Por Joaquín Fermandois
El Mercurio
No, ni mucho menos. En el nadir de su existencia política, el resentimiento o el simple encono contra Estados Unidos hace que se culpe a la Presidencia de Bush de todos los problemas actuales, de sus problemas con el resto del mundo o, sencillamente, de los pesares de todo el globo, incluyendo la crisis económica. Hay que prepararse porque, con un Presidente Obama, la mayoría de los problemas resonará como si nada hubiese pasado; lo mismo sería con McCain. No es que el equipo de Bush y Cheney sea inocente.
Y no se trata sólo de la aventura de Irak. Todo su discurso parece provenir del truco de reemplazar el criterio político por una armazón ideológica, un recetario con frases sacadasdel discurso de la Segunda Guerra Mundial y aplicadas a trochemoche en una realidad compleja y distinta.
Persistirá, sin embargo, lo "estructural" del problema. Desde luego, un Presidente Obama simplemente complementará el ciclo del proceso de que los blancos se acostumbren a que los negros lleguen a la cima del poder (camino ya recorrido por Colin Powell y Condoleezza Rice). No solucionará el problema negro, como el mismo Obama lo ha dejado entrever.
El nuevo Presidente tiene la oportunidad de recomenzar y de tener un nuevo liderazgo. En todo caso, se encontrará con que la crisis actual no es el resultado sólo de una mala gestión de su antecesor. Tras más de dos décadas de crecimiento, existe un traspié de cuya dimensión todavía no estamos seguros, y no todo ello se inició con Bush ni en el mismo EE.UU., aunque esta administración agregó lo suyo.
Se dice que el principal problema de Bush es internacional, y no es para menos. Su administración perdió el norte del liderazgo posible, que es algo sutil. Pero los grandes desafíos a Estados Unidos vienen de mucho antes. El fundamentalismo islámico se transformó en un hecho internacional (y un dolor de cabeza para Washington) a partir de 1978, en los años de Carter. Después de la Guerra Fría, no hizo sino intensificarse y extenderse. La ofensiva terrorista amparada en este tipo de extremismo se produce a partir de los años 90, no con la invasión de Irak, por descabellada que haya sido. La operación iraquí revela más que un error: es más bien una estrategia fallida desde el punto de vista de una política de la nación que ha sido líder de las sociedades abiertas desde 1945. Identificar todo con "seguridad nacional" es, probadamente, un medio seguro para mellar el potencial de una sociedad libre.
En lo demás, todo permanece igual, ya que la gran mayoría de los conflictos que presenciamos pertenecen a fuerzas profundas de nuestra era. El fuerte de EE.UU. reside en que ha sido una creación política surgida de ideas y prácticas difíciles de separar entre sí. Esto le otorga universalidad y simbolismo, aunque su cultura política está volcada a lo interno (Sarah Palin aparece como arquetipo caricaturesco de introversión provinciana). EE.UU. no puede escapar del mundo aislándose -ha fracasado cuando lo ha querido hacer-, ni puede dominar al mundo, por más que prosperen consignas como las del "antiimperialismo".
Aprender a ser líder es un largo camino, que tuvo su momento dorado en un período de unos 25 años, entre Roosevelt y Kennedy, lo que después se ha convertido en un camino más pedregoso. Es común que conservar un papel requiera de mayores energías creativas que las que se emplearon en crear las condiciones. ¿Que a muchos nos les gusta Estados Unidos? En algunos sentidos es comprensible. Pero que no se olvide que si los colonos no hubieran sentado las bases de EE.UU. poco después del 1600, en el siglo XX el mundo habría sido liderado por la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, o por la Unión Soviética después.