Por Danilo Arbilla
ABC Digital
Para los argentinos y muchísima gente más, Maradona fue el mejor del mundo. Es discutible; desde que el Milán en 1954 pagara US$ 200.000 por el pase del uruguayo Juan Alberto Schiaffino, dando el puntapié inicial al profesionalismo en el fútbol (soccer), han pasado muchos grandes: el argentino Alfredo Di Stéfano, el húngaro Ferenc Puskas, el brasileño Pelé, el holandés Johan Cruyff. A todos los vi jugar, y esa es para mi la media docena, incluido Maradona, de los más grandes.
Quizás Maradona llama más la atención por sus altibajos. En el fútbol y en su conducta. Y, por supuesto, por sus declaraciones y opiniones sobre los más variados tópicos.
Ahora lo acaban de nombrar director técnico (DT) de la selección de fútbol de Argentina. La mayoría de los argentinos, según las primeras encuestas, no está de acuerdo. No es que no lo quieran a él, pero no lo apoyan como DT. Es que sus antecedentes como técnico no lo respaldan: con los equipos Mandiyú y Racing, en 23 partidos jugados solo ganó tres, empató 12 y perdió 8. Además, faltaba mucho a los entrenamientos. La polémica quedó entablada y Maradona no la rehúye.
El tema ha desplazado otras noticias, y dicen que los Kirchner están felices por ello. Mientras se habla de Maradona y la selección –la que recién deberá rendir examen en serio en marzo próximo–, otros asuntos pasan a segundo plano.
Hay quienes dicen, dado los antecedentes de Maradona como técnico y los problemas que ha tenido a lo largo del tiempo con el zar del fútbol argentino, Julio Grondona y hasta con la FIFA, que su nombramiento solo se explica como una imposición de los Kirchner. Quizás eso solo sea producto de la imaginación –que es la loca de la casa– de la gente.
Ciertamente, a los Kirchner, empeñados en provocar malas noticias, les vendría bien alguna buena o por lo menos algunas noticias que desviaran la atención de los argentinos cada vez más disgustados con la dupla.
Hasta el ex FMI Joseph Stiglitz, uno de los preferidos del matrimonio gobernante, que dice cosas que a ellos les gusta oír, acaba de hacerle algunas críticas, y eso que se le califica como “amigo del gobierno argentino”. Este premio Nobel, para algunos una especie de Michael Moore (moderado) de la economía, que en alguna medida se ha rebelado contra su pasado en el FMI, es un conferencista y columnista que está de moda –no tiene problemas para conseguir mesa en “el Bulli”–, y es muy requerido en determinados círculos y países, entre estos, la Argentina de hoy.
Stiglitz estuvo de visita en Buenos Aires hace unos días, y fue precisamente ahí donde dijo que la estilización de las administradoras de fondos de pensiones privadas fue un error de la presidenta Cristina Kirchner. Dijo que si a ella “no le gusta el sistema como está, debería haber mejorado el régimen estatal” para que la gente optara, y le recordó, por si no lo sabía, que “una parte importante de la democracia es respetar las decisiones de la población”. Criticó, además, la existencia de un índice de precios manejado a voluntad por el Gobierno: “Si no hay confianza en los números, entonces no se sabe qué hacer”, advirtió.
Más que una crítica, fue un llamado a la sensatez. Habrá que ver cuánta se le contagia a los Kirchner. El número de escépticos crece.
También por estos días hubo por la región una reunión de banqueros españoles. Se ha mantenido bastante en reserva, pese a que vino un “grande”.
Uno de los participantes me dijo que les preocupa bastante el tema Argentina y me llegó a augurar que el “gobierno de los Kirchner no va a durar”. No le creí mucho: para los banqueros, cuando les va mal a ellos, todo es una catástrofe.
Mark Twain decía: “Un banquero es un tipo que te presta un paraguas cuando hay sol y te pide que se lo devuelvas cuando llueve, y además te exige que le pagues un interés”.
Por eso es que me parece que mi informante exageró. Aunque no es él ni solo los banqueros los que lo dicen.