Por Alberto Benegas Lynch (h)
No soy aficionado al aplauso a quienes están ubicados en el poder. Creo que la tarea más constructiva es la crítica, al efecto de contribuir a marcar estrictos límites al poder político. Esta actitud se condice no solo con la tradición republicana sino que es la que corresponde al intelectual responsable. Este es el sentido por el que Octavio Paz escribió en su El ogro filantrópico que “Si los intelectuales latinoamericanos desean realmente contribuir a la transformación política y social de nuestros pueblos, deberían ejercer la crítica”.
Mi entrenamiento es tal en poner vallas de contención al poder en mis columnas semanales y en mis libros que confieso que me cuesta ponderar a un gobernante. Más aún creo que es la primera vez que lo hago respecto de un gobernante en funciones. Pero no puedo dejar de subrayar el coraje, las convicciones y el ejemplo ético y cívico del doctor Tabaré Vázquez quien al frente del Poder Ejecutivo de la República Oriental del Uruguay vetó “por razones científicas” el proyecto de ley del aborto resistiendo presiones y manifestaciones varias, incluso las de su propio partido.
No comparto las legislaciones fiscales, laborales, la política monetaria ni el engrosamiento del ya de por si adiposo gasto público en nuestra hermana, tan querida y siempre tan hospitalaria Uruguay pero el rechazo categórico al aborto constituye una ofrenda extraordinaria en pos de la civilización y del respeto a los derechos de las personas. Esto revela la calidad moral de este Presidente quien antepuso cualquier consideración política circunstancial a su conciencia, a los valores fundamentales de la vida humana y a su condición de médico. Resulta repugnante la hipocresía de quienes alardean de una supuesta defensa a los derechos humanos (en si mismo un grotesco pleonasmo ya que las plantas, los animales y los minerales no son sujetos de derecho) y, sin embargo, proponen la exterminación de seres humanos indefensos.
Como es sabido en ámbitos de las ciencias y conocido por personas medianamente atentas, y tal como he escrito en otras oportunidades, en el momento en que uno de los millones de espermatozoides fecunda un óvulo, da lugar al cigoto, una célula única, distinta del padre y de la madre que contiene la totalidad de la información genética. En el instante de la fecundación hay un embrión humano, una persona en acto y en potencia de muchas cosas como lo estamos el resto de los mortales. En el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino que aportan respectivamente 23 cromosomas cada uno, se forma una nueva célula compuesta de 46 cromosomas que contienen la totalidad de las características del ser humano.
De Mendel a la fecha, la genética ha avanzado mucho, hoy ya no es posible alegar ignorancia en una materia tan fundamental como es la del comienzo de la vida humana. Se ha sostenido que la mujer es dueña de su cuerpo, lo cual es cierto pero no la hace dueña del cuerpo de otro ser y como los niños no crecen en los árboles, mientras no exista la posibilidad de transferencias a úteros artificiales, queda el recurso de la entrega en adopción si la madre no quiere a su hijo.
Se ha pretendido justificar el aborto en base a que el feto “no es viable” por su propios medios, pero esta línea argumental permitiría la exterminación de ancianos, inválidos y de bebés que tampoco pueden sustentarse por sus propios medios. Una argumentación similar se pretende aplicar a casos de supuestas malformaciones, pero este modo de ver las cosas conduciría a que se podría matar a ciegos, sordos y deficientes cerebrales.
Incluso se ha mantenido que la despenalizción del aborto permitiría que, en algunos casos, éstos se lleven a cabo de manera higiénica sin caer en curanderas que operan en las sombras, como si el problema radicara en la metodología del crimen. Una conocida anécdota ilustra la aberración de recurrir al aborto por razones crematísticas. Un ginecólogo -con la intención de poner en evidencia el calibre de la sugerencia- le preguntó a la mujer en cuestión por qué, en lugar de abortar, no mataba a otro de sus hijos de quince años ya que ingería mayor cantidad de alimentos.
El caso extremo, repugnante por cierto, es el de la violación pero este acto execrable y el más cobarde de cuantos se puedan concebir no autoriza en modo alguno a desquitarse con una persona inocente, cometiendo otro crimen arrancándole la vida a una criatura.
Como ha escrito Julián Marías, el aborto es un crimen peor -si cabe- que el perpetrado por la inconmensurable canallada nazi que en su nefasta y asesina mente consideraba a los judíos como enemigos de la humanidad, pero nadie puede considerar a la persona por nacer, ni aún en las imaginaciones más delirantes, como enemigo de alguien. El aborto se basa en la magia más primitiva y rudimentaria ya que supone que existe una persona en el momento del alumbramiento pero no antes, como si con anterioridad se tratara de otra especie que no es la humana.