Editorial -
Lo que era el centro de San Salvador hace unos 85 años lo ilustra una foto que mostramos en una entrevista de TCS: el transporte público consistía en pequeños tranvías, la gente caminaba a pie en su mayor parte, las mujeres llevaban canastos sobre la cabeza y casi todos iban descalzos.
La foto, en la que se puede ver el inicio de una gran empresa de hoy, demuestra lo falso de que "cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres": la gente en la actualidad va calzada, viste de marca y colores, se conecta al mundo, come mejor y cuenta con la oportunidad de moverse hacia arriba en la escala social. Los cuadros de pobreza extrema se dan principalmente en cantones afectados por la reforma agraria de Duarte, o en familias abandonadas por sus padres; dejar hijos tirados es una repugnante costumbre entre muchos salvadoreños, inclusive candidatos que pregonan la justicia social.
La foto cubre más o menos una cuadra del centro; son varios los almacenes pequeños instalados en el lugar pero sólo uno llegó a superar en tamaño al resto. Los que fueron los grandes almacenes de entonces, como París Volcán, El Siglo, El Chichimeco y la Casa Mugdan desaparecieron o fueron tomados por alguno de sus empleados.
Todos, además, tenían un personal muy similar en sus capacidades, su experiencia y su laboriosidad. ¿Por qué la mayor parte se quedó en el camino y sólo unos pocos sobrevivieron y se engrandecieron? Es obvio que la diferencia la hizo la persona o la familia al frente del negocio, los que tuvieron la visión de actualizarse de manera permanente, de adaptar la gestión a los desafíos del momento, de superar calidad y servicio.
La otra importante o decisiva característica es que los negocios exitosos reinvierten sus ganancias, "trabajan para crecer". Eso va aparejado a hábitos austeros o al menos simples de vida, pues los dueños se disciplinan para vigilar su gasto, ahorrar lo que pueden y pasarse imaginando maneras para hacer mejor las cosas, expandirse y consolidar lo logrado.
Los gobiernos no crean riqueza
Ningún negocio en una economía libre, liberal, de competencia, prospera si no vende buenos productos o presta servicios de calidad. Es decir, se prospera mejorando la situación de los clientes y patrocinadores. Tampoco se prospera tratando mal al personal; son los negocios más grandes los que ofrecen las mejores condiciones de trabajo, realidad que contradice la teoría roja que los acusa de explotar a sus trabajadores.
En los últimos 85 años hemos progresado en forma casi milagrosa, pese a la destrucción y mortandad perpetrada por los rojos y los duartistas en la Década de los Ochenta. Sólo construir los puentes que reemplazaron las dos hermosas obras que tuvimos sobre el Lempa y recuperar el sistema eléctrico, que fue uno de los blancos de la guerrilla, requirió de centenares de millones de dólares que, en otras circunstancias, se habrían destinado a más inversión o gasto social.
La reconstrucción, por otra parte, se ha hecho con recursos obtenidos del sector productivo: el Estado no produce ni crea empleo, sino que canaliza la riqueza que obtiene de los empresarios de todo tamaño. La lección de la foto es que las más productivas empresas comenzaron como pequeños negocios.