. Cuando analizan la región, la mayoría de los think-tanks estadounidenses ofrece viejas fórmulas y directivas. Sus principales elementos, además, con frecuencia son extremadamente simplistas, ideológicos y anticuados.
La consecuencia es clara: se necesita un esfuerzo genuino por parte de diferentes actores no gubernamentales y estatales para que repiensen seriamente la realidad de América latina con nuevas perspectivas. Si no lo hacen, los estadounidenses (y latinoamericanos) seremos testigos de otro ciclo del síndrome de superpotencia frustrada, sea republicano o demócrata el próximo ocupante de la Casa Blanca. Sin embargo, para cuando tal esfuerzo comience a evolucionar una potencial crisis mayor podría erupcionar en el sistema interamericano.
El primer paso hacia una nueva asociación hemisférica es el reconocimiento de que la doctrina Monroe está, en el siglo XXI, herida de muerte y de que no debería revivirse por la fuerza ni por ninguna otra forma de presión. Aceptar que eso es cierto, por más reacios que se muestren del lado del Norte, sería un avance facilitador hacia un mejor y más serio diálogo interamericano.
Juan Gabriel Tokatlian es profesor en Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés