Por Mariano Grondona
La Nación
Por ser afroamericano, por ser joven, por ser demócrata, por haber predicado el cambio durante su campaña, el nuevo presidente de los Estados Unidos proyecta una imagen progresista, de "centroizquierda". Pero los primeros colaboradores en los que ha pensado, notables figuras del establishment , sugieren en cambio que su gobierno será moderadamente conservador.
En la carta que le envió a propósito de su victoria, Cristina Kirchner lo presenta como un épico luchador contra la discriminación, a la manera de Martin Luther King. Pero el hecho de que lo haya votado una abrumadora mayoría de blancos y de negros sin distinciones prueba que la lucha contra la discriminación, en los Estados Unidos, pertenece al pasado. Anclada en su ideología, al igual que cuando denunció a la "oligarquía vacuna" en su conflicto contra el campo, la percepción política de Cristina Kirchner atrasa varias décadas.
Más razonable es pensar que Obama, al igual que otras figuras como el general Colin Powell, ex jefe del Estado Mayor y ex secretario de Estado, el juez de la Corte Suprema Clarence Thomas y la propia Condoleezza Rice, que acompañó hasta el fin a George W. Bush, encarna el vigoroso ascenso de una sofisticada minoría de afroamericanos al tope de la escala de la influencia y el poder.
Si bien millones de sus compatriotas coinciden con la identidad étnica del vencedor en los comicios, su exaltación no hace otra cosa que reforzar la idea de que a los Estados Unidos ya los gobierna una elite donde las calificaciones educativas y personales valen más que el color de la piel. La prueba de este nuevo "elitismo" interracial es que quienes menos votaron por Obama fueron los obreros, que se inclinaban por Hillary Clinton.
Es verdad que el marketing de la campaña reflejaba el hecho de que Obama es joven y negro, pero su gobierno enfrentará la gran dificultad financiera que atraviesa el país con la mirada puesta en su inmensa complejidad técnica pensando, por encima de la raza, en la atribulada nación que el nuevo presidente hereda.
Otra de sus grandes preocupaciones será devolver a los Estados Unidos su papel de primus inter pares a la cabeza de las naciones, restableciendo de este modo el multilateralismo que Bush, llevado por su desmesura militar, había descuidado. Vuelve así la idea estratégica de Henry Kissinger según la cual el imperio norteamericano, sin la fascinación por las bayonetas que aquejó a Bush, tratará de presidir mediante la diplomacia un "directorio de naciones" del que formarían parte, además de la vieja Europa y de Japón, naciones emergentes como China, Brasil y hasta la misma Rusia.