Por James Grant
La decisión de la Fed de imprimir más dólares podría ser contraproducente
Esta no ha sido una temporada muy festiva para los estadounidenses. Los nombres más grandes de Wall Street quebraron, fueron vendidos o se asociaron con el Departamento del Tesoro de Estados Unidos. El resto del mundo miró fijamente con los ojos abiertos a más no poder. ¿Un fraude de pirámide financiera de US$50.000 millones? ¿Tasas de interés frente a las que las japonesas se ven altas? ¿Políticas reguladoras que parecen dictadas según como sople el viento? ¿Una Reserva Federal que no logra decidirse: se dedica a ser un banco central o a trazar una planificación central? Y pensar que —murmura la desilusionada comunidad internacional— todo esto ocurre bajo un gobierno republicano.
La confianza misma entró en un mercado bajista en 2008, complementando y, quizás superando, las ventas generalizadas de acciones, hipotecas y commodities. Nunca nos confundirán con ángeles, pero parece que los humanos nos desvivimos cuando hay dinero en juego. Así es que Bernard Madoff, supuestamente un pilar de la comunidad financiera, está acusado de perpetrar uno de los mayores fraudes de la historia.
Apenas desplazando a Madoff de los titulares apareció el anuncio de la Reserva Federal (Fed) el 16 de diciembre indicando que pretende diluir el valor de su propia moneda. El año que está terminando ha sido tanto de confusión como de pérdida. Pero con el anuncio se vio, aparentemente, una pequeña luz de esperanza. Específicamente, la Fed prometió imprimir dólares en un volumen ilimitado y recortar su tasa de fondos, si fuera necesario, hasta cero. La Fed dejó claro que no se dormiría en sus laureles, incluso a una tasa de interés lo suficientemente baja como para hacer que la clase acreedora volviera a trabajar. A cambio, "continuaría considerando formas de usar su balance para apoyar aún más a los mercados de crédito y la actividad económica".
Ese día, Wall Street saltó de la alegría. Incluso, los precios de los valores del gobierno aumentaron como si, de alguna forma, los bonos del Tesoro no estuvieran denominados en la moneda con la que la Fed pretende empapelar la faz de la tierra. Los comentaristas económicos elogiaron la determinación del banco central para combatir la deflación, es decir, para reinstalar la inflación. Todos, incluido el presidente electo Barack Obama, parecieron estar de acuerdo en que imprimir dinero al por mayor era la respuesta a las plegarias del país.
Únicamente un mercado protestó. La intención de la Fed de restaurar la inflación perjudicó al dólar contra el oro y monedas extranjeras. En muchos idiomas y desde muchas zonas horarias llegó la pregunta: "Dígame, nuevamente, ahora que el dólar es tan poco rentable, ¿por qué lo poseemos?".
Fue en octubre de 1979 cuando el entonces presidente de la Fed, Paul A. Volcker, instó a imprimir menos dinero para bajar la inflación. Al hacerlo, cerró una era monetaria y abrió otra. Con la promesa del 16 de diciembre de imprimir mucho más dinero, la Reserva Federal de Ben S. Bernanke ha abierto su propia nueva era. Sin embargo, es dudoso que la política de diluir el dólar lleve a un desenlace tan feliz como el que coronó la iniciativa antiinflacionaria de Volcker.
Los problemas de EE.UU., sobre los cuales sin duda triunfará el país, provienen de una contradicción básica. El dólar es la moneda del mundo, pero la Fed es el banco central de EE.UU. La intención de Bernanke es promover una inflación baja, empleo alto y finanzas solventes, en los 50 estados del país. Por su puesto, les desea buena suerte a los chinos, a los franceses, a los indios y a todos los demás, pero ellos no le pagan el sueldo.
Sin embargo, son estos inversionistas internacionales los que compran los bonos del Tesoro de EE.UU., lo cual enmarca el dilema estadounidense. Si la Fed va a crear montones de billetes de dólar depreciados y poco rentables, ¿quién los va a absorber? ¿Quién va a financiar los déficit fiscales titánicos que se aproximan con el gobierno de Obama? ¿Quién va a financiar el superávit anual de EE.UU. de consumo sobre producción (luego de 25 años más o menos continuos, ya es casi un rasgo nacional)? Ahora que la Fed ha anunciado su plan, ¿dónde encontrará sus víctimas?
Bernanke tiene buenos motivos para preocuparse por la economía. Todos los tenemos. Durante el auge, una superabundancia de deuda con precios distorsionados llevó a incontables personas a través de callejones de inversión sin salida. El crédito fácil financió burbujas en bienes raíces, commo‐dities, valores respaldados por hipotecas y un sinfín de otros activos. Castigó al ahorro y alentó la especulación. Imagínese un hombre en la cima de una escalera. Está en puntas tratando de alcanzar algo. Llame a ese algo "retorno". Llame a la escalera "apalancamiento". Ahora, patee la escalera. El hombre se cae y pedazos de deuda se estrellan en el piso alrededor suyo. La Fed, al ver cómo se desencadena este accidente prevenible, se acerca al lugar del hecho, pero llega demasiado tarde. No sólo Bernanke y sus allegados no lo vieron venir, sino que además instaron al hombre a subir más alto. Usted recordará las tasas de interés ultrabajas de principios de esta década. La Fed las impuso para acelerar la recuperación de un accidente anterior, esa vez con un hombre subido a una escalera tratando de alcanzar acciones tecnológicas.
La causa detrás de estos errores es el dólar y el banco central que lo manipula. Hace años, era muy simple. Un titular de un banco central tenía sólo una tarea: asegurarse de que la moneda bajo su supervisión fuera intercambiable por oro a la tasa estipulada por la ley. Era su trabajo hacer que las personas fueran indiferentes entre la moneda o el oro.
Pero el dólar abandonó su respaldo en oro y desde 1971 no hay nada que lo garantice más que las buenas intenciones del gobierno de EE.UU. y la probada fortaleza de la economía estadounidense. Es más, el mundo se enamoró de ese pedazo de papel sin garantía.
El conocimiento de los preceptos clásicos del manejo de un banco central no nos prepararon para comprender, y mucho menos anticipar, el comportamiento de la Fed en esta crisis de crédito. El patrón de oro era objetivo y se basaba en reglas. La Fed del siglo XXI hace lo que funciona, o parece funcionar. Lo que espera que vaya a funcionar para el hombre que se cayó de la escalera es más deuda y más dólares.
Los formuladores de política admiten que hay riesgos al "crear" miles de millones de dólares de nueva moneda cada varios meses, pero esa es una preocupación para mañana. En la agenda de hoy hay un abismo deflacionario.
Dicho esto, a la hora de buscar responsables de la crisis, raramente se señala a la Reserva Federal, cuyas tasas de interés bajas ayudaron a que los precios de las viviendas se fueran a las nubes en primer lugar.
Bernanke debería ser llamado para rendir cuentas por haber recortado las tasas de interés una vez más, a expensas de los ahorradores. Debería preguntársele de qué forma los métodos de la era del dólar de papel representan alguna mejora sobre el rigor, la elegancia, simplicidad y previsibilidad del patrón oro. Finalmente, desde la perspectiva de un tenedor de dólares extranjero, podría responder a la pregunta que un congresista podría hacerle: "Señor Bernanke, si tuviera la opción, ¿tendría dólares?... Y déjeme recordarle que está bajo juramento".
James Grant es editor del 'Grant's Interest Rate Observer', y autor de 'Mr. Market Miscalculate'.